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El resentimiento y las confesiones

Es su odio clasista el que los ciega. De lo contrario uno supone que deberían darse cuenta. Pero no.

Ya lo había hecho Cristina Fernández de Kirchner al decir que en la Ciudad de Buenos Aires “hasta los helechos tienen luz y agua” y que allí se ponían “veredas cada vez más brillantes”.

Cualquier consejero de buena fe le habría dicho que frases como esas dejaban efectivamente al descubierto que esos buenos estándares de vida se conseguían justamente donde no gobernaba el peronismo y que, al contrario, iba a resultar evidente (porque ella misma lo decía) que todas las carencias (como “chapalear en el barro”) estallaban donde gobernaban ellos. Pero no hay advertencia que valga: su clasismo envidioso, de chusma de barrio, la traiciona una y otra vez.

Luego fue el presidente  -un porteño de Puerto Madero- el que se quejó de la “opulencia y belleza de Buenos Aires” de la que dijo sentirse avergonzado y con culpa. Cualquiera que quisiera aconsejarlo bien le habría dicho que se puede sentir vergüenza y culpa por la miseria, por la escasez y por la fealdad pero no por lo lindo, lo abundante y lo afluente.

También le habrían apuntado al presidente que una crítica invertida como esa dejaba en evidencia la confesión abierta de que en las jurisdicciones que el peronismo no gobierna hay abundancia y hasta belleza, mientras que donde gobiernan ellos hay pobreza y fealdad, exactamente igual que en el caso de Kirchner. Pero tampoco: el resentimiento venenoso era más fuerte que el análisis racional.

Pasó el tiempo y de nuevo Fernández cae en su propia trampa. Ayer, en Santiago del Estero, junto al gobernador Zamora (otro desaforado que pretende retrotraer a la Argentina a una artificial lucha entre el puerto rico y el interior pobre) dijo que allí, en el norte argentino, lo que se debate “no es si se amplía o no la red de subtes sino si hay agua o no”. También dijo que le gustaría llevar al jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires allí, adónde él estaba, para mostrarle lo que es el norte argentino.

Cualquiera que hubiera decidido cavarle una fosa al presidente para enterrarlo por su propia confesión de que donde gobierna el peronismo solo hay miseria, no habría podido hacerlo mejor.

El norte argentino es un bastión peronista desde que el peronismo existe y, efectivamente, no hay más que ver cómo se vive allí para tener una fotografía condensada de todas las privaciones.

El peronismo no solo no ha podido mejorar el estándar de vida de esos pueblos: los ha llevado a vivir con esas carencias. Lo que hoy les falta es el resultado directo de las políticas peronistas.

Es más, el formidable éxodo de muchas personas que nacieron allí hacia las cercanías de la ciudad de Buenos Aires ha sido un fenómeno de expulsión motivado y producido por las responsabilidades peronistas.

Lo que dijo el presidente ayer es una nueva confesión de que basta que el peronismo se haga del poder en un lugar para que ese lugar se despida del confort, del crecimiento, de la abundancia y hasta de la belleza. El peronismo instala, allí donde gobierna, discusiones de la Edad Media como si se tiene o no agua corriente, en lugar de propiciar discusiones sobre alternativas de más y mejor nivel de vida. No lo digo yo, lo dicen ellos, empezando por sus figuras más emblemáticas.

Quizás eso explique algunas conductas que tienen los ejércitos callejeros peronistas en la ciudad de Buenos Aires cuando no pierden oportunidad, no importa lo festiva que pueda ser, para romperla con una saña inusitada.

La gran paradoja de esta discusión inútil es que quienes desde el peronismo pretenden apoyarse en el interior pobre para exhibir una desigualdad injusta con la ciudad de Buenos Aires no se dan cuenta que fueron ellos los que, a través del ejercicio de un feudalismo unitario propio de la Argentina anterior a la Constitución, ahogaron las posibilidades de crecimiento y desarrollo de ese formidable interior que se abre más allá de la Avenida General Paz.

En efecto, la consolidación del esquema peronista de gobierno a través de caudillos provinciales que impidieron la profundización de la libertad autonómica de las provincias, fue la que sumió a la Argentina profunda en un formidable atraso. Resulta notoriamente paradójico que las quejas demagógicas de esos personajes vengan montadas en el verso del federalismo cuando quienes asesinaron el federalismo fueran ellos.

El federalismo es un sistema que une unidades que serían de otro modo independientes en una unión sinérgica porque advierte que de esa unión se obtendrán resultados mejores para todas las partes integrantes que el que podrían obtener esas mismas partes viviendo por separado. Pero en todo lo que no haga a ese aprovechamiento común esas unidades deben seguir manejándose “como si” fueran independientes, dejando volar a sus ciudadanos, promoviendo su autonomía y su desarrollo autárquico.

El peronismo, de origen militar y verticalista, es lo opuesto a esa concepción. El peronismo exige mando unificado y obediencia; no autonomía y responsabilidad propia. Lamentablemente, cuando la Argentina, a mediados del siglo XX, entró en una encrucijada filosófica decisiva entre volver a su memoria caudillista previa a la Constitución o encaminarse definitivamente hacia un moderno estado federal, optó, con el peronismo ya en el poder, por emprender un viaje hacia su pasado preconstitucional volviendo a instaurar un  régimen unitario en los hechos en donde una autoridad central única tomaba todas las decisiones.

Esa opción sumió al interior en una pobreza indómita de la que ya no pudo salir. Es como si la Casa de Contratación de Sevilla de los tiempos de la Colonia se hubiera instalado en el gobierno central y por ella pasaran todas las autorizaciones para poder hacer o no hacer. La independencia federativa que en 1946 todavía estaba en ciernes murió definitivamente.

Si alguna posibilidad tenía el interior de ser tan o más rico que Buenos Aires era, justamente, a través de la libertad y la autonomía. El unitarismo peronista hirió de muerte esas aspiraciones.

Por eso resulta repugnantemente insólito que los jerarcas peronistas de hoy echen mano de esta “demagogia federal” para crear una oposición y una guerra entre el interior y Buenos Aires: fueron ellos los que condenaron al interior a “chapalear en el barro” al someterlo a su autoritarismo centralizado y a su esquema de barones corruptos que, en una mesa central, se reparten las riquezas que producen otros.

Los nobles pueblos del interior de la Argentina han pagado el precio al que los condenó el atraso peronista. Por eso, en los lugares en donde el peronismo no gobierna las discusiones son si se amplía una red de subterráneos o si se utilizan los recursos para algo mejor aún. Por eso en los lugares donde gobierna el peronismo la discusión se haya aún anclada entre tener o no agua.

Solo su resentimiento ciego les impide tener conciencia sobre sus propias confesiones.

Por Carlos Mira
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3 thoughts on “El resentimiento y las confesiones

  1. Liliana Couto

    El peronismo es lo peor que le pasó a los argentinos. Y los nobles habitantes de el interior no se cansan de votarlos. Ergo, ellos están tomando su propio veneno. No son inocentes.

  2. Carlos Enrique Ponzio

    Lamentable y dolorosa verdad.

  3. Luis Flekestains

    Con Perón, comenzó la triste decadencia de ArgentinaLu

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