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¿En manos de Fernández?

Lamentablemente las evidencias que el presidente Fernández entregó últimamente sobre sus conocimientos del Derecho, no nos hacen ser muy optimistas respecto de su formación general.

¡Si eso es lo que sabe de lo que alardea, cómo será aquello que ha permanecido para él en la oscuridad!

Y esa es la pregunta que uno se hace respecto de lo que el presidente conoce sobre la economía, sobre la interrelación de ésta con las conductas humanas y sobre cuáles son los factores que incentivan el crecimiento y el desarrollo.

Hace unos días el Frente de Todos, una agrupación que uno recuerda constituyó un sello electoral para devolver al kirchnerismo al poder, publicó un tuit en el que decía que, luego de la pandemia, se venía una época de una “economía básicamente motorizada por el Estado”. La verdad que uno no sabe si ponerse a llorar o morir de las carcajadas.

El kirchnerismo parece que aún no se ha notificado del fracaso rotundo de las economías “motorizadas por el Estado”. La máxima aspiración de ese modelo la constituyó la URSS, con su pretensión de hacer funcionar la dictadura del proletariado, supuestamente representada por un conjunto de jerarcas ricachones que vivían como reyes mientras el pueblo se moría de hambre.

Ese régimen mató 350 millones de personas, muchas de las cuales, literalmente de inanición.

El sistema jamás fue capaz de producir una docena de huevos en tiempo y forma. La escenografía de la miseria gris fue la imagen que de él dio la vuelta al mundo. Una sociedad hundida, anclada en la prehistoria, mientras el mundo capitalista disfrutaba de adelantos que le hacían más fácil la vida a la gente, donde las personas podían viajar, progresar, disfrutar de la libertad.

Esa monumental cárcel se cayó a pedazos, como no podía ser de otra manera, y su símbolo de yugo y servidumbre -el muro de Berlín, el mayor emblema de la esclavitud moderna- se cayó dando lástima por la fuerza incontenible de la gente que quería ser libre.

En todo el resto del mundo en donde se intentaron experimentos similares, se repitieron las mismas consecuencias de hambre, antigüedad y encierro. El otro gigante del comunismo, China, terminó rogándole al mundo que la reconocieran como economía de mercado, cuando advirtió que jamás podría darle de comer a su pueblo con una “economía motorizada por el Estado”. Vietnam, el país que mató 5 millones de personas para instaurar el comunismo, es hoy el país más capitalista de la Tierra.

En la Argentina, todo lo que el Estado ha tocado lo ha arruinado. Empezando, claro está, por lo que deberían ser sus funciones indelegables. Todo allí está destruido: la defensa, la salud pública, la educación, la justicia, la infraestructura básica con la que debería contar un país como la Argentina. No hay caminos, ni buenas rutas, los puertos son ineficientes y caros, las fronteras un colador.

Todo el servicio administrativo que debería brindar la administración pública es un desastre. Con mala atención, prepotencia, ineficiencia, superpoblación de empleados a cargo de la sociedad que nadie sabe qué hacen, a excepción, claro está, de complicarle la vida a la gente con trámites superpuestos, caros e inservibles.

Como ha dicho el Intendente de Avellaneda, Santa Fe, a propósito del caso Vicentín. “¿cómo se supone que el Estado va a hacerse cargo de una empresa con una operatoria tan compleja si ni siquiera puede cortar el pasto en la ruta 11?”

Nada de lo que hace el Estado lo hace bien.  Nada de lo que hace el Estado agrega un solo céntimo de riqueza al producto nacional. Al contrario, el Estado aparece en esa foto solo para estorbar y restar; nunca para sumar.

¿Cómo demonios una organización así va a “motorizar la economía”? Las evidencias demuestran que desde que el país se inclinó ostensiblemente por un modelo estadocéntrico (claramente desde el surgimiento del peronismo para acá) el país se vino abajo en todas las mediciones que cualquiera podría tomar (PBI per cápita, nivel de vida, educación, exportaciones, participación en el comercio mundial, producción industrial, inventos, actividad comercial, integración mundial, movilidad social, vías férreas, hospitales, evolución demográfica territorial, consumo, inflación, moneda, y así cualquier otra que cualquier observador imparcial quiera considerar).

¿Cuál es el intento que el presidente Fernández se propone? ¿Acaso el presidente cree estar en posesión de la fórmula que finalmente produzca un círculo cuadrado? Lamentablemente ni siquiera lo que nos ha mostrado de la que debería ser su formación profesional, nos permite tener una esperanza de que quizás él conozca algo que nosotros ignoramos. Más bien parecería todo lo contrario: hasta una simple periodista demostró desenvolverse mejor que él, incluso en el terreno que teóricamente él mejor conoce. Si de lo que estudió sabe lo que nos mostró, ¿qué puede esperarse de aquello que para él es una ciencia oculta? ¿Quién podría creer que, con esos antecedentes, Fernández tiene una sapiencia económica que el resto de los mortales ignora respecto de una versión eficiente de una economía “básicamente motorizada por el Estado”? 

El Estado no existe si no hay un sector privado que lo fondee. Sirve para tan poco que a lo largo y ancho del mundo se ha cansado de dar ejemplos de que no es capaz de hacer nada bien. Menos que menos, producir riqueza.

¿Y qué va a ocurrir en la Argentina cuando todos los productores de riqueza nos hayamos ido? ¿Cuándo solo queden “consumidores de dádivas”? ¿Quién va a producir lo que se necesita para repartir dádivas? Solo miseria hay en ese horizonte, la misma que había en la URSS, y que hay en Cuba, en Venezuela o en todos los países que han creído en economías “motorizadas por el Estado.

La Argentina tiene una larga tradición de querer inventar la pólvora sin humo o de volver a inventar la rueda. Todos fracasos. Y fracasos millonarios; fracasos que nos han costado una fortuna.

La persecución de la economía privada, de la libertad individual, de la capacidad de emprendimiento, de la inventiva y de la creatividad individual solo generará un horizonte gris, un futuro paupérrimo para todos los que se queden. Insistir en las fórmulas del fracaso no producirá otra cosa que un nuevo y más estrepitoso fracaso.

Ni siquiera la figura de un presidente llamativo le puede dar una luz de esperanza a esa quimera. Alguien que ha demostrado estar tan poco preparado para aquello que dice ser su especialidad no puede conducirnos más que a una enorme frustración y a un futuro de miseria y corrupción.  

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