En los albores de la campaña presidencial en 2023, quienes advertían las primeras posibilidades de Javier Milei anotaban, sin embargo, una dramática minusvalía en su futuro: la escasez de gente para llenar los interminables casilleros de la administración central.
Son las delicadezas que tienen las obviedades: están allí, a la vista de todo el mundo y todo el mundo sabe que son un problema, pero se sigue adelante haciendo caso omiso de sus consecuencias o aplicándole a la situación un muy argento “después vemos”.
El problema con el “después vemos” es que el después llega. En ese sentido “el después” no es como “el mañana” que nunca ocurre porque el mañana de hoy será hoy cuando sea mañana.
El “después” si llega. Y si no hiciste nada para solucionar la parte obvia del problema, la obviedad ocurrirá.
¿Cuál era la obviedad del “después vemos” de Milei? Que si no hacía una razia profunda de todos los estamentos del Estado para limpiarlos hasta de su olor a kirchnerismo, la permanencia aunque sea residual de esos vahos de servidumbre y corrupción seguirían operando como un roedor insaciable hasta pudrir desde adentro el nuevo modelo.
El tema es que para hacer la razia se precisaba gente: la oca vuelve al punto de partida.
La gente no estaba. La obviedad visible desde el inicio se hacía presente en todo su esplendor.
El “después vemos” se tradujo en la continuidad o incorporación de gente que distaba mucho de estar comprometida con el cambio anunciado desde La Libertad Avanza. Se trataba, en realidad, de quinta columnas dispuestos a arruinar el proyecto de hacer caer el Antiguo Régimen.
Si había un lugar por el cual comenzar esa tarea (porque además es el lugar que asegura el fondeo del Antiguo Régimen) era la llamada “área social” del gobierno.
Además, los libertarios se habían propuesto destronar a quienes hasta ahora habían manejado los miles de millones de pesos destinados a la “ayuda social”.
Las orgas que el kirchnerismo formó como un “para-Estado” tenían unos objetivos múltiples.
En primer lugar robar la parte del león de esos recursos provenientes de las cargas tributarias que pagan los argentinos. Ese robo estaba dirigido a los bolsillos de los cabecillas de las orgas y de los funcionarios que alocaban las partidas.
En segundo lugar, fondear la militancia política para continuar con el lavado de cerebros y la conscripción de zombies que les dieran “volumen humano” y carnadura al uso de la palabra pueblo.
En tercer lugar, crear una vasta masa de esclavos que estuvieran al servicio de la “causa” cuando se tratara de salir a la calle.
Todo pagado por los argentinos.
La segunda obviedad que aparecía en los primeros tiempos de la campaña de Milei, era su incontrastable virginidad política.
Es más, el mismísimo candidato quizás se vanagloriara de esa condición porque justamente se declaraba impoluto de los pecados de la corrupción política.
El pequeño detalle es que generaciones de truhanes enriquecidos a la sombra de un Estado armado a la medida de sus conveniencias no se iban a dar por vencidas fácilmente y, al contrario, utilizarían todas las picardías aprendidas en tantos años de rosca, para salvar sus posesiones de la naive ola de renovación.
El mundo de los “doble agentes” hubiera encontrado en estas tramas una saga difícil de igual en una película de espías.
Está claro que también hubo ineptitud de parte de algunos funcionarios y una excesiva delegación de facultades por parte del presidente.
En un reportaje durante la campaña, Javier Milei -después de unas palabras muy elogiosas hacia su hermana- ya visiblemente emocionado por lo que él mismo acababa de decir, alcanzó a balbucear entre lágrimas: “yo soy solo un predicador”.
El tema es que la prédica triunfó y el predicador ahora debe gobernar.
Para enderezar su gobierno el presidente debe limpiarlo de ratas kirchneristas. Tan criticado por haber usado ese término para dirigirse a los integrantes de otro poder, ahora, el caprichoso destino lo hace percibir que las ratas están en el poder del cual él es su cabeza.
El poder residual del kirchnerismo, incrustado en los escritorios grises de miles de doble-agentes que dedican cada minuto de sus vidas a conspirar contra la concepción que vino a escupirles el asado, es muy profundo y está muy expandido.
También tiene a su favor el poder de la confusión, según la cual el hombre común hoy no sabe si Petovello es inoperante o fue engañada; si De La Torre fue una víctima inocente de una jugada magistral de las ratas o si aspiraba a quedarse con el cargo de su jefa… Este desquicio debe arreglarse cuanto antes y el daño que ha producido debe ser constreñido inmediatamente.
El futuro ministro Sturzenegger ha ideado una nueva forma para que la asistencia alimentaria estatal salga del Estado y no caiga en orgas que la utilicen para su beneficio.
Ojalá que lo que el ex presidente del BCRA definió como “contratos contingentes de seguro” sea una salida inteligente que eluda las ratas y ponga los alimentos en tiempo y forma en la mesa de quienes los necesitan.
Y que, de paso, el círculo de la demagogia se corte, las emergencias se asistan, los inoperantes aprendan, los naives se vayan y las ratas terminen donde deben: en la cárcel.