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¿Biden presidente?

El desenlace de las elecciones en Estados Unidos va teniendo ribetes que aún no se sabe cómo van a terminar.

Mientras Joe Biden, Kamala Harris y gran parte de los medios periodísticos han asumido la victoria del demócrata (con discurso de victoria incluido) el presidente Trump se ha negado a reconocer la derrota.

No solo eso: ha sostenido fuertemente que la elección fue fraudulenta y que le fue robada por la vía de admitir una avalancha de votos por correo que fueron recibidos luego del día de la elección y con origen confuso en sus remitentes.

Si bien desde el Partido Demócrata ya se ha anunciado una especie de delineamiento de las decisiones de Biden ni bien asuma, con un profundo uso de órdenes ejecutivas (el equivalente al decreto argentino), el Fiscal General de los EEUU, William Barr había respaldado, en septiembre de este año, la postura presidencial respecto de los votos por correo.  Allí, hablando con Wolf Blitzer en la CNN, Barr explicó que, en 2009, una comisión bipartidista presidida por Jimmy Carter (por el lado demócrata) y James Baker (por el lado republicano) concluyeron que el voto postal masivo podía derivar en fraudes electorales al recibirse una enorme cantidad de votos con remitentes confusos o engañosos.

En Nevada, por ejemplo, el Partido Republicano ya identificó más de 3000 votos que corresponden a personas que votaron en la jurisdicción del Estado pero que ya no viven allí desde hace años.

El voto por correo fue admitido anteriormente en ocasiones excepcionales para personal militar y para ciudadanos que se encontraran en el exterior pero nunca en los niveles de masividad registrados ahora.

En cuanto a Biden, ya adelantó que revertirá muchas de las decisiones tomadas por Trump durante su mandato como la salida del Acuerdo de París sobre cambio climático, de la Organización Mundial de la Salud y sobre el programa “dreamers” que permitía que las personas que hubieran ingresado a los EEUU cuando eran pequeñas pudieron regularizar su situación y permanecer en el país siendo mayores.

Algunas de estas cuestiones pueden parecer sin importancia pero no es tan así.

El acuerdo climático, por ejemplo, impone costos a la producción económica que EEUU logró sortear bajo la presidencia de Trump al mismo tiempo que, desde el punto de vista climático, obtenía -por vía de la innovación tecnológica- mejores resultados, en términos de emisiones de carbono a la atmósfera, que los propios signatarios del tratado. Volver ahora atrás con esa cuestión no sólo no parece inteligente sino que da la pauta de que podría producirse, en efecto, una de las consecuencias más temidas de una administración Biden: el hecho que los EEUU adopten una postura “culposa”, “miedosa”, “vergonzante” no acorde con su tradición de bravura, valentía y templanza.

Otro tanto ocurre con la Organización Mundial de la Salud. Ese tugurio es un títere chino hace rato, presidido por primera vez desde que se creó por alguien que no es médico y cuyos vínculos con Beiging están largamente probados.

La actuación de la OMS fue francamente patética durante la pandemia, aconsejando sucesivamente una pléyade de sugerencias contradictorias.
Estas cuestiones serían, no obstante, en cierto sentido más sencillas y rápidas porque efectivamente están dentro de la órbita de decisiones del presidente.

Pero otras cuestiones como el regreso al Obamacare o la reversión del recorte de impuestos que Trump transformó en ley en 2017, pueden ser más complicadas porque dependen de la actuación del Congreso.

En la Cámara de Representantes (diputados) el partido Demócrata tiene mayoría pero perdió escaños y en el Senado la situación esta pareja y dependiendo de una elección de desempate para los dos escaños de Georgia que se celebrará recién en enero. El Partido Republicano conservará su mayoría en la cámara alta ganando tan solo una de esas dos blancas; el Demócrata necesitaría ganar las dos.

Esa composición, si es que la elección es definitivamente concedida a Biden, también podría complicar la composición del gabinete del presidente porque en EEUU, a diferencia de lo que ocurre en la Argentina, los ministros (secretarios) necesitan contar con el acuerdo del Senado.

Otra cuestión es la de la pandemia. Biden aseguró que conformará una comisión de expertos para que le sugieran los mejores caminos a seguir desde el punto de vista científico.

Cuando uno escucha la palabra “científicos” -con la experiencia argentina- obviamente tiembla.

El país, bajo la guía de esos sabihondos, terminó entre los países con más casos en el mundo y con una caída récord del PBI.

Si Biden tiene en mente algo parecido, y los “científicos” resultan ser tan incompetentes como los nuestros, los EEUU podrían producir un cachivache parecido al argentino.

El Colegio Electoral debe reunirse el 14/12 para consagrar al presidente. Esa sería, entonces, en principio una fecha de referencia para que el presidente pudiera controvertir en los estrados de la Justicia el resultado que, aparentemente, arrojaron las elecciones.

Naturalmente Trump cuenta con la desventaja de que aquí no se hallan en discusión un puñado de votos como fueron los que en 2000, en la Florida, le dieron el triunfo a Bush con la verificación y venía de la Corte Suprema. Aquí estamos hablando de decenas de miles de votos en al menos cuatro estados: Pennsylvania, Georgia, Nevada y Michigan.

El tema legal no será sencillo para el presidente, pero los dichos del Fiscal General apoyados en las comprobaciones bipartidarias de dos personas intachables como Carter y Baker, podrían darle un espaldarazo al menos para no pasar como un loco solitario y desorbitado frente a una derrota que no acepta.

De todas maneras, obviamente, que el proceso eleccionario en la primera potencia de la Tierra no haya podido entregar el nombre de un ganador indubitable, no es un hecho positivo. No son horas para que en los centros del poder mundial no se sepa quién es el que manda.

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