Aruba

Dictadores y asesinos en la Argentina

La próxima presencia en el país (con motivo de la ya de por sí tenebrosa organización CELAC) de los sanguinarios dictadores Nicolás Maduro de Venezuela, Daniel Ortega de Nicaragua y Rafael Díaz-Canel de Cuba, es un hecho que no debe pasar desapercibido y que supone una señal del peligrosísimo alineamiento que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner le quiere dar al país.

Asociar internacionalmente a la Argentina con estos asesinos crueles de gente inocente cuyo único delito consistió en tener la peregrina idea de pensar de modo diferente al régimen, confirma que el kirchnerismo peronista comparte con ellos esos mismos deseos, esos mismos objetivos y esa misma concepción de la vida y del mundo.

Por suerte, en la Argentina, los resortes libertarios de la sociedad le han impedido a la banda de totalitarios que desde hace 20 años domina la escena pública nacional, terminar de concretar sus metas de dominación absoluta y de poder completo, sin posibilidad de disidencia.

Pero ese dato positivo que ha permitido que los esfuerzos por borrar de la faz de la Tierra el sistema de derechos y garantías de la Constitución, no hayan dado el resultado completo que esperaban los tiranuelos locales, no impide ver el peligro de que el país reciba, ante los ojos del mundo, a personajes de esta calaña.

A tal grado llega la delincuencia de estos personajes que, acertadamente, Patricia Bullrich sugirió que Maduro sea detenido de manera inmediata en cuanto pise territorio argentino (como ocurrió en 1998 con Pinochet en Londres) por ser un violador serial de los derechos humanos y un sanguinario asesino. La presidente del PRO (con quien coincidió un comunicado de la Coalición Cívica) debió haber incluido en su petición a Daniel Ortega y a Díaz-Canel, tan o más asesinos que el payaso de Caracas.

El concepto argentino, como país en donde se puede vivir libremente, pensando lo que cada uno quiera pensar; en donde las disputas se resuelven pacíficamente ante la pompa y potestad de una justicia independiente; en donde la vida y la propiedad son sagradas y donde cada uno tiene derecho a buscar su propia felicidad como más le guste de modo independiente a los pareceres del gobierno, se pone en directa contradicción por la simple presencia en el país de estos abominables dictadores.

Si algo faltaba para dar un cien por ciento de validez a aquel dicho popular de “dime con quién andas y te diré quién eres” es esta fantochada de invitación para que enemigos de la libertad  y asesinos impunes lleguen al país en el marco de una reunión de un organismo regional que, de por sí, tiene por objetivo la cristalización del programa del Foro de Sao Paulo, que no es otra cosa que la aspiración de instaurar en el subcontinente una dictadura de casta para hundir en la miseria a la casi totalidad de la población e instaurar una nouvelle noblesse rica y desigual con acceso a todo el confort, a los derechos y a los privilegios de una vida acomodada y exenta de las privaciones a las que someten al hombre común.

Ese es el proyecto que nació en Cuba a comienzos de los años ’60 y que Fidel Castro se propuso exportar, a sangre y fuego, a toda Latinoamérica, explotando los más bajos sentimientos de envidia, resentimiento y rencor clasistas.

Desde ese momento nunca más hubo paz completa en el subcontinente. Desde la frontera del Río Bravo hasta los confines de la Tierra del Fuego, todos esos pueblos quedaron sometidos a las vicisitudes de la violencia política y a la aspiración de una banda de pretendidos iluminados para hacerse del poder matando a todo aquel que se pusiera delante con el propósito de detenerlos.

Naturalmente Cuba fue el primer país que se convirtió en una gigantesca villa miseria, de la que muchos quisieron escapar arriesgando su propia vida en un estrecho de océano que, pese a estar plagado de tiburones, sabían que era lo único que los separaba de la vida libre.

El solo hecho de ver una fotografía de La Habana hoy da la idea de lo que es el comunismo: una degradación física completa, con edificios que se caen a pedazos, personas que deambulan sin sentido, sin ropa adecuada, sin alimentos, sin medicinas que muchas veces deciden prostituirse para acercar un pedazo de pan a su familia.

Un país que había sido modelo para el continente, que tenía los más altos índices de educación, que debía resolver cuestiones que tenían que ver con la corrupción política pero en donde nadie moría en cárceles inmundas por el mero hecho de pensar de otro modo, fue convertido en una bolsa de bosta en donde la gente simplemente se levanta como zombies con el único sueño de apenas sobrevivir. Otros siguen pensando maneras ingeniosas de cruzar aquel estrecho traicionero que les promete poner su vida en sus manos si alcanzan a hacer pie en las costas de Key West, a 90 millas de su patria.

Venezuela era también, antes de la llegada de Chávez, uno de los países más ricos de la región. Apoyado literalmente sobre un mar de petróleo tenía los índices de nivel de vida más altos de América Latina, en especial desde que la Argentina -que había sido antes de Perón los Estados Unidos del Sur- decidió entregarse al autoritarismo fascista que la degradó, desde los primeros puestos de la tabla de posiciones mundial, hasta lo que es hoy.

Chávez destruyó poco a poco todo ese vergel. Ya cuando murió, Venezuela era un ejemplo de miseria y muerte; de persecución política, de expropiaciones criminales que habían terminado con la propiedad privada en el país; de criminalidad rampante y de narcotráfico asociado a los popes del Estado.

Maduro, que le sumó al delirio chavista un chapucerismo poco menos que analfabeto, terminó la tarea del desiderátum igualitario comunista: el 98% de la población es pobre en Venezuela. El país se convirtió en el fenómeno de éxodo más grande en lo que va del siglo XXI y hoy declara abiertamente su alianza con tiranos como Putin que, por su sola decisión, ha emprendido una guerra criminal contra un país pacífico cuyo único pecado es tener una frontera con Rusia.

El restante pandillero es Ortega, de Nicaragua. Este dictador no ha dejado prácticamente barbaridad por hacer. Ha convertido a Nicaragua en una tierra salvaje en donde la vida corre peligro a cada instante y en donde las únicas cosas que no paran de crecer son la pobreza, la criminalidad y la inmensa fortuna de la pareja que gobierna el país.

¿Cómo puede ser que un país como la Argentina, que tiene la Constitución que tiene, con el Preámbulo que tiene pueda darle la bienvenida a verdaderas vergüenzas como éstas? ¿Hasta dónde llega el resentimiento y el rencor como para estar dispuestos a endosar a ladrones y criminales como estos con tal de no dar el brazo a torcer para que lo que se perfeccione en el país sea un sistema libre en donde cada uno pueda armar su vida como quiera? ¿Realmente se prefiere la igualdad en la miseria que proponen estos forajidos (mientras ellos son los únicos millonarios) con tal de no ver a nuestro vecino llegar en la vida más lejos que nosotros? ¿Tan enfermos de envidia estamos?

Es obvio que lo que exige Patricia Bullrich no va a ocurrir. Pero es lo que debería. Todo argentino debería sentirse avergonzado por el mero hecho de que asesinos impunes como éstos pisen suelo argentino. La sola aspiración del Preámbulo que les da la bienvenida a todos los hombres del mundo de buena voluntad debería ser suficiente para echarlos. 

Por Carlos Mira
Si querés apoyar a The Post Argentina, podés hacerlo desde aquí
o podés comprarnos un Cafecito.
>Aruba

2 thoughts on “Dictadores y asesinos en la Argentina

  1. Matias

    Como siempre, el truco consiste en haber logrado dominar el discurso. Así, todo lo que se diga no tiene validez. Para una parte importante de la población, Carlos, lo que vos comentas en la nota son todas patrañas. Y andá a convencerlos… estamos perdidos.

  2. Gustavo Ernesto Rojo

    Hay que becarlos para que puedan vivir felices en esos paraísos. Tienen derecho. Y no necesariamente a la Habana, puede ser en la espléndida Pekín

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.