
El levantamiento del “aislamiento social preventivo y obligatorio” dispuesto para el AMBA, viene a oficializar el fracaso más absoluto que un gobierno haya tenido sobre el manejo de la pandemia a nivel mundial. Si alguien quisiera saber qué es lo que no hay que hacer frente a un caso semejante de ahora en más, debería mirar el ejemplo que dio el gobierno de Alberto Fernández.
Las decisiones tomadas respecto del Covid-19 han sido un desastre. Nada se hizo bien y hoy, a la vuelta de ocho meses, estamos en el peor de los mundos: encaramados entre los primeros países con contagios, con muertos por millón de habitantes y con la caída del PBI más estrepitosa del mundo.
Estados Unidos y Brasil para citar dos países con niveles de desarrollo bien diferentes tienen una tasa de 700 muertos por millón de habitantes y la caída de su PBI se estima en 4%. La Argentina, igual que ellos en tasa de mortalidad, los triplica en caída económica.
El gran objetivo del gobierno con el aislamiento no era la salud, sino el aislamiento, el encierro. Compatible esa situación con la concepción de vida para la Argentina que traían aun antes de la pandemia, esta desgracia mundial, les cayó como regalo del cielo.
Mantener a la ciudadanía encerrada, sin goce de derechos y produciendo un quiebre fatal en sus ingresos por la prohibición práctica de trabajar fueron consecuencias absolutamente compatibles y funcionales a los objetivos de dominación del kirchnerismo y a sus planes para instaurar una dictadura de partido único, hegemónico con capacidad para cerrarle la boca a quien ose abrirla en su contra.
La quiebra económica de decenas de miles de establecimientos, con la consecuente pérdida de los puestos de trabajo y de los ingresos familiares, también estuvo en línea con hacer depender a todo el mundo de la dádiva graciosa del Estado a quien los esclavos deberían prestar reverencia para hacerse beneficiarios de la limosna.
El cambio de estrategia en medio del prólogo de una crisis sin precedentes, cuando en realidad los infectados y los muertos están en su pico, es la demostración cabal de que el aislamiento no fue una medida sanitaria sino una medida política y económica.
Política porque además de todo lo dicho, soliviantó el músculo social de los argentinos, destruyó su ánimo y en muchos casos, su fuerza de voluntad. Los apichonó, los asustó, los llenó de miedo.
Una sociedad asustada y llena de temor es una sociedad blanda, entregada, desmoralizada, con su autoestima por el piso. Ese escenario, demás está decir, es absolutamente funcional a los objetivos de dominación kirchnerista.
No resulta casual el embate que, aprovechando esos tiempos, protagonizó el sector radicalizado que responde a la comandante de El Calafate para arremeter con proyectos cuyo único objetivo era el de dejar firme el robo más estrafalario que sufriera el erario público argentino a manos de la familia Kirchner y de sus secuaces en el gobierno de 2003 a 2015.
La consagración de la impunidad y de que todo el botín robado quedara definitivamente asegurado en manos de los ladrones era, obviamente, uno de las metas del kirchnerismo en su regreso al poder.
El otro objetivo era la venganza. No conforme con que la Justicia pronuncie su palabra final sobre la legitimidad del enriquecimiento de los Kirchner y sus cómplices, declarando la inocencia de culpa y cargo sobre todas las acusaciones que pesaban sobre ellos, la comandante se propuso, desde el principio, vengarse de quienes buscaban ponerla donde debía estar: la cárcel.
Por eso el período de aislamiento también fue aprovechado para poner al Congreso bajo cuarentena y, de hecho, tornar difícil el cumplimiento de su rol. Para ello transformó en obligatorias las sesiones remotas en las que los presidentes de ambas cámaras (la comandante y Sergio Massa) interrumpían las ponencias de los opositores bajo el sencillo trámite de “mutear” sus micrófonos.
Durante ese período se iniciaron ataques sistemáticos sobre el ex presidente Macri y sobre su administración, todo respondiendo a la unicidad del plan de venganza.
El aislamiento también se transformó en un arma económica. Durante la cuarentena el gobierno multiplicó por 3 la base monetaria. Un fenómeno único en el Universo: ¡multiplicar por 3 la base monetaria completa de un país en apenas siete meses! El desastre económico que ese solo “detalle” significa para el sostén hasta moral de cualquier país -que es la moneda- fue absorbido en parte por la menor circulación del dinero físico motivada por el aislamiento.
Si toda esa cantidad apabullante de billetes hubiera circulado de modo normal sin que la sociedad hubiera estado aislada, el país habría caído en una pasmosa hiperinflación.
De modo que esta es otra prueba de que el aislamiento no fue una medida sanitaria sin una que revestía características completamente diferentes.
Y si algo faltaba para terminar de probar esta tesis, es la “terminación” de ese aislamiento en el peor momento de la enfermedad: si ahora el país y el gobierno estarían en condiciones de tener un manejo lógico y razonable de la pandemia con 12000 casos promedio por día, ¿cómo no iban a poder tenerlo cuando había 20 casos?
El aislamiento es totalitario. Y este gobierno es totalitario. Totalitario en el sentido de que quiere todo. Hasta con su nombre lo anuncia: “Frente de Todos”. El kirchnerismo nunca concibió la vida sino como un acontecimiento que debe controlarse desde el Estado y en el que los individuos no tienen libertad para soñar y desarrollar un plan de vida propio.
Cortar la libertad de desplazamiento, de trabajo, de expresión y de intercambio con el aislamiento fue completamente funcional a su objetivo de control total.
Ahora que destruyeron todo, que nos cortaron las piernas, que nos aflojaron, que a muchos los hicieron dar por vencido, que a los mejores lo hizo decidir irse de la Argentina, ahora dicen “bueno vamos a levantar el aislamiento…” Son patéticos.
Resulta inconcebible como algunos de los médicos más importantes del país se plegaron a esto. A algunos los usaron. Otros, como Cahn, estuvieron allí con otras intenciones desde el primer momento. Cahn fue el mismo médico que denunciaba durante el gobierno de Macri que no había medicamentos contra el SIDA. Y ahora fue el adalid del aislamiento.
Todos los países contra los cuales el vergonzante presidente que tenemos se comparaba pomposamente al principio del problema, se están riendo a carcajadas de nosotros. Mientras, Fernández, probablemente se esté riendo a carcajadas de nosotros.