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Destruir un símbolo

El objetivo del kirchnerismo es la destrucción de todo vestigio de un sistema de vida que aborrece.

Se trata del sistema que, en el mundo, fue diseñado para proteger la libertad individual de los peligros del poder público, para ampliar el radio de soberanía de las personas por encima del poder del Estado y para garantizar el derecho de cada uno a diseñar el plan de vida más compatible con la felicidad individual, tal cual la haya sido definida por cada uno.

Ese sistema tiene referentes en el mundo. Fue inventado por una cultura determinada y seguido con éxito por todas aquellas que lo entendieron y lo aplicaron de buena fe.

La invención del sistema de vida libre -entendiendo por él ese que pone obstáculos al crecimiento del poder del Estado en beneficio de la libertad individual- corresponde a la cultura inglesa.

Lo hemos comentado otras veces aquí. Esa idea hunde sus raíces en la Carta Magna de 1215, las continúa en la Revolución Gloriosa de 1688 y finalmente las consagra en la Declaración de la Independencia norteamericana en 1776 y en la Constitución de los EEUU de 1787.

Obviamente todos los íconos universales de esa cultura fueron tomados como símbolos representativos de esa idea. Desde los más profundos -como el abundante desarrollo intelectual que la idea tuvo en pensadores que traspasaron los tiempos, hasta referencias de menor cuantía como lo son las cotidianeidades propias de esa cultura: su idioma, sus deportes, sus costumbres, sus imágenes, sus productos.

El kirchnerismo representa otra idea y busca la imposición de otro régimen. No persigue la libertad sino el sometimiento; no cree en la soberanía individual sino que entiende que un grupo de iluminados -ellos mismos- puede arrogarse la encarnación misma del pueblo y, en base a ese poder, imponer sus decisiones sobre los demás. No busca extender el radio de acción de las personas sino el radio de acción del Estado, es decir, del Estado encarnado por y en ellos.

Ese sistema también tiene referentes mundiales y también fue propiciado por determinadas culturas. Si bien nació -como el sistema libre- en la Europa Occidental, hizo pie y se hizo fuerte en

Rusia y desde allí -en lo que luego fue la URSS- se propagó, mediante un mecanismo de propaganda e infiltración gramsciana inspirado en la Escuela de Frankfurt, por todo el mundo dejando a la libertad a expensas de cuan fuerte podían ser los antídotos contra el totalitarismo para ver, eventualmente, saber si la libertad vivía o si la libertad moría.

Como la libertad, este sistema también tiene íconos cotidianos, símbolos mudos que, sin hablar, propagan subliminalmente sus designios.

En la Argentina el kirchnerismo le ha declarado la guerra al sistema libre. Y en la guerra es necesario utilizar todos los recursos para destruir al enemigo, los considerados obvios o estratégicos hasta aquellos menos pensados pero que tienen un impacto simbólico en la sociedad que, si advertirlo, recibe golpes de adoctrinamiento indirectos.

En ese sentido, la destrucción de toda la simbología inglesa y de todo lo que tenga la potencialidad de transmitir los beneficios de la cultura inglesa (como sinónimo de cultura libre) debe ser una prioridad, desde el idioma hasta los símbolos más estúpidos que a uno se le pudieran ocurrir.

Es este marco en donde sitúo lo que está sucediendo con el rugby. Ese deporte ha sido identificado como un símbolo inglés y, por lo tanto, como un ícono que transmite subliminalmente los valores que quiero destruir. En esa misma medida debe ser destruido.

Lo que ha ocurrido con los tres jugadores de Los Pumas en esta semana debe ser analizado bajo esta perspectiva. Es cierto que el problema existió y que los tuits discriminatorios y xenófobos fueron escritos. Pero el punto fue utilizado, no para señalar a tres personas en particular, sino para ensañarse con el deporte como tal. Y eso se debe a que ese deporte es un símbolo enemigo que debe ser sodomizado.

El kirchnerismo puso en marcha una máquina mediática de la mano de sus alfiles periodísticos para destruir la “cultura del rugby” y para transmitir la idea de que ese deporte, ajeno a lo popular, elitista y clasista, confirma que el origen que tiene (la cultura inglesa) está en contra de los intereses del pueblo.

Mucho del material que salió a la luz salió de usinas emparentadas con lo más rancio del revolucionismo de los ’70, que quizás olvidó que su ícono preferido, el Che Guevara, jugaba al rugby.

Ellos, que descienden de “chicos” que cuando tenían la misma edad que tenían Matera, Socino y Petti cuando escribían tuits, no escribían tuits sino que mataban gente inocente por la calle (por lo que jamás pidieron disculpas) están hoy ocupando sillones de decisión en el gobierno y constituyen la avanzada para terminar de asesinar el sistema de vida libre y reemplazarlo por una autocracia fascista en donde los únicos privilegiados y diferentes sean ellos.

Una de las tácticas principales de las fuerzas enemigas de la libertad es el ataque a los símbolos mudos del sistema cuya desaparición persiguen. Se trata de disparos a un nivel del entendimiento y del conocimiento del cerebro humano muy profundo que actúan con el efecto residual de los insecticidas: no solo en el momento del impacto sino durante mucho tiempo después.

El ataque pequeño, imperceptible pero constante sobre los íconos emparentados con la cultura de la libertad es una táctica vieja del totalitarismo. Casi tan vieja como la creación de bombas de humo que distraigan la atención pública de los disparates que producen.

El kirchnerismo venía del papelón mundial que significó el manejo del velatorio de Diego Maradona. Era necesario crear rápidamente una cortina de humo que disimule ese fracaso antológico. Y no hay nada mejor que matar dos pájaros de un tiro: salir del embrollo fúnebre y disparar un balazo a la línea de flotación de lo que es un símbolo de la cultura que inventó el sistema de vida que quiero destruir. Tirar tiros, después de todo, ha sido la actividad que mamaron muchos de los que hoy gobiernan y aquellos de los cuales el kirchnerismo se apropió para disimular lo único que le interesa: robar y salir indemne.

Por Carlos Mira
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