En el escalafón de degradación moral de los países se pueden anotar al menos tres estadios muy claros.
El primer contacto que las naciones tienen con el barro de la ética es la confusión entre el bien y el mal; entre lo que está bien y lo que está mal.
Los países que caen en este primer círculo del infierno, pierden la brújula de lo que indica el sentido común, de lo que es el curso natural y corriente de las cosas y andan a tientas como los ciegos cayendo repetidas veces en errores, injusticias y arbitrariedades.
El segundo círculo del infierno -ya más profundo y pronunciado- es una preferencia consciente por lo que está mal.
Es decir, pese al progreso que, respecto del primer círculo, supondría distinguir el bien del mal (porque para preferir uno de los dos hay que diferenciarlos) los países que caen en esta espiral de profundización inmoral prefieren el mal antes que el bien.
Uno podría decir que se ha tocado fondo: que no hay peor cosa que, no obstante distinguir el bien del mal, preferir éste antes que aquél.
Pero no. Como en el infierno de Dante, se puede descender más aún.
El tercer círculo de degradación los integran los países que no sólo distinguen el bien del mal y aún así prefieren el mal sino que además están orgullosos de ello.
Prefieren el mal y lo festejan, lo propagandean, lo exponen, lo ventilan, lo muestran, lo elevan para que todos puedan verlo, como los romanos hacían gala de sus orgías cuando el Imperio se caía a pedazos.
Al lado de este deleite por elegir el mal se verifica una paralela vergüenza por hacer lo correcto. Aquellos que, en las sociedades que caen en este precipicio, siguen prefiriendo hacer lo que está bien son señalados como individuos tontos, “sin calle”; como “verdes” que no entienden nada.
Muchos de ellos son ridiculizados públicamente y ninguno de ellos es ejemplo de nada.
La Argentina está en este círculo. Son varios los ejemplos que lo demuestran. Ese regodeo infame por lo ilícito, el encumbramiento de los delincuentes al sitial de las deidades, el endiosamiento de lo ilegal y la naturalización del robo y de los ladrones. También es común el señalamiento de los correctos como imbéciles e inocentes, en una velada idolatría por la “culpabilidad”, por preferir ser “culpable” a “inocente”.
En estos días hemos tenido un ejemplo sintomático de lo que hacen los países que han caído en el vomitivo tercer círculo.
La Universidad de Buenos Aires, una de las más prestigiosas casas de estudio de la región, invitó al delincuente condenado en todas las instancias, Amado Boudou, a dar clases sobre “Noticias Falsas y Lawfare” en las aulas de la Facultad de Ciencias Sociales.
La misma casa de estudios que, en las últimas décadas, ha expulsado con virulencia de sus programas de estudio a Alberdi, a Sarmiento, al Federalista (Madison, Hamilton y Jay), a Echeverría, a Locke, a Tocqueville y a Cané, invita a un delincuente a darle lecciones a las mentes jóvenes que se están formando. ¡Y a darle clases sobre noticias falsas y lawfare, el engendro inventado por la Sra. Fernández para escapar de las consecuencias de sus delitos!
Allí está presente el regodeo, el goce por preferir lo peor; el deseo irrefrenable de mostrar la inmoralidad y de elevarla como ejemplo.
Porque si hubiera un cuarto círculo del infierno sería precisamente ese: el buscar maneras para multiplicar la degradación, para asegurarse que su poder corrosivo seguirá actuando en las generaciones venideras como modo de garantizar que el envilecimiento no termine, sino que se profundice.
Resulta francamente repugnante que un sujeto que estafó a todos los argentinos, que degradó la investidura de su cargo, que robó, que mintió, que se mofó de los que menos tienen y que fue encontrado culpable de múltiples felonías se pare delante de una clase de estudiantes de Comunicación de la que saldrán los futuros profesionales que quizás formen y lideren la opinión en la República.
Solo un país que ha perdido completamente los valores puede caer en una barbaridad así; solo un país que ha completado todos los estadios de degradación puede ser capaz de una conducta semejante.
La Argentina es una vergüenza. Su gobierno apesta. Sus instituciones están corroídas por el ácido del odio y la sociedad asiste impávida a la humillación de entronizar el mal y de subirlo a los altares del conocimiento.
Excelente editorial
Excelente. Una explicación clara, concisa y fundada de los confines de nuestra estupidez..
Muy bueno y lamentablemente absolutamente serio y sin exageraciones. Estamos en un de los peores momentos de nuestra historia. País condenado al fracaso a manos de los ineficients, corruptos y politiqueros dirigentes. De no haber un milagro de por medio, no habrá futuro para nadie más que para estos sembradores de odio, revancha y viva la pepa. Dios salve a la Argentina Carlitos!!!. Te mando el cálido abrazo de siempre!!!