Aruba

Zannini, el iluminado

El Procurador General del Tesoro, es decir, el jefe de los abogados del Estado, Carlos Zannini, tuvo el tupé de decir que no solo no está arrepentido de haberse vacunado cuando no le correspondía, sino que “debería haberse sacado una foto” que inmortalizara el momento (para imitar seguramente a otros ladrones que subieron imágenes de esa índole a las redes en abierta tomada de pelo al pueblo al que dicen defender y del que solo se aprovechan).

Es más, dijo que de lo único que está arrepentido es de eso: de no haberse sacado una foto.

Zannini robó la vacuna. La prueba palmaria de ese atraco es que falsificó su declaración jurada haciéndose pasar por personal de salud para recibir la dosis.

Pero aún así reivindica su accionar y declara que le dijo a su camarada comunista Horacio Verbitzky que “no debe sentir culpa porque él (Verbitzky) es una personalidad importante que la sociedad debe proteger”.
Esta es la concepción real que esta gente tiene, por un lado, de sí misma y, por el otro, del pueblo: ellos son iluminados que están por encima de la gente y ésta es una mera masa amorfa que, con su trabajo, debe mantenerlos y protegerlos.

Es la versión marxista de la existencia, en donde una clase clarividente (a la que para ellos pertenecen los “Zanninis” y los “Verbitzkys”) se pavonea por encima de los pobres esclavos que los sirven.

La conducta de Zannini es un claro ejemplo de la escala de degradación moral de los países.

Ese escalafón maldito empieza por la incapacidad para distinguir lo que está bien de lo que está mal. Siendo este estadio suficientemente grave, no es el peor.

Una profundización mayor supone distinguir el bien del mal, pero elegir voluntariamente el mal.

Muchos podrían pensar que no hay peor escalón que ese. Pero si hay uno más.

Es aquel en donde no solo se distingue el bien del mal y se elige libremente éste último sino que se está orgulloso por hacerlo.

Es el escalón de Zannini, que solo aparece arrepentido por haberse olvidado de enrostrarnos con saña a todos nosotros como él se vacuna mientras el pueblo raso se muere.

Esa es su mentalidad; la mentalidad de élite, de nomenklatura. Viven gritando versos huecos contra los poderosos pero, al final del día, cuando se cuentan los porotos, se cae en la conclusión de que los únicos poderosos son ellos.

Y encima no poderosos a fuerza de haber sido eficientes en su tarea o descollantes en su trabajo (con lo cual se habrían ganado el favor de los consumidores que los prefirieron y los distinguieron) sino poderosos por usar los resortes del Estado para imponer la dictadura de su pensamiento único y de sus privilegios distintivos.

Parece mentira que una idea que eleva a estos personajes deleznables a un estrato superior, mantenido por el esfuerzo de los impuestos confiscatorios que caen sobre la gente que trabaja, haya ganado la simpatía justamente de los más pobres, que son los que más sacrificios deben hacer para mantener a este conjunto de parásitos.

Que Zannini tenga el desparpajo de presentarse como un ser superior, acreedor de los favores del pueblo; que no conforme con eso proponga que un asesino confeso como Verbitzky sea tenido en la misma consideración; y que, todos ellos, compartan la idea de que los argentinos son un conjunto de esclavos de segundo orden que no tienen otra alternativa más que la obligación de mantenerlos aún a costa de su propia vida, debería darle a la gente una idea terminal del tipo de personajes en cuyas manos están los argentinos y del tipo de ideas que profesan.

¿Qué otra prueba necesita el pueblo para terminar de admitir que lo gobierna una clase impresentable que, con el verso de la solidaridad, de la igualdad y del nacionalismo popular, lo usa hasta matarlo, si es que la muerte se interpone entre la vida de un privilegiado como ellos o un plebeyo del pueblo raso?

¿Cuándo despertará la Argentina de esta pesadilla populista que que no solo logró postrarla y ponerla de rodillas, sino que encima la goza notificándola de que apenas es una proveedora de servicios para los señores que la gobiernan?

Por Carlos Mira
Si querés apoyar a The Post Argentina, podés hacerlo desde aquí
o podés comprarnos un Cafecito.
>Aruba

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.