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¿El Coronavirus? Si quiere venir, que venga…

Por Tomas Santostefano en colaboración para The Post.

Marx dijo en “El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte” (1852) que los hechos y personajes de la historia ocurren dos veces, una vez como tragedia y otra como farsa. “Acá están reunidos obreros, empresarios e intelectuales, todos los órdenes de la vida nacional en unión nacional en procura del bienestar del país y su dignidad”. Así comenzaba su discurso Leopoldo Galtieri desde el balcón de la Casa Rosada en 1982 para proclamarse líder de la unidad de los argentinos, en pos de cumplir un nuevo “objetivo en común”. Los militares pasaban a primer plano y prácticamente cualquiera que vistiera un uniforme era considerado un héroe. Más tarde y con perspectiva histórica, supimos que el verdadero objetivo de esta cruzada, en realidad, no era recuperar las Islas Malvinas sino invocar una épica nacional que le dé aire a un gobierno cívico-militar en decadencia.

Una multitud lo vitoreaba y así comenzaba esta epopeya durante la cual la imagen del líder de aquel entonces se vio en aumento, y las tapas de los diarios anunciaban como se reencarnaba un mito bíblico, nos enfrentábamos cual David contra el filisteo Goliat. Se olvidaron de contarnos, sin embargo, que éramos David pero sin honda y sin piedra. Así fueron pasando los días y “Se recupera una zona de gran riqueza” decía el diario La Razón, “Argentinazo:¡Las Malvinas recuperadas!” anunciaba Crónica, y el tristemente célebre “Estamos ganando” de la revista Gente.

La derrota frustró el deseo de la dictadura y las consecuencias no tardaron en llegar. Finalmente el régimen militar quedó en posición de jaque-mate, con la renuncia de Galtieri y el posterior llamado a elecciones de Reynaldo Bignone, último presidente de facto de la Nación. El resultado de esta metamorfosis política y social no solo resultó en el gobierno democrático de Alfonsín, sino también en el histórico juicio por los delitos de lesa humanidad. Este fue el punto final de las dictaduras militares en Argentina, y el comienzo de una etapa democrática ininterrumpida en nuestro país hasta el día de hoy.

Este es solo uno de los ejemplos de cómo puede un interés corporativo y político disfrazarse de una gran gesta nacional, donde en realidad el hecho es utilizado por actores políticos para “llevar agua hacia su molino”. El tiempo pasa, los actores cambian, pero las miserias de la política siguen siendo las mismas. Por eso tenemos que aprender del pasado, para identificar patrones y conductas que puedan ayudarnos a prevenir los fracasos que ya experimentamos anteriormente como nación.

Hoy el sistema democrático es indiscutido, y ninguna persona que haya llegado por la fuerza tendrá argumento alguno para justificar su permanencia en el poder. Pero eso no quita que, aún en democracia, haya líderes que tomen decisiones sin estar basadas en la convicción, sino en el oportunismo político. De esto debemos protegernos y a esto probablemente tendremos que enfrentarnos el día de mañana, porque ya la historia nos demostró en Argentina y en el mundo que existe una relación de proporcionalidad directa: los autoritarismos más feroces surgen de las crisis económicas y sociales más profundas.

Por todo esto es que se encienden alarmas con muchas de las actitudes de quienes conforman el Gobierno Nacional. 

La característica fundamental del kirchnerismo es convertir cualquier problema en una batalla ideológica, basando su discurso –o relato- en torno a la figura paternal y/o maternal del momento que viene a protegernos de los males y los malvados que quieren arruinar al pueblo (pero por suerte existen ellos). Al comienzo el Ministro de Salud de la Nación, Ginés González García, aparecía en los canales de televisión manifestando públicamente que los riesgos eran mínimos. Luego el Presidente de la Nación, Alberto Fernández, afirmó que “informes médicos del mundo” mencionaban que el Coronavirus muere a los 26 grados y por lo tanto no llegaría en verano. Esto último se supo inmediatamente que era falso y la única fuente de información donde circulaba era por cadenas de Whatsapp. Son datos preocupantes para un gobierno que se autoproclama “de científicos”.

Por eso, lo mínimo que se puede hacer es desconfiar de este giro político tan repentino. Ahora nos dicen que Argentina es un país admirado en el mundo por su actuación, que estamos dominando el virus y que la curva de contagios está por debajo de lo previsto. Le “estamos ganando” a la pandemia. Son datos de una validez científica cuanto menos dudosa, ya que si observamos la cantidad de tests promedio que se realizan por millón de habitantes en la región: Uruguay hace 608, Ecuador 338, Perú 312,  Colombia 187. ¿Y Argentina? 64. Suena poco para un país “modelo”.

En este escenario la construcción de una imagen de “SuperAlberto” –como dice la revista Noticias- podría tener la capacidad de tapar un futuro que asoma de muchas maneras excepto esperanzador, para así legitimar el fracaso por “fuerza mayor”. Aunque la realidad es que la suerte ya estaba echada, con una política económica pre-Coronavirus que fue en contra de lo predicado en campaña ya que el 20% de aumento a los jubilados nunca llegó –y al final son los que más perdieron-, una devaluación del 30% forzada con cepo cambiario y un default de la deuda que terminaría de dilapidar la economía argentina. 

La situación que estamos viviendo no es una elección, la manera de encararlo sí.

Por eso… ¿El Coronavirus? Si quiere venir, que venga. 

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