Ayer el presidente declaró la exclusión nacional de Córdoba.
Fernández, en otra declaración completamente descerebrada dijo: “Yo sé que es (Córdoba) un terreno hostil. Pero sé también que hace falta de muchos cordobeses y cordobesas como ustedes para que Córdoba, de una vez por todas, se integre al país. Para que Córdoba, de una vez por todas y para siempre, sea parte de la Argentina. Y no esta necesidad de siempre parecer algo distinto”.
Analicemos este disparate (típico de la cancel culture o “cultura de la cancelación” que consiste, justamente en “cancelar” todo aquello que no coincide con tus puntos de vista).
El presidente utiliza la expresión “de una vez por todas”. Se trata de la terminología que utilizan los que advierten, de los que imparten rebencazos para que la “razón” les entre en la cabeza a los rebeldes.
Fernández parece decir: “Ya son varios los palazos que les dimos: a ver si entienden de una vez”.
El presidente hace esta guaranga advertencia porque Córdoba -lo dice él, también- es un terreno hostil, es decir, un territorio al que se le ocurrió tener la peregrina idea de votar en contra del peronismo. De ese hecho el presidente colige que Córdoba no es una provincia que simplemente piensa distinto, sino que es una geografía enemiga que, de una vez por todas, debe rendirse al “pensamiento nacional” e integrarse a la Argentina porque, mientras no lo haga, estará disgregada del resto del país. Será una hereje.
Para Fernández, por votar contra el peronismo, Córdoba no está integrada a la Argentina: “si no votas al peronismo no sos argentino”.
Si uno bien se fija, es lo mismo que dijo hace 10 días el ministro de economía, Martín Guzmán, quien acusó a la oposición de ser anti argentina por presentar ideas diferentes respecto de lo que el país tendría que hacer con las negociaciones con el FMI.
Se trata de una concepción autoritaria del poder, de una forma de pensamiento único que repele el solo hecho de tener una idea diferente a la peronista, al punto de considerar que el peronismo es la Argentina y que todo no-peronista es, por lo tanto, no-argentino.
Fernández hace hincapié en la idea de que es sencillamente insoportable que Córdoba tenga la aspiración de “ser algo distinto”.
Se trata de una descarada confesión de que el peronismo repele lo diferente y pretende someter a todo el país a las imposiciones de sus sablazos.
Fernández luego cayó en otro sincericidio tácito. Dijo sin, que se le moviera un pelo: “Yo prometí en la campaña que no íbamos a hacer ninguna discriminación con Córdoba, y tengo la íntima tranquilidad de haberlo cumplido”
De nuevo, el presidente cree que la Argentina es una estancia llamada “La Peronista” o “La Peronia” en la que se hace lo que el capanga disponga.
Cumplir con lo que indica la ley en materia de redistribución impositiva o que de cualquier modo interrelacione al gobierno federal con la provincia, no es algo que quede supeditado a las promesas de campaña y que, como consecuencia de su eventual cumplimiento, la provincia deba agradecer cómo se le agradece la limosna al señor feudal.
No discriminar a Córdoba y cumplir con lo que establece el orden jurídico para con el tratamiento tributario de la provincia no es una gracia del Príncipe sino lo que corresponde según la vigencia del Estado de Derecho.
Pero Fernández, como buen peronista, se cree un capataz, un caporal, que puede tener la “deferencia” de tratar sin discriminaciones al diferente, pero que siempre guarda bajo su puño la omnímoda voluntad de castigar al revoltoso, entendiéndose por “revoltoso” simplemente al que ose pensar distinto.
El presidente, en el mismo acto, dijo: “Lo único que sé es que nosotros tenemos razón en lo que decimos. Es lo único que sé. O sea, Fernández cree que el peronismo ha sido investido con la razón, que alcanzó la verdad revelada y que, como tal, es indiscutible, irrefutable, insuceptible de ser superado y menos aún de estar expuesto a revisiones llevadas a cabo por “distintos”: los distintos deben rendirse.
Todo este discurso fue dado en el marco de una reunión tranquila, no en el escenario incendiario de una tribuna. Esa es una señal de que estas “ideas” fluyen en ellos de manera natural; no alcanzan a entender que las cosas sean de otra manera: para ellos que el país sea peronista y que quienes no lo sean deban agachar el lomo e “integrarse” en señal de definitiva derrota es algo natural.
La Argentina, el 14 de noviembre, debería empezar a demostrarle que las cosas son exactamente al revés: la anomalía aquí es el peronismo. El peronismo es la galladura contra legem y contra constitucional de la Argentina. Ellos son el verdadero cayo que desentona en la partitura de la Constitución. Ellos son los que han desintegrado al país del sentido común y del orden legal. Son ellos los que reemplazaron la fuerza de la ley por el gobierno de la fuerza. Son ellos los que enfrentan el principio de la diversidad y de la tolerancia. Son ellos todo lo que está mal, por ser la expresión de todo lo que la Constitución desincentiva y desaconseja. Son ellos los que, en todo caso, deberían integrarse a la tolerancia cívica del Derecho.
Córdoba tiene toda la libertad para ser al mismo tiempo no-peronista y argentina. Negarlo es negar las ideas sobre las cuáles el país fue construido, esas ideas contra las que el peronismo está en guerra: las ideas de la libertad, de la autonomía de la voluntad, de la soberanía individual y del verdadero federalismo.
Carlos Mira, estoy totalmente de acuerdo con todos los términos de tu nota. Creo, además, que deberíamos tener en cuenta algo: el peronismo tuvo muchas cosas deleznables, pero algunas cosas buenas por peronistas que evolucionaron. No lo podemos negar. Y el kirchnerismo que es todo malo, lo lleva en su ADN, tomó lo peor del peronismo, todo aquello que decía deleznable. El resultado está a la vista. A mi, me asaltan algunas dudas ¿bastarán las urnas para barrer la basura? No puedo olvidarme de las toneladas de piedra en la Plaza del Congreso, ni la muerte de Nisman, ni las amenazas permanentes a todos los opositores. Ya no hay más FFAA que a la orden de la ley la hagan cumplir. Hoy hay otras fuerzas armadas y las tiene el kirchnerismo: el narcotráfico.