La próxima vez que se señale al presidente Milei como un empacado que no está dispuesto a mover una coma de su libreto, se van a escuchar muchas carcajadas o muchas disculpas. No hay demasiadas alternativas a esas opciones.
¿Quién hubiera dicho que el primer presidente liberal libertario del mundo convocaría a un “concejo” integrado por un representante del Gobierno Nacional, uno de las provincias argentinas, un representante de la Cámara de Diputados, otro de la cámara de Senadores, uno de las organizaciones sindicales y uno del empresariado argentino?
El que pueda discutirme que eso no es una concesión enorme a la concepción fascista del Estado, seguramente deberá esforzarse mucho para convencerme.
El presidente Milei ha demostrado, con su convocatoria de Córdoba el 25 de mayo, que debe ser uno de los presidentes más dispuestos a la negociación que probablemente haya conocido la democracia.
Viniendo de donde viene, aceptar dialogar con un cuerpo colegiado, ajeno a los órganos creados por la Constitución, para consensuar con él las reformas legislativas que deberán seguir a la Ley Bases, es de una amplitud tal, que la imagen del que tiende la mano al adversario con tal de avanzar en una solución común, hasta se queda chica para describir tanta apertura y llaneza.
En efecto, la concepción que entiende a la sociedad como el fruto de un mecano compuesto por compartimentos estancos definidos por el tipo de actividad que desarrollan en la vida, todas arbitradas y reguladas por el Estado, podría considerarse como la definición más prístina del corporativismo fascista.
Esa cosmovisión de la vida social fue introducida en la Argentina por el peronismo bajo los principios de lo que Perón llamaba la “comunidad organizada”.
Todas las fuentes teóricas filosofías y económicas en las que abrevó Milei son la antítesis de ese anatema.
Hay que estar dispuesto a mucho renunciamiento y muy convencido de que lo que se tiene entre manos es lo mejor para el país, como para que alguien que toda la vida ha sido definido como un dogmático, se deshaga de ese ropaje y entregue semejante ofrenda.
La lectura de estos últimos acontecimientos pone en duda que el inflexible, antidemocrático sea Milei y que los conciliadores y amplios de criterio sean los opositores que hace 5 meses tienen la Ley Bases congelada.
El ámbito en que el presidente hizo su ofrecimiento no podía ser más adecuado.
La patria no se hizo con tozudeces sino, justamente, con renunciamientos y grandezas. No se hizo con inflexibilidad sino que nació como fruto de un enorme compromiso.
Hasta ahora, lo que prueba la realidad, es que los que la van de dialoguistas democráticos son los intransigentes que han condenado a la gente a 5 meses de un ajuste draconiano sin las compensaciones expansivas que podrían haber dado las reformas que el presidente pidió en diciembre.
Porque lo que no se puede decir es que Milei no haya planteado desde el principio una autopista de doble mano: una contractiva que pusiera en caja el desastre macroeconómico dejado por el peronismo y otra expansiva que recuperara la actividad económica por la vía de liberarla de las ataduras que la mantenían en un estado de asfixia desde hace décadas.
La política le negó al presidente una de las manos de la autopista y encima lo acusa de ser el culpable de que el auto no arranque.
Lejos de empacarse en lo que se hubiera esperado de un dogmático enardecido, envío una versión de la Ley Bases que fuera más potable para los reyes del status quo y, aunque logró la media sanción de diputados, los representantes de los privilegiados lo siguen haciendo parir en el Senado.
De nuevo, no solo no desmaya ante tanta pequeñez y tanto egoísmo, sino que le tiende la mano a sus obstructores ofreciéndoles una metodología de trabajo que es completamente exótica para él pero que debe resultar muy cómoda para ellos. Es como si un club le hubiera dicho al otro “te juego el partido de visitante, vos con tu gente y yo sin nadie, pero juguémoslo”.
La pregunta a esta altura debería ser ¿qué más quieren? ¿Qué el que renuncie a todo lo que sostuvo en la campaña (que fue lo que el pueblo votó) sea el presidente? ¿Qué no se cambie nada de lo que la Argentina hizo hasta ahora?
El verso de “cambio si, delirios no” no es más que eso: otro verso como tantos que conocieron los argentinos para que unos pocos se hagan millonarios y más de la mitad del país sea pobre.
Hasta volví escuchar el famoso y nunca bien ponderado axioma de que “hay que darle tiempo a la industria para que se prepare para competir: lo contrario provocaría un industricidio”
¿En serio que van a seguir con eso?
Aunque sea les pido algo de originalidad muchachos: engañaron como idiotas a millones durante años con ese curro. Por favor, cámbienlo: ya los descubrimos.
Pero mientras tanto el tiempo pasa. Es como cuando en el fútbol un equipo te llena de faltas “chiquitas”, lejos de las áreas, pero que te cortan el ritmo, te hacen perder tiempo, te ensucian el trámite.
Todos conocen la treta: técnicos, árbitros, dirigentes… Todos los saben. Pero allí siguen jodiendo a los que quieren jugar, a los que quieren ir para adelante, a los que quieren proponer algún espectáculo a los que miran los partidos.
Del mismo modo, los “democráticos” te llenan de “pequeñas” modificaciones, de consultas, de propuestas, contrapropuestas, de recontra-contrapropuestas… Y el tiempo sigue pasando. Todos lo ven, todos lo saben. Pero ellos siguen jodiendo y la Ley Bases no sale.
Ahora el presidente dice en palabras simples: “Denme la ley y, a partir de allí, negocio con las formas y las reglas que a ustedes les gustan”.
Ignoro en qué terminará todo esto. Pero cuando vuelva a escuchar los cantos de sirena que acusan a Milei de ser un exacerbado que no escucha nadie y que no acepta nada, no voy a poder evitar echar una enorme carcajada…
Aunque quizás me ponga a llorar al ver lo cerca que estuvo la Argentina de cambiar un curso decadente cuya materialización fue abortada, una vez más, por los intereses de unos pocos y la pusilanimidad de millones.