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Comunismo

Voy a hacer esto por primera vez en la historia de estas columnas. Voy a copiar y pegar un comentario de hace casi 4 años, de agosto de 2017.

En aquel momento nos golpeaba lo que estaba ocurriendo en Venezuela. Macri gobernaba la Argentina. Hoy vemos lo que ocurre en España, en la comunidad autónoma de Madrid más precisamente. El inspirador fenómeno de la libertad y la estrepitosa caída del socialismo a manos de Isabel Díaz Ayuso nos debe hacer reflexionar porque Isabel habló sin pelos en la lengua y corrió a los mentirosos con la verdad, usando con ellos la palabra que corresponde: comunismo. Si, si, comunismo, esa hydra inmortal que hasta especula con los que lo creen muerto y acabado; con los que creen que es cosa de dinosaurios: ellos, lejos de ofenderse, se valen de eso y siguen trabajando desde su odio innato y desde su resentimiento atroz.

Hay que destruir esa idea hasta que no quede un solo rastro de su rencor imberbe, de su ignorancia supina.

Esto escribíamos hace cuatro años. Lo vuelvo a publicar tal cual porque creo que la necesidad que nos persigue hoy sigue siendo la misma: hablar con las palabras correctas; que se nos llene la boca de ellas mientras las espetamos en la cara de los mentirosos que se cubren con piel de cordero para ocultar su insanable maldad.

1 de agosto de 2017

Visto lo que está ocurriendo en Venezuela -que no es nuevo ni novedoso y que ni siquiera tiene elementos originales que no conozcamos sobre las clásicas consecuencias que regímenes como estos le causas a los países que tienen la mala estrella de abrazarlos- me parece que llegó el momento para que, por lo menos la Argentina (si no el mundo todo), haga una reflexión profunda sobre el comunismo.

Y quiero ser claro de entrada: basta del engaño exitoso de no hablar con las palabras que corresponden. Me refiero a que el país debe pensar que posición definitiva toma respecto del co-mu-nis-mo. No “del socialismo del siglo XXI”, no del “Modelo Nac&Pop de Matriz Diversificada e Inclusión Social”, no de “la Izquierda Unida”, no del “Movimiento de los Trabajadores”, no del “Movimiento al Socialismo”. No. Quiero hablar del único nombre que le cabe a todos esos engendros y que, como consecuencia de su estrepitoso fracaso, sus adherentes convenientemente ocultaron bajo las diferentes variantes de todas esas sanatas (u otras parecidas) que enumeramos recién.

Me refiero al comunismo. Al nombre que ellos mismos se dieron cuando creían que venían para comerse al mundo de un bocado. Cuando tuvieron la arrogancia de hablar de un “hombre nuevo”, cuando con la violencia que los acompañó siempre creían que con la fuerza se impondrían sobre la libertad.

Me refiero al comunismo que mató no menos de 300 millones de personas. Y eso contando los que perdieron la vida solo por las armas. No incluimos allí otros millones que el comunismo mató de hambre porque, gracias a su incompetencia e ignorancia, jamás fue capaz de producir una docena de huevos en tiempo y forma.

Lo único que el mundo conoce del comunismo es muerte, resentimientos, sangre, violencia, mentiras, improductividad, ineficiencia, racionamiento y miseria. Es para lo único que sirven: para acarrear todas esas pestes a quienes no tienen mejor idea que intentar alguna de sus variantes.

Meter gente en la cárcel, acallar a todo el mundo, prohibir toda manifestación libre, cerrar fronteras, crear castas de privilegiados que viven como reyes en su propio mundo mientras, en aras de la igualdad, el pueblo se muere de hambre… igualitariamente.

Resulta francamente increíble que un país cómo la Argentina haya creído alguna vez en esta sarta de pavadas. Una tierra bendecida por Dios, con talentos formidables y que, sin embargo, ha caído embelesada por este verso de cuarta, solo basado en la envidia, el rencor y el odio.

