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La defensa de la libertad

Estas columnas nunca estuvieron del lado del bullicio. Nunca se fomentó desde aquí el muchedumbrismo o el pensamiento masa. Siempre, por el contrario, se defendió la autonomía de la voluntad y la supremacía del individuo por oposición a lo colectivo y a las estructuras que actúan por la fuerza.

Siempre consideramos que la libertad es hija del razonamiento individual y de la cooperación voluntaria, no de las imposiciones del número. Esas manifestaciones siempre se emparentaron más con el fascismo y con la fuerza bruta que con la saludable primacía del pensamiento crítico.

Pero en circunstancias límite, cuando la libertad está en peligro y los derechos civiles pueden desvanecerse irremediablemente es necesario hacer algo. Las fuerzas individuales del hombre solo pueden aparecer como dispersas y débiles frente a un adversario atroz.

Entonces es necesario unir esas fuerzas para darle músculo a la libertad, para que ella no solo sea moralmente superior a la servidumbre sino que sea popularmente mayoritaria.

Y a ese límite casi final está llegando la Argentina. En otros países de cultura occidental la libertad no necesita ser defendida por ríos de personas que inundan las calles: ella late en el corazón libre de cada ciudadano que no está dispuesto a que ninguna bota superestructural le pise la cabeza.

Quienes sueñen con esa utopía de sometimiento saben que se enfrentan a un sentimiento tan adentrado en la cultura y en el convencimiento de todos que reconocen que no tienen espacio para sus disparates. Probablemente, si lo intentaran de todos modos, también tendrían una reacción callejera incomensurable. Pero en esos países no se llega a ese límite porque no hay nadie con suficiente nivel de insania como para desafiar lo que es el sentido común horizontalmente aceptado.

En la Argentina, donde esa especie de segunda naturaleza ha sido virulentamente atacada (e incluso con bastante éxito porque de hecho lograron que la mitad del país, como mínimo, descrea de la libertad) esas convicciones, de las que gozan otros, no existen. Al contrario, como decíamos recién, el proyecto de subvertir el orden de la libertad ha sido muy exitoso y logró llevar al inconsciente de un número muy preocupante de argentinos la convicción de que lo importante no es la libertad sino la fuerza bruta.

Cuando se perfecciona la creación de un movimiento de fuerza que ataca la libertad, la lógica de la física indica que éste solo puede ser contrarrestado con una fuerza igual o mayor de sentido opuesto. Es decir, la libertad deberá tomar alguna de las formas de la fuerza para prevalecer frente a la servidumbre.

La Argentina de los últimos meses protagonizó varios hechos en donde la libertad se vistió de fuerza para frenar proyectos de dominación disparatados. Lo hizo el hombre de campo profundo, el chacarero cotidiano cuando el gobierno amenazó con expropiar Vicentin. Se formó allí una fuerza callejera que salió al aire libre desafiando los peligros de la pandemia para poner un límite al autoritarismo fascista, ofensor de la propiedad privada. Esa gente, munida de banderas argentinas, le dijo “no” al avasallamiento de los derechos protegidos por la Constitución. Y nótese aquí que esos derechos no son concedidos por la Constitución: son reconocidos protegidos por ella. Es decir esos derechos -entre los cuales se encuentra el de propiedad, claramente- son superiores y anteriores a la Constitución; provienen del orden natural y corriente de las cosas. Ella solo confirma humildemente su prexistencia y ofrece un marco de garantías para cuidarlos.

Lo cierto es que esa reacción popular callejera fundamentalmente en Santa Fe, pero con repercusiones en todo el país, obligó al fascismo a recular.

Luego el día de la Independencia, el 9 de julio, de nuevo la gente salió a la calle a advertir que no toleraría el autoritarismo y el atropello. Y de nuevo el gobierno respondió llamando al dialogo con la oposición.

Naturalmente que ellos son tácticos. No renuncian a sus metas de dominación y de quedarse con todo (que son sus verdaderos objetivos) y esos pasos hacia atrás más bien son estrategias para tomar carrera y volver a arremeter más que reconocimientos de que no tienen chances de avanzar. Pero, de todos modos, mientras tanto no avanzan.

Ya antes, manifestaciones que incluso se limitaron solamente a los balcones, con gente indignada golpeando cacerolas por la suelta de delincuentes con la excusa del Covid (que da para todo), habían logrado parar ese dislate, más allá del daño que ya se había materializado por el hecho de los presos peligrosos que soltaron.

Ahora anda dando vueltas una arenga whatssapera para juntar un millón de personas el 17 de agosto, el día de San Martín. La invitación dice que se puede. Que ya se hizo en octubre de 2019, en abril de 2013 y en noviembre de 2012.

La arenga dice que la movilización sirve “porque el peronismo le tiene terror a la gente en la calle”, “porque ellos no lo pueden hacer con gente espontánea y sin pagar”, “porque derriba el mito del gobierno popular y de que quienes protestan son solo los pitucones de la Recoleta” (lugar en cuyo corazón vive, dicho sea de paso, la capitana de la venganza, Cristina Fernández)

La proclama continúa diciendo que “los medios y la Justicia le apuestan al caballo ganador”. Y citan como ejemplo estos interrogantes: “¿Cuándo empezaron a avanzar las causas contra CFK? Después de la derrota electoral de 2013. ¿Y cuándo empezaron a frenarse? Cuando por la crisis de 2018 la figura de Macri empezó a desgastarse”.

Esa convocatoria pretende demostrar que, aunque el kirchnerismo está en el gobierno, ha perdido el poder y que es preciso que venga al pie de la libertad para que la paz democrática no siga rompiéndose.

Es posible que sea cierto. La libertad debe ser defendida. Solo cuando se ha afincado tan hondamente en el corazón y en el espíritu de todos puede descansar tranquila de que ninguna horda será tan fuerte como para derrumbarla. Y aun en ese escenario siempre hay que estar atentos.

Pero en un horizonte tan deteriorado como el argentino y en un lugar donde impera casi una convicción contraria a la vida libre, quizás haya llegado el momento de dejar el confort y salir a la calle a defender lo que nunca se nos debió arrebatar.

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