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La argentina frente al conflicto en Ucrania

El gobierno de los Estados Unidos manifestó su deseo de que la Argentina que gobierna Alberto Fernández sea su aliada en caso de que Rusia lance una ofensiva para invadir Ucrania.

Primero analicemos un hecho que, en el fárrago informativo, parece pasarse por alto y hasta es tomado con naturalidad, como si fuera un hecho común y cotidiano: hablamos de la invasión de un país por otro, en pleno siglo XXI, sin que medie ningún motivo humanitario o grotesco que justifique la movida, como si habláramos de comer estos caramelos o aquellos otros.

Nos zambullimos en las posibles consecuencias del hecho, en que ocurrirá no solo en la región sino en el mundo, pero el hecho en sí no lo discutimos, es como si aceptáramos que el mandamás de una potencia imperial pudiera decidir la invasión de un país vecino e independiente simplemente porque se le canta.

Repito: luego analizamos otras cosas derivadas de ese hecho principal, pero el hecho principal parecería ser aceptado. 

No se trata de otra cosa más que de una de las tantas aberraciones que el buenismo occidental se acostumbró a pasar por alto cuando las groserías provienen de regímenes que por razones insondables no reciben la dureza de tratamiento que merecerían.

Imagínense ustedes si EEUU estuviera desarrollando ejercicios militares en su frontera con México, aprestándose para invadirlo.

¡El mundo saltaría en un grito! No se escucharían otras cosas más que barbaridades (como, por otra parte, correspondería) acerca de la alocada iniciativa.

Pero como el invasor es Rusia no hay reacciones. Y en la Argentina menos.

Es más, el presidente Fernández acaba de concluir una visita a Moscú en donde se deshizo en elogios para con el capitán del Imperio, el ex KGB Vladimir Putin, a quien llegó a decirle que quería desembarazarse de la dependencia norteamericana y del FMI para que la Argentina pasara a ser, en su lugar, “la puerta de entrada” de Rusia a América Latina.

Cómo sabemos, el hombre de paja que ocupa el sillón de los presidentes, tuvo luego que protagonizar mil contorsiones en el aire para tratar de solucionar la indudable molestia que semejante impostura había causado en el gobierno de Joe Biden que venia de poner encima de la mesa del FMI su influencia para que la Argentina no cayera en default.

Ahora Washington, en previsión de lo que pudiera ocurrir en el lejano Este europeo, ha dicho: “Como países democráticos, como líderes democráticos en nuestro hemisferio, nosotros y la Argentina tenemos la responsabilidad de defender pública y privadamente los valores que compartimos. Y en el centro de esos valores se encuentran los principios del orden internacional basado en reglas”.

Se trata de una declaración contundente que no deja espacio para la duda: el gobierno demócrata de Joe Biden espera que la Argentina esté con ellos en la condena a Rusia, a Putin y a la invasión sin lugar a la menor sombra de duda.

El mundo se está aproximando aceleradamente a un escenario similar al que se vivió durante la llamada Guerra Fría.

Siguiendo la inveterada costumbre de la diplomacia nacional de leer completamente al revés los acontecimientos mundiales, la Argentina ya conoció lo que son las consecuencias de ponerse del lado equivocado en una guerra.

¿Qué harán ahora el hombre de paja y su imberbe canciller?

Ambos vienen de lamerle las botas a Putin y al Partido Comunista Chino en abierto desafío, no a Washington, sino a las tradiciones alberdianas del país y a la escuela que conformó a la Argentina como nación.

¿De nuevo veremos al país poniéndose del lado de un invasor imperial por el simple hecho de que es un contrincante de los EEUU? ¿Tan lejos llega nuestra incultura, producto de nuestra ciega envidia y de nuestro rencor resentido, como para avalar un atropello al derecho internacional como éste?

Hasta ahora el impresentable gobierno argentino ha tratado de poner en vigencia la famosa máxima nacional (que tanto empezó a costarnos en términos de nivel de vida y de reputación internacional) de la Primera Guerra Mundial: “Yo, argentino”. Así nos fue con esa mariconeada de sacarle el culo a la jeringa.

Fiel a ese principio cobarde y escurridizo el gobierno se ha manifestado en el sentido de “aspirar a que el conflicto en el este de Ucrania se solucione de manera pacífica “, como dando a entender que aquí existe  una colisión de intereses de partes en donde cada una puede atribuirse parte de la razón.

Aquí no hay nada de eso. Lo que hay aquí es una única voluntad imperial de restaurar el poderío y, al menos, una porción del territorio de la ex URSS, por parte de un jerarca prominente de aquella nomenklatura diabólica. 

Rusia ha dispuesto esta movida por su sola decisión, así como Hitler invadió Polonia en 1939, bajo el argumento sostenido por el solo hecho de que Polonia era, supuestamente, parte del Imperio alemán y que esa situación debía restaurarse.

Putin ya implementó la misma lógica en Crimea y, efectivamente, logró anexarla.

A la Argentina se le presenta una nueva oportunidad de dejar en claro en dónde se ubica en el concierto internacional.

Washington ya dio a conocer lo que espera de una nación que se dice democrática y que preside nada más y nada menos que la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

Fernández tuvo la oportunidad de aclarar esa disyuntiva y no lo hizo. O peor aún, hizo lo que no debía hacer: endosar al violador.

Las consecuencias para el país si no es claro en la defensa de los valores de la libertad y de la democracia pueden ser devastadores.

Ponerse abiertamente del lado de los totalitarismos (y encima hacerlo por envidia y resentimiento) puede ser el canto final de la sirena argentina: el canto que la lleve directamente de la mano a una alianza que la hunda en la servidumbre.

Por Carlos Mira
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One thought on “La argentina frente al conflicto en Ucrania

  1. Andrés

    Buenas tardes Charly;

    Aplaudo su compromiso por la libertad, tanto la nuestra como la de Ucrania y su compromiso con Occidente. La verdad que estos comportamientos oportunistas de nuestro oficializmo dan vergüenza y nos están hipotecando la credibilidad futura. Abrazo

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