El discurso político inflamado podrá ser muy pasional y épico, pero las realidades que hacen que una persona viva confortablemente, que tenga a su alcance los enseres del desarrollo o que, simplemente, pueda comer, responden a otras realidades, de las cuales, el discurso político (y cuanto más inflamado peor) está bien lejos, llegando a ser, dependiendo de su contenido, directamente contraproducente.
Muchos políticos creen que la profesionalidad que tengan para arengar a las masas es suficiente para gerenciar un país, pero la mayoría de las veces resulta completamente al revés.
El kirchnerismo es, en ese sentido, es el mejor ejemplo de un conjunto hueco de palabras que cada vez que cobran vida, la Argentina desciende aún más en la escala de la modernidad, del desarrollo y del buen nivel de vida de su gente.
Un indicador para tener una idea de cómo las palabras van por un lado pero las cuestiones que cuentan a la hora de dar trabajo, de hacer que el país avance y de que más gente viva mejor van por otro, es la cantidad de empresas que quieren salir de la Argentina y, eventualmente, la cantidad de personas o de otras empresas que están dispuestas a comprarlas y a qué precio.
En ese sentido, el panorama nacional es dramático. En todos los rubros de la actividad económica las empresas se agolpan, como si estuvieran delante de una enorme “puerta 12” para salir de la Argentina; es lo único que las obsesiona: dejar cuanto antes este lugar de locos, donde no se puede trabajar.
Ya hemos conocido muchos casos de nombres rutilantes que se han retirado del país: Falabella, LATAM, Walmart, Nike, Air New Zealand. Pero todos los días, los hombres de negocios de prácticamente todos los sectores tienen como principal tarea del día encontrar a un comprador de sus activos.
El problema es que no hay. La presión de la oferta y la escasez de demanda han tirado los precios de los activos argentinos por el piso. Muchas empresas se dan cuenta de que su patrimonio, de repente, no vale lo que costó. El crimen kirchnerista en este aspecto es demencial: la cantidad enorme de riqueza dilapidada, arruinada, echada a perder debería ser el verdadero patrón que evalúe su performance.
El arco de interesados en vender va desde empresas grandes, hasta pymes y pequeños negocios personales. En muchos casos también los ejemplos descienden hasta las decisiones de cientos de miles de particulares que quieren deshacerse de patrimonio (en muchos casos de relevancia menor) y que tampoco encuentran comprador.
El índice de escrituras que confecciona el Colegio de Escribanos de la Ciudad de Buenos Aires da cuenta de la estrepitosa caída que se ha registrado en ese mercado en el último año. La cantidad de personas que se hallan en la cola de ventas para eventualmente dejar el país es cada día mayor.
Lo que ocurre es que la calamidad kirchnerista -que ha provocado, a fuerza de dislates, este efecto “puerta 12”- ha tirado los precios al piso y mucha gente piensa si conviene deshacerse del activo o esperar.
Hasta ahora lo único que se ha verificado en ese tiempo de espera es una mayor caída de los precios. En otros casos ha aparecido otro típico producto kirchnerista: los empresarios amigos del régimen, que pretenden quedarse con los activos de las empresas presentando ofertas agresivas.
Es el caso de Edenor, por ejemplo a manos del grupo Vila-Manzano. Este mismo grupo presentó una oferta hostil a la compañía Naturgy (ex gas Natural BAN) que fue recientemente rechazada.
Algo parecido ocurrió con Telefónica y el grupo Olmos, de origen sindical.
Mientras, el gobierno insiste con recetas que no hacen otra cosa más que agregar elementos de convicción en el mundo de los negocios de que lo mejor es vender e irse del país.
Cepo, restricción a las importaciones, control de precios, prohibición de despedir, doble indemnización, restricciones de todo tipo a la actividad comercial, regulaciones que convierten al Estado en un dueño subsidiario de las empresas, hacen, día a día, que sea casi imposible trabajar en la Argentina.
La producción, la innovación, la competencia, la creatividad están prácticamente prohibidas por la avalancha de burocracia y de iniciativas ideologizadas que el kirchnerismo inventa todos los días.
Quizás lo más triste de todo sea que las empresas, grandes o pequeñas (y hasta las personas individuales), que sean propietarias de un activo patrimonial podrán perder algo de su capital pero, de última, se harán de unos dólares líquidos que se transformen en el instrumento de su libertad de acción: finalmente liberados ya del lastre de capital atornillado al suelo argentino estarán en condiciones de abandonar esta tierra de locura.
Pero los que no tienen nada, los que votan al kirchnerismo en la esperanza de que ese cachivache sea el vehículo hacia su mejora personal, verán como caen definitivamente en la miseria, presos de una esclavitud omnipresente, sin trabajo, sin futuro, sin horizontes.
Finalmente, la gran avivada de votar caudillos enfurecidos, ladrones que no buscan otra cosa que no sea la posibilidad de seguir robando y salir impunes de su crimen, en la creencia de que ellos los llevarán a “la igualdad” no habrá tenido otra consecuencia que no sea la miseria propia, la pobreza sentida en el propio bolsillo.
Aquellos asquerosos “capitalistas” dueños de todo ya no estarán, sus empresas se habrán ido, (muchos considerarán, incluso, que las “recuperaron”) pero mientras esas personas continuarán su vida de creatividad y desarrollo en otras tierras, aquí solo quedará la tristeza de una penuria gris que será la evidencia práctica de una envidia que, en el fondo, solo sirvió para que nos vaya peor.
Impecable!!!