
La Argentina no logra abordar los dos bodoques que la aquejan sin agravar seriamente la situación en la que se ha metido en una mezcla de impericia, ideología del atraso y terquedad.
Desde hace un año, en que el mundo entró en pandemia, el gobierno no ha hecho otra cosa que tomar decisiones equivocadas.
Con apenas 150 casos dispuso un encierro generalizado que, en su momento, varias corrientes sensatas le aconsejaron evitar.
Curiosamente -y eso da una pauta del tipo de material de la que estamos hechos- el presidente Fernández cosechó en ese momento sus índices más altos de popularidad: mucha gente percibió que llevarse de arriba unas “vacaciones” extras, sin trabajar, cobrando igual y quedándose en casa, era una especie de panacea inesperada.
El clima era aún indulgente, se sucedían los días de sol y, teóricamente, nos estábamos protegiendo. Aun así no fueron pocos los que advirtieron que jugar así con una economía que ya venía muy golpeada era muy peligroso.
Fernández y el kirchnerismo en general, inauguraron por primera vez la terminología de “los anti cuarentena” y de “entre la economía y la salud elijo la salud de los argentinos”.
El buen clima se fue, los negocios comenzaron a cerrar, los comercios a fundirse, el trabajo a perderse y las empresas a huir del país.
Pese a las restricciones, el virus no pudo ser controlado. La Argentina trepó rápidamente en la tristemente célebre tabla de posiciones de contagios y en la curva de muertes cada 100 mil habitantes. El presidente, que se había mofado públicamente de muchos países del mundo, quedó pagando en un papelón internacional.
Lo cierto es que el gobierno picó el boleto del encierro demasiado temprano y demasiado drásticamente, a tal punto que no fueron pocos los que creyeron que las razones del confinamiento se debían a otras motivaciones.
La economía se derrumbó 10%, se perdieron cientos de miles de empleos, miles de pymes cerraron y algunas compañías grandes decidieron abandonar la Argentina.
El país nunca logró perforar el piso de los 4000 casos diarios. Aun así, ya de nuevo con buen tiempo y con Maradona muerto se organizó un funeral multitudinario en plena plaza de Mayo que fue un desborde total.
La emisión monetaria a la que se echó mano para calmar las aguas generó un desborde inflacionario que llevó el IPC anual al 50% en 2020. Los “salvavidas” del ATE y el IFE se suspendieron y la gente volvió a depender de generar ingresos en una situación muy deteriorada.
Por esos meses comenzó la épica de las vacunas. De nuevo la lengua karateka del gobierno salió desorejadamente (como de costumbre) a llenarse la boca hablando de millones de dosis y de millones de vacunados para mediados del verano.
Nada de eso pasó. Las vacunas no llegaron en la medida prometida y la nomenklatura gobernante robó gran parte de las primeras remesas para vacunar a sus propios militantes. La sensación de haber sido estafados aún en la propia masa electoral del oficialismo fue notoria. La imagen del presidente se derrumbó como un piano, del mismo modo que la credibilidad de su palabra. El gobierno había consumido, en un año, todo su crédito.
Ahora llega la que se dio en llamar “segunda ola”. El virus ha producido mutaciones que nadie sabe cómo se comportan ante las vacunas o si estas son útiles para prevenir o mitigar este nuevo embate.
Comienza entonces, una nueva teorización sobre el encierro. Pero el gobierno advierte que ya quemó todas sus naves en ese terreno. Si hubiera escuchado los consejos de la gente con dos dedos de frente que le indicaba que era una locura parar la actividad económica por menos de 200 contagios, hoy dispondría de espalda para intentar otra cosa, como está haciendo Chile, por ejemplo.
Pero no. La testarudez ideológica de la restricción de libertades fue más fuerte. Es como si hubieran visto, de repente, la oportunidad de su vida: terminar con la libertad individual de un golpe y encima con el beneplácito de las víctimas… ¡Oro en polvo! ¡Jamás pensaron que la Providencia les regalaría semejante presente! Lo tomaron.
Y ahora están entrampados en medio de un año electoral en donde la gente no perdonaría mishiaduras más profundas de las que el gobierno ya causó con su impericia y con su ceguera de atraso. Volver a cerrar cuando muchos ya lo hicieron definitivamente y apenas se defienden luchando como gato panza arriba (en muchos casos en la mayor informalidad) sería emitir un certificado de defunción económica.
Pero por otro lado los casos de Covid aumentan. Las restricciones serían recomendables epidemiológicamente (es lo que están haciendo los países que no picaron su boleto del confinamiento) pero desde el punto de vista económico, social, político y hasta psicológico, son inviables en la Argentina kirchnerista.
¡Qué gran hazaña la de estos burros! Entraron como caballos a la tentación de terminar con la libertad y ahora el búmeran les está pegando en la frente. Le tienen miedo a un aluvión de votos de repudio y entonces especulan con suspender las elecciones.
Ya lo propuso oficialmente el presidente de la Cámara de Diputados con las PASO. Están tentando el terreno para entrever lo que va a ocurrir cuando aparezcan con la novedad de que este año no se va a votar.
Ojo: no sabemos cuál puede ser la reacción social. El gobierno más irresponsable de la historia argentina ha jugado con fuego. Detrás de la idea de que, en el fondo, lo único que les preocupa es la situación judicial de la señora Fernández, creyó encontrar en la pandemia un maná del cual solo podría obtener beneficios que le aceleraran su plan de sometimiento. Pero sentarse a jugar a los dados con Dios, suele ser riesgoso. La única pena es que no serán ellos los principales perjudicados.