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Una pantomima más

Si algo faltaba para terminar de confirmar que a Cristina Fernández solo la envuelve un torbellino de furia que le nubla el escaso conocimiento que de por sí la caracteriza, era su aparición por Zoom frente a los jueces de la Cámara Federal de Casación en el caso del dólar futuro.

Allí desplegó toda su ignorancia sobre el sistema institucional que rige en la Argentina y blanqueó aún más el diseño que persigue imponer, si la sociedad se lo permite.

En todo momento se dirigió a los jueces con la más completa falta de respeto, como si quien hablara fuera la emperatriz de Egipto, a quien, quienes la juzgan por crímenes horribles contra el pueblo argentino, le debieran una subordinación jerárquica.

Es tal el retorcimiento mental que la señora tiene en la cabeza respecto de cuál es, justamente, el orden jerárquico que establece la Constitución que uno puede sentir por ella una de estas dos únicas opciones: lástima o indignación.

La procesada se dio el lujo de insinuar una queja porque la Justicia fijó como fechas para que declare ante los tribunales, días que coincidían con el cumpleaños de sus familiares o con el aniversario de acontecimientos que solo le importan a ella, como si las instituciones de la República tuvieran que sujetar su funcionamiento a las efemérides de los imputados en los crímenes.

Francamente no sé quién cree que es la Sra. Fernández. No sé si en los pliegues íntimos de su cerebro descansa la estructura monárquica de una corte real a la que el pueblo y los demás deban rendirle pleitesía. Pero que tenga el coraje de asumir el papel que asumió hoy frente a los jueces Daniel Petrone, Diego Barroetaveña y Ana María Figueroa, habla de que tiene de sí una imagen completamente distorsionada de la realidad y que no logra ubicar con precisión dónde están y quienes son los que tienen el poder y donde están y quienes son los que deben someterse a él.

En otro alarde de patoterismo, propio del fascismo que profesa, reclamó que las imágenes mostraran las caras de los jueces como si el acto se tratara de un enorme escrache electrónico de aquellos que están allí para decidir si termina o no con sus huesos en la cárcel.

Esa soberbia insoportable de quien conjuga la ignorancia con la altanería merodeó el ambiente todo el tiempo que duró la declaración.

En otro párrafo para la historia removió a los fiscales a los codazos y se puso ella en ese sitial para endilgarles a los jueces el crimen de “haber permitido que ganara Macri”, como si semejante conclusión fuera parte del texto del Código Penal. Es tanto el rencor que la envuelve por el simple hecho de no aceptar el rechazo de las urnas que arremete con dislates como si decir cualquier cosa estuviera entre sus alternativas.

El sistema constitucional argentino organizó el poder judicial para que defienda los derechos de los ciudadanos y para que limite el poder del ejecutivo y del legislativo cuando, en el uso y abuso de ese poder, esos individuos pongan en peligro los derechos individuales.

Más allá de que resulte incomprensible que el pueblo (o una parte aún importante de él) se ponga del lado de los capitostes y de los caudillos -que vienen a pisotear esos derechos- en lugar de ponerse del lado de aquel que está allí para defenderlos, eso no quita que la dirección del control según el sistema institucional vigente en el país, sigue siendo desde los jueces hacia el presidente y el Congreso; no al revés.

La razón por la que el poder político ataca al poder judicial es, precisamente, porque fue organizado para limitarlo, para detener su avance sobre los derechos individuales.

Este sistema simple es el que Fernández no traga, Y no lo traga porque le impide hacer lo que se le canta el culo a ella sin ser responsable por sus consecuencias.

Es contra el reclamo institucional de las consecuencias de lo que ella hizo que la “señora” está enfurecida, porque en sus ensoñaciones monárquicas esperaba que “el pueblo” no le reclamara lo que robó. Creía que podía robar impunemente porque ella y su familia estaban por encima de la ley y que la pretensión institucional de echarle en cara algo es, por definición descabellada.

Pues bien, “señora”, déjeme ser esquemático a ver si su pobre entendimiento comprende dónde está parada:

  1. Usted está sujeta a la ley;
  2. Si cometió crímenes en el ejercicio de sus funciones, si abusó de ellas o si atropelló los derechos de los ciudadanos, será la justicia la que la juzgue;
  3. Los jueces están, en la pirámide constitucional, por encima suyo. Usted está sujeta a ellos, no al revés;
  4. Los jueces representan los intereses de los ciudadanos y son los jueces los que defienden a los ciudadanos contra las aspiraciones de personajes como usted;
  5. Su poder termina donde los jueces, en defensa de los derechos de los ciudadanos, dicen que termina.
  6. Todo intento de superar esos límites estará sujeto al control constitucional de los jueces.
  7. Cualquier rebelión contra este esquema o insinuación de instaurar un sistema de suma de poder público que elimine el control judicial sobre sus actos, está considerado por el artículo 29 de la Constitución como traición a la patria.

¿Le quedó claro? ¿Lo entendió?

Quien también debería entender este funcionamiento es aquella parte de la sociedad que idolatra a caudillos de barro que solo aspiran a tener el poder para robar riqueza pública mientras engañan al pueblo con espejitos de colores.

Mientras la gente no tenga una idea clara de quién puede perjudicarla en el goce de sus derechos y quién trabaja para que eso no pase, el país tendrá serias dificultades para ser una república libre.

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