De la comparación entre lo que habría que hacer para dejar la pobreza y la postración atrás y la gente que detenta el gobierno, solo puede concluirse que no hay salida para la Argentina, al menos durante este período constitucional.
Ninguna de las dos cosas cambiará: ni lo que habría que hacer para sacar el país adelante, ni la gente que detenta el poder.
Lo curioso es que la gente que detenta el poder y quienes los apoyan desde la sociedad privada, no están dispuestos a que el país deje atrás la pobreza y la postración si para hacerlo hay que hacer las cosas que hay que hacer.
De ello se sigue que tanto el gobierno como la parte de la sociedad privada que lo apoya no quieren en realidad dejar la pobreza y la postración atrás sino que buscan otros fines.
La pregunta es cuáles son esos fines, si no son el abandono de las penurias propias y la construcción de un escenario de oportunidades para todos.
En la respuesta a esa pregunta se halla la solución a gran parte del enigma argentino de tres cuartos de siglo de decadencia y frustraciones (aunque en realidad, para esa gente, no serían “frustraciones”, sino más bien la concreción de lo que vinieron a buscar).
¿Y cuál es esa respuesta? Esta: que lo que le interesa al tipo de gente que está en el gobierno y a la gente que desde parte de la sociedad lo apoya no es la mejora de la condición propia sino el hundimiento de la gente a las que ellos odian y contra las que están resentidos.
Y aquí deberíamos hacer una aclaración entre la “gente que ocupa las poltronas del Estado” y la gente privada que los apoya.
A los primeros, más allá de presentar esa postura ideológica de cartón de perseguir al exitoso y castigarlo de todas las maneras que pueda (para satisfacer las necesidades resentidas de sus apoyos electorales), lo que realmente les importa y persiguen es el enriquecimiento propio y la construcción de un sistema de poder en el cual se asienten para rodearse de impunidad y de una posición superior a la ley misma. Esto es lo que les interesa a ellos.
Los funcionarios de la casta gobernante no tienen ninguna creencia excepto enriquecerse y ser impunes. Lo que ocurre es que para enriquecerse y ser impunes deben mantenerse en el poder, y han descubierto que para mantenerse en el poder deben saciar la sed de odio y resentimiento que yace en una parte electoralmente decisiva de la sociedad.
Este es en realidad un círculo vicioso muy perverso, porque una vez que descubrieron que para mantenerse en el poder necesitan satisfacer las necesidades de rencor de una parte de la sociedad hacia la otra, se dedicaron a generar esas bases de odio: a crearlas donde no estaban y a profundizarlas donde ya existían.
Lamentablemente, en la Argentina, existen franjas sociales que no están tan interesadas en mejorar la condición propia como en ver caer a las franjas sociales a las que envidian y contra las cuales están resentidas.
Para producir ese efecto de deterioro es necesario demoler todas las variables que, justamente propenderían al desarrollo general, incluso con beneficio para los resentidos. Por eso el problema y la solución de la “cuestión argentina” son tan complejos y difíciles.
Por un lado tenemos un sector social en estado de asamblea permanente en reclamo de una mejora de su situación. Pero al mismo tiempo ese sector social repudia las medidas que deberían tomarse para beneficiarlos a ellos porque, en su criterio, ese tipo de medidas favorecería primero a los que ellos odian.
Es lo que Bergoglio dijo en “Fratelli Tutti”, pronunciandose en contra de la teoría del “derrame” o “goteo”. Ellos quieren arrancar la riqueza actual de sus actuales poseedores para llevársela y repartirla, aunque luego se acabe y no exista más nada.
Es tal la poca dimensión de su visión que no alcanzan a ver que la riqueza no es un conjunto estático de bienes repartibles sino una dimensión viva y siempre creciente de pequeñas creaciones marginales y acumulables de activos nuevos, que, si existen las condiciones para crearlos, mejoraran la condición de todos.
Esta simple fórmula sacó de la miseria, de la enfermedad y de la inmundicia a tres cuartas partes de la población del globo en los últimos doscientos años. Sin embargo, la Argentina se halla en rebeldía contra ella porque sentimientos muy primates y muy rastreros se han apoderado de las mentes de vastos sectores sociales, llevados a ese punto por una dirigencia cruel que encontró en ese variante un mecanismo útil para mantenerse en el poder y enriquecerse ellos.
Desde que este maquiavelismo existe en la Argentina, la tradicional clase media está en extinción, la pobreza de la propia gente que se enoja contra ella ha aumentado y la riqueza de la casta política se ha incrementado exponencialmente.
No sé qué otras pruebas necesitan recibir las personas portadoras de odio para darse cuenta que ese ingrediente, inteligentemente manipulado por los funcionarios del Estado, para lo único que ha servido es para hundirlos más y para que la casta esté cada vez más encumbrada.
¿Están felices porque ahora en su misma condición están parte de aquellos a los que ustedes odian? Está bien, muchachos, ganaron… ¡Sigan felices en el barro, porque otros están en el barro también! Pero sepan algo: esa gente a las que ustedes colaboraron para que se hunda, tiene herramientas educativas para salir. De algún modo sortearán lo que les ocurre. O se irán.
Pero ustedes estarán cada vez más sumergidos en la indignidad, detrás de las consignas pobristas de los Bergoglio, los Kirchner y los Grabois, que solo los usan como si fueran bosta para sus campos.