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Suplentes de la guerra

Hace ya un tiempo en otro lugar (“La Idolatría del Estado”, Ediciones B, Buenos Aires, 2009) decíamos que el fascismo siempre está, en tiempos de paz, en la búsqueda de un suplente de la guerra. Se trata de un acontecimiento, un evento, un algo, de lo cual el fascismo pueda agarrarse para persuadir a una sociedad de que las excepcionalidades de la guerra también deben aplicarse a ese hecho.

Por supuesto la excepcionalidad más saliente en tiempos de guerra es la restricción (o en, muchos casos directamente, la anulación) de los derechos individuales. La sociedad incluso de buen grado está dispuesta a ver recortadas sus prerrogativas y garantías en aras de que la seguridad de todos este bien cubierta.

Se trata de una ofrenda colectiva al país que los individuos entregan reconociendo el pasaje dramático por el que todos pasan.

Obviamente el poder de los gobiernos aumenta de modo más que proporcional ante esa pérdida. Los derechos individuales fueron justamente concebidos para limitar el poder del Estado y de los gobiernos y para que su autoridad no pueda imponerse de modo arbitrario sobre la soberanía individual.

La guerra borra todo eso y, repetimos, la sociedad entrega su mayor tesoro, casi diría, convencida de que eso es lo mejor para superar las circunstancias creadas por la contienda.

Se trata de la situación ideal del fascismo. No por casualidad las dictaduras más extravagantes que conoció el mundo fueron, sin excepción, fascistas, desde la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini hasta la Rusia de Stalin.

Cuando el fascismo pierde su desiderátum -la guerra- necesita recrearlo de alguna manera. Necesita llevar al convencimiento de la sociedad que un acontecimiento tan grave como la guerra está sucediendo para que la sociedad también se muestre de acuerdo en resignar sus derechos.

“Es la vida del colectivo lo que está en peligro…” “Estamos ante una emergencia nacional…” “Debemos colaborar todos para superar este trance que nos afecta a todos…” Son algunas de las aseveraciones y relatos que el fascismo inventa para imponer una restricción de derechos y con ello aumentar su poder.

En la Argentina aparece como ciertamente sugestivo que gran parte de los gobiernos peronistas (el kirchnerismo, por supuesto, completo) hayan gobernado bajo la vigencia de “leyes de emergencia”. Si bien se pintan como los hacedores del paraíso en la Tierra, lo primero que hacen al instalarse en el poder es dictar una ley de emergencia que no derogan mientras están en el gobierno.

No es muy coherente que sean los vectores del paraíso pero el país esté, sin embargo, en “emergencia”. Cualquiera podría decir: ¿en qué quedamos, estamos en el paraíso peronista o en emergencia? Pero, bueno, ese es otro tema que daría para otra columna.

Lo cierto es que una de las características comunes a todos los fascismos es la desesperada búsqueda de un factor disruptivo, para, asemejarlo a la guerra y restringir derechos.

Si lo hacen en condiciones normales (para lo cual han desarrollado una notoria inventiva) imaginen ustedes lo que pueden hacer cuando efectivamente hay condiciones objetivas de excepcionalidad.

Este es el caso de la pandemia del coronavirus. No es necesario exprimir mucho el cerebro para entender por qué el kirchnerismo, desde el primer momento, se convirtió en un talibán de la pandemia y de la cuarentena. Es la excusa servida en bandeja.

Si ya habían declarado la consabida “emergencia” ni bien asumieron (recordemos que el kirchnerismo gobernó con ley de emergencia desde que llegó en 2003 hasta que Macri ganó las elecciones en 2015. Durante todo ese período se vanaglorió de sus “logros” (¿?) al grito de “no fue magia” pero, al mismo tiempo, seguía aseverando que el país estaba en “emergencia”. Macri derogó la ley cuando asumió y gobernó sin ese estado durante todo su mandato) imaginen lo que fue cuando la pandemia de coronavirus invadió el mundo.

Tocar el cielo con las manos fue poco para ellos. ¡Al fin un “suplente de la guerra” perfecto! Todos sabemos lo que siguió: la cuarentena cavernícola (que, no por ella, el país performó bien en el concierto de las naciones si tenemos en cuenta, por ejemplo, los muertos por cada 100 mil habitantes: en realidad fue un literal desastre) la quiebra de cientos de miles de empresas, la pérdida de miles de puestos de trabajo, restricciones y regulaciones a diestra y siniestra que destruyeron lo poco que quedaba de la autoestima argentina, imposiciones a la población de las cuales estaba exceptuada la nