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Es el odio, estúpido

En Septiembre de 1999 se lanzó con mucho éxito la película cuyo título en inglés era “Double Jeopardy” (“double jeopardy” es la expresión en inglés legal para la figura del doble juzgamiento por el mismo hecho) en la que Libby Parsons (protagonizada por Ashley Judd) es enjuiciada y condenada por el asesinato de su marido, Nick Parsons (Bruce Greenwood) a bordo de un yate propiedad del matrimonio.

El hecho, en realidad, había sido una puesta en escena armada por Nick para que su esposa fuera a prisión y él (considerado muerto y bajo otra identidad) pudiera vivir libre de problemas con la que hasta entonces había sido su amante, Angie (Annabeth Gish) que trabajaba con ellos y en la que, en su ignorancia, Libby confiaba totalmente.

Libby y Nick tenían un hijo (Matty) que queda en custodia de Angie (dado que Libby estaba en prisión y Nick teóricamente muerto).

En uno de los tantos llamados que desde la prisión Libby le hacía a Angie para hablar con Matty se produce una escena que lo cambia todo. Mientras Matty estaba al teléfono con su madre, su padre, Nick, abre la puerta y entra a la casa. El chico, con la línea de teléfono abierta y espontáneamente, lo saluda con un  “hola papá” lo que es escuchado por Libby.

A partir de allí, ella confirma que su marido está vivo, viviendo con Angie y teniendo a Matty y se retuerce sobre sí misma en una mezcla de furia, odio y deseo de venganza.

En la cárcel conoce a una abogada, Lucy, convicta por una estafa, que le explica que si sale de la cárcel podría matar a Nick en medio de la 5ta Avenida en New York delante de todo el mundo y que nadie podría juzgarla por eso por la sencilla razón de ya había sido juzgada en una causa por matar a su marido: un caso perfecto de “double jeopardy”. (Escena de la fotografía de ilustración)

En la cárcel su único objetivo era mantenerse en buen estado de salud para que, cuando saliera en libertad condicional, poder vengarse de su esposo y recuperar a su hijo.

Para eso entrenaba todos los días como si fuese una atleta preparándose para una competencia, comía bien y se seguía asesorando legalmente con su compañera de celda.

En uno de esos días se desató una tormenta tremenda mientras ella estaba entrenando. Libby continúa corriendo alrededor de la cancha de fútbol como si nada. A la distancia Lucy la estaba mirando y le grita, “Nena, es el odio lo que te mantiene viva”.

En efecto, era la fuerza del odio y la sed de venganza lo que la mantenía alerta y sin bajar los brazos, lloviera o tronara.

Libby, sale de la cárcel y eventualmente logra recuperar a su hijo y vengarse de su marido a quien mata en defensa propia en medio de una refriega, aun cuando no hubiera necesitado de esa excusa para esquivar la condena porque estaba protegida por el “double jeopardy”.

Esa escena siempre quedó en mi mente como un ejemplo gráfico de la fuerza sobrehumana que efectivamente tiene el odio. Es la misma fuerza que detectó el Che Guevara cuando dijo que “un revolucionario sin odio” no podía triunfar y que el odio debía convertirlo en una “cruel, fría y sistemática máquina de matar”.

Traigo a colación este relato porque sin la presencia del odio no sería posible explicar la realidad argentina actual. Solo la existencia de un odio visceral y de un resentimiento atragantado permite entender lo que el país vive desde hace casi 80 años.

Fue el peronismo quien introdujo ese germen en la sociedad por la vía de insuflar un discurso divisor entre los argentinos y de la Argentina para con ciertas ideas y países en el mundo.

El constante repiqueteo sobre la idea de que lo malo que le pasaba a algunos argentinos era la culpa de otros argentinos y de que lo malo que le pasaba a la Argentina era la culpa de ciertas ideas y de determinados países extranjeros, fue lo que encendió un motor de odio que no se ha apagado hasta hoy.

Es más, el motor tuvo notorias exacerbaciones en algunos tramos de estas últimas ocho décadas, notoriamente en los ’70 y en los veinte años dominados por los Kirchner.

Durante los ’70 el odio tomó las armas y desencajó una guerra civil en donde murieron miles de argentinos inocentes a manos de seres que se creían iluminados y superiores al resto de los mortales y cuyo objetivo era imponer una férrea dictadura castrista, lo cual motivó un contraataque militar que mató y desapareció a miles del otro lado.

Luego de una cierta década de paz en los ’90, los Kirchner detectaron que podían acrecentar su poder (que era mínimo en sus inicios) por la vía de recrear los odios y las divisiones del pasado. Así fue como resurgieron los herederos de los guerrilleros de los ’70 sin fusiles ahora, pero con las armas del adoctrinamiento y del lavado de cerebro. ¿Su objetivo? El mismo que el de los ’70: imponer una dictadura de clase, con ellos como élite privilegiada y millonaria, por encima de una sociedad esclava, empobrecida y dependiente.

Este declive social (cuando se recuperó la democracia la Argentina tenía una pobreza de un dígito de su población, hoy es de casi el 50%) solo puede ser defendido por el imperio del odio: hay muchos argentinos hoy que no quieren salir del barro de la miseria sin que antes caigan allí los que aún no cayeron. No buscan mejorar: lo que quieren es ver peor al vecino que odian. Solo la existencia del odio explica esto.

En estos días, el secretario general de ATE Capital, Daniel Catalano dijo que si Macri vuelve a ser presidente “habrá que pasar de 14 toneladas de piedras a 28 toneladas”, en referencia a la manifestación que arrojó esa cantidad de cascotes a la policía que pretendía proteger el edificio del Congreso mientras se discutía una nueva fórmula de ajuste de las jubilaciones en 2017.

Esa fórmula fue derogada durante el gobierno de Alberto Fernández generando un serio perjuicio para los haberes jubilatorios que serían mejores hoy con la fórmula atacada a piedrazos que con la fórmula que aprobó el nuevo gobierno nacional y popular.

Ese empecinamiento con apoyar lo peor aun cuando se perjudiquen los propios sólo puede ser motivado por el odio al rival. “Si con lo que sugiere hacer el rival voy a estar mejor, prefiero estar peor…” “Es el odio lo que te mantiene viva, nena”.

Obviamente la posibilidad de salida hacia un futuro mejor de una sociedad en donde imperan estos valores es muy difícil, cuando no imposible. Cuando el odio y el resentimiento se adentran en los pliegues más íntimos del cerebro humano, las posibilidades de que una racionalidad superadora cambie las expectativas y de vuelta la realidad son escasas. Muy escasas. Tan escasas como eran las posibilidades de que Nick se saliera con la suya.

Por Carlos Mira
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One thought on “Es el odio, estúpido

  1. Dario Wurtz

    Hola Dr. Mira….el odio… que tema !!!!..como tantas veces se ha dicho los gobiernos populistas o aquellos comandados por “líderes” iluminados necesitan de enemigos para justificar incapacidades, pero cual es el medio o el vehículo por el cual esos gobiernos engañan y captan a los ingenuos ??? Exacto !! el odio !!! ..hasta la mitad de los años 40 nuestro país no sufría enfrentamientos mentales entre iguales, fue el peronismo quien sembró y abonó la semilla de la discordia transformada en odio….y así pasaron las décadas y hoy la famosa y triste grieta se muestra como la continuación de aquella doctrina fascista de los 40. Personalmente no sé cual es la salida, si es que la hubiera, pero si sé que cual dogma religioso el fanatismo es muy difícil de erradicar………Conclusión: nos han destruido el país, aquella Argentina pujante, pacifica y atractiva ha muerto y los muertos nunca reviven. Saludos

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