Es hora de que el país haga una profunda reflexión al respecto. Que sentado frente a un espejo imaginario vea las desgracias que este cáncer nos ha traído: las mismas consecuencias con que ha sembrado cada lugar del mundo en donde su maleficio ocurrió: muerte, miseria, persecuciones, delirios militaristas, corrupción, indignidad, humillación.

La historia del comunismo debe acabar en el mundo. ¿Hasta cuándo personas inocentes van a pagar, a veces hasta con sus propias vidas, lo que no es más que un conjunto de berretadas apoyadas en la violencia, la prepotencia, el arrebato y el atropello?

El comunismo es una metástasis maldita que corroe todo lo que toca. Detiene el tiempo, envilece los activos, destruye la moral, mata el orgullo, corrompe los espíritus y hace bajar los brazos a quienes no pueden defenderse contra su fuerza bruta.

Que una parte de la intelectualidad argentina coquetee con este estiércol resulta patético. Que lo haga desde cómodas posiciones económicas resulta aún más vomitivo. Y que otra parte de la sociedad observe el espectáculo, aceptando dogmas tirados con una gomera y relatos contados desde la estratosfera, es triste y desolador.

¡Cuándo nos daremos cuenta de la mentira!, ¡Cuándo tendremos los suficientes cojones como para enfrentar esta lacra!

El comunismo ha infectado la mente argentina. Reducido a un escasísimo número de votos reales en las elecciones generales, ha tenido la astucia de impregnar el pensamiento medio de la sociedad. Mediante lo que se llamó el “entrismo” infiltró al peronismo y se camufló en sus filas para ir imponiendo su pensamiento. En una operación armada y orquestada desde Cuba, el comunismo desplegó sus tentáculos en el país de la mano del movimiento que se había hecho carne en los trabajadores y, desde la llamada “tendencia”, llevó al país a un baño de sangre que cubriría gran parte de la década del ’60 y todos los años ’70, con consecuencias que aún hoy perturban la convivencia nacional.

En los hechos, el mundo demostró su indómito fracaso. Cada país que cayó víctima de sus experimentos terminó en la miseria y sus pueblos llenos de indignidad y de humillaciones. El mayor engendro comunista mundial, el Imperio Soviético, se desmoronó como un castillo de naipes teniendo que terminar pidiendo la escupidera al único sistema que ha demostrado con hechos ser capaz de multiplicar la riqueza y disminuir la pobreza: el sistema de vida occidental de la democracia liberal capitalista.

La Argentina debe reflexionar urgentemente sobre estas realidades. De nada vale desgarrarse las vestiduras por las penurias que atraviesa el pueblo venezolano si en nuestra propia casa le mantenemos la puerta abierta a este verdadero Leviatán. Los comunistas jamás se dan por vencidos. Hay que vencerlos. Hay que enterrar sus engaños y poner al desnudo sus mentiras. Son la peor peste que el mundo ha conocido. Mucho más dañino que el cáncer y aún más humillante que la enfermedad más envilecedora. Nada de lo que hagamos para liberarnos de su insana mentira será en vano. Mientras sus efluvios de embustes contaminen una sola mente penderemos del hilo de su ínsita maldad.

Vuelvo a hoy para decir: imitemos desde hoy a la valiente Isabel Díaz Ayuso: a todo el que pretenda engañarnos con versos románticos de cuarta y con lirismos idiotas que no tienen otro objetivo más que reclutar incautos, digámosles en la cara: ¡Comunistas! ¡Ustedes son comunistas! ¡No jodan más con el “socialismo del siglo XXI” o con “un país para todos”! No engañan más a nadie con esas berretadas. Lo único que quieren no es otra cosa más que robar la riqueza que producen otros y vivir como reyes a costa de una sociedad esclava que trabaje para ustedes. ¡Sepan que en la Argentina no lo van a hacer!

Por Carlos Mira
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2 thoughts on “Comunismo

  1. Marcelo Zocchi

    Más actual, imposible!!!

  2. Anónimo

    Bien dicho por haber lo vivido y haberme salvado

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