Aruba

Votando lo que te mata

Ninguna cantidad de
evidencia logrará
convencer a un idiota.

Mark Twain

Muchos de ustedes se preguntarán cómo no fue tema de estas columnas la carta de Cecilia Nicolini (foto) al Fondo de Inversión Ruso por el tema de la provisión de vacunas Sputnik V que tanto revuelo causó en la sociedad, en el gobierno y en la oposición que, incluso, ya inició acciones judiciales por las confesiones explícitas de la asesora presidencial a sus superiores rusos.

El tema es que ese capítulo de la realidad argentina lo tratamos en extenso en la radio y volcamos aquí otras cuestiones por aquellos días. Pero los círculos concéntricos de estrépito que causó aquella nota parecen no terminar. Es como si una roca gigantesca hubiera sido lanzada a un lago desde un helicóptero: el oleaje provocado ha sido intenso y duradero.

Es más, habría que concluir que solo un gobierno con la cara de amianto que tiene el kirchnerismo es capaz de estar, como mínimo, en condiciones de eludir semejante escándalo. Cara de amianto recubierta de teflón si fuera necesaria una capa más de protección.

De las palabras, las formas y el contexto de la nota de Nicolini solo puede desprenderse que la Argentina ha pasado a ser una dependencia de ultramar de Rusia. Curiosa parábola la del kirchnerismo que se la pasa hablando e instigando contra el “imperialismo” y entrega al país, atado de pies y manos, a la consagrada ineficiencia soviética (y el uso de la palabra no es un error porque la característica superlativa del régimen que gobernó Rusia entre 1917 y 1989 -la urticante ineficacia para todo, excepto para producir y exportar el mal- es la misma que distingue a la actual gestión de Putín) que, como no podía ser de otra manera, nos dejó colgados de la palmera con una vacuna inservible toda vez que el segundo e imprescindible componente de su fórmula no aparece por ninguna parte dejando a más de 8 millones de argentinos sin su esquema de vacunación completo por haber privilegiado esta preferencia ideológica-geopolítica-económica del gobierno de Cristina Kirchner por todo aquello que no sea norteamericano.

En efecto, las vacunas preferentes del país son la rusa Sputnik y la china Sinopharm: una no puede completar su esquema vacunatorio (imprescindible, por ejemplo, para afrontar la variante Delta) y la otra es la de más bajo registro inmunizante de todas las que se conocen en el mundo.

Nicolini confesó en su nota que el gobierno argentino “se jugó” por el proyecto Sputnik “para que fuera un éxito”, como si el kirchnerismo hubiera recibido un título de propiedad sobre la sociedad argentina en función del cual pudiera disponer de su salud y de su muerte inclinándose por una determinada vacuna para luego enrostrarle al mundo liderado por los Estados Unidos la superioridad técnica del mundo liderado por la autocracia de Putin.

¿Qué efecto electoral debería tener esto en el usualmente cócoro espíritu argentino, tan inclinado a levantar banderas de autonomía y de no aceptación de “recetas” (quizás nunca mejor empleado el término que bajo estas circunstancias) que vengan del exterior? ¿O el “exterior” ruso no es tan “exterior” como el “exterior” norteamericano? ¿O el “exterior” ruso es un “exterior” tolerable pero el “exterior” norteamericano no? Hipocresías típicas de una sociedad tan hipócrita como pocas.

Alguno podrá notar la mezcla de los términos “sociedad” y “kirchnerismo” como si fueran sinónimos e inmediatamente alzar una voz de queja. “¿Está usted hablando de la sociedad o del kirchnerismo?”, se me podría decir.

Confieso que a esta altura de los acontecimientos es muy difícil separar un concepto del otro. Hay 20 millones de argentinos que reciben hoy un cheque del Estado kirchnerista. Como dijera el novelista norteamericano Orson Scott Card “Si los cerdos pudieran votar, el hombre con el balde de comida, siempre sería elegido. No importa cuántos cerdos haya sacrificado ese mismo hombre en el recinto de al lado”.

Francamente ignoro cuántos argentinos están en condiciones mentales completamente libres como para analizar con objetividad estos disparates. Probablemente, si fueran muchos, el kirchnerismo no existiría. Después de todo, un régimen totalitario como este tiene entre sus primordiales herramientas ir produciendo zombies no pensantes en base a una mala alimentación (provocada por la miseria que esos regímenes producen) a una educación adoctrinada (como la que recibe la sociedad al menos desde hace 4 décadas) y a un soborno permanente con el uso de dinero público que toda la sociedad fondea con sus impuestos.

La Argentina se acerca a las elecciones legislativas en medio de un desastre sanitario (producido casi a propósito por un gobierno inepto e irresponsable, cegado por una ideología inservible); de una pobreza extrema (también provocada por la terquedad de un gobierno inútil que persiste en la aplicación de recetas foráneas fracasadas) y de un clima de inseguridad rampante (que ha sido estimulado por una visión ideologizada del crimen que ha puesto a miles de delincuentes en la calle y que ha dejado –literalmente- de perseguir el delito) que ha puesto a medio país a vivir entre las rejas de sus propias casas.

Si lo que hemos visto hasta aquí en materia de entrega de la Argentina a los intereses de potencias extranjeras, de descomposición económica y de hambre de millones y de la pérdida de vidas inocentes a manos de los delincuentes no es suficiente para que la sociedad emita un voto rotundo de rechazo a esta manga de idiotas y corruptos, habrá que concluir que el kirchnerismo ha sido eficaz en la construcción de una sociedad cabeza de termo que no duda en votar lo que la mata.

Por Carlos Mira
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