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De estafadores, grietas y marketing político

Los esfuerzos de Horacio Rodríguez Larreta para terminar con lo que en su lanzamiento él llamó “grieta” podrían ser encomiables si quienes están a un lado y otro de esa división tuvieran elementos en común que permitieran una luz de esperanza en el sueño de la reconciliación.

Pero cuando las concepciones de la vida, del mundo, del gobierno, del Derecho, de las relaciones entre las personas y los países, de los conceptos de lo que está bien y lo que está mal, no tienen un solo punto en común; cuando no pueden ensayar un solo puente de vínculo porque esos dos entendimientos están separados por una dimensión ética que los hace incompatibles, los esfuerzos por desconocer esa realidad pueden tronar vanos los intentos por superarla.

La “grieta”, en el fondo, podría reducirse a una sola pregunta: ¿está usted a favor de aumentar o de disminuir el poder del gobierno? Allí yace toda la cuestión. De esa simple pregunta se desprenden, como en un interminable abanico, todas las demás diferencias, todas las distintas aproximaciones a los mismos problemas y, por ende, el tipo determinado de medidas concretas que puedan adoptarse para encarar la crítica situación que la Argentina enfrenta.

Son dos mundos diferentes, dos cabezas distintas, dos enfoques contradictorios, dos maneras de entender el Universo que no pueden mezclarse por más “cool” que pueda parecer presentarse como el candidato que viene a superar esas diferencias.

Esas distinciones no pueden ser salvadas. El rumbo del nuevo gobierno debe estar marcado, desde el mismísimo instante en que se inicie, por un sesgo inconfundible que lo dirija hacia un esquema de poder limitado o hacia un esquema de poder expansivo.

La pequeña dificultad -para regresar a la definición que Albert Einstein diera de locura- es que los problemas de la Argentina comenzaron justamente cuando se instaló en el país una corriente que cambió radicalmente lo que había sido la concepción constitucional de la Argentina hasta ese momento y que le había dado el fulguroso éxito que asombraba al mundo (la concepción del gobierno limitado) para instalar otra concepción completamente opuesta que se basa en el poder expansivo del gobierno a costa de los derechos civiles.

Cualquier idea (aunque sea bien intencionada) que crea que de la continuidad de esa práctica pueden salir resultados diferentes a los que venimos teniendo desde que esa concepción se implantó, está técnicamente loco.

No es una cuestión de “estafadores” versus supuestos “superadores de la grieta”. No: el que crea que se puede continuar aplicando los principios que se basan en la concepción de un gobierno expansivo, en lugar de cambiar de paradigma y regresar al patrón constitucional de gobierno limitado, volverá a estrellarse contra la pared y, lo que es peor, lo único que conseguirá es repetir los desastrosos resultados a que nos llevó el estatismo, el intervencionismo y la creencia de que un conjunto de iluminados tecnócratas puede discernir la vida mejor que los propios ciudadanos.

Contra lo que podría pensarse, la idea que sostiene los principios del gobierno limitado no es una idea sofisticada. Se basa en un principio simple: la sociedad está compuesta por millones de seres humanos completamente diferentes unos de otros. Esas personas tienen gustos, preferencias, sesgos, inclinaciones e ideas completamente disímiles. No hay computadora ni inteligencia artificial capaz de sintetizar semejante enjambre de intereses. Solo una monumental arrogancia pudo suponer, algún día, que un conjunto de iluminados en un cuarto de cuatro por cuatro, con unas cuantas planillas de Excel y dos calculadoras podían planificar la vida social entera desde los sillones del gobierno.

Como ese esquema es un completo delirio, la única opción para quienes cayeron en él ha sido la restricción cada vez más grosera de los derechos individuales, en algunos casos hasta perfeccionar dictaduras extravagantes y asesinas.  Ese sistema solo puede funcionar cuando viene acompañado con la presión coactiva del Estado que, a fuerza de rebencazos, pretende imponer lo que los “planificadores” han decidido.

Obviamente, en el camino, muchos vivos descubrieron que ese esquema era compatible con una formidable máquina de volver ricos a los burócratas y mantener en la servidumbre a los esclavos productores que trabajaban para ellos. Muchos de esos “productores” también entendieron el jueguito y decidieron entrar a transar con los burócratas para perfeccionar un monumental estado corrupto fondeado con las exacciones impositivas que la propia casta impone a los ciudadanos.

Esto y no otra cosa es la grieta.  Yo puedo entender las tácticas de marketing político del jefe de gobierno, pero, al final del día, todo ese oropel va a parar al tacho de los trastos cuando de verdad se quiere solucionar los problemas que el país tiene y que fueron creados justamente cuando quienes ocupan los sillones del Estado aumentaron su poder en detrimento de las libertades públicas.

Ni Horacio Rodríguez Larreta ni nadie podrá esquivar esa grieta. Todos los candidatos deberían estar brutalmente expuestos a la pregunta clave: ¿está usted a favor de un aumento del poder del gobierno (o, eventualmente, de mantenerlo en los niveles actuales) o es partidario de que el gobierno disminuya su poder y devuelva derechos a los individuos?

No es posible esquivar esa pregunta, Horacio. De nuevo, entiendo su intención de sumar voluntades de donde sea. Hasta puedo llegar a entender que la tarea que hay que hacer en la Argentina es tan gigante que se debe contar con una base de sustentación muy fuerte. Pero, de nuevo, lo que hay que hacer en la Argentina puede resumirse a una sola tarea (de la cual se derivan todas las demás): disminuir el poder del gobierno y volver a encorsetar al Estado dentro de los límites que trazó la Constitución, al mismo tiempo que se le devuelve la libertad a la gente.

Usted podrá llamarme “estafador” porque de alguna manera sostengo que la grieta existe. Pero yo entiendo que son más estafadores los que la niegan (y creen que se puede mezclar el agua y el aceite) que aquellos que la aceptamos y solo deseamos que la Argentina se unifique en el perfil que le dieron quienes la fundaron. La grieta se terminará cuando todos vuelvan a vivir y a respetar la organización institucional que la Constitución le dio al país. Mientras eso no ocurra no habrá grieta, solo habrá una porción de la sociedad que seguirá estando al margen de lo que la Constitución dice.

Por Carlos Mira
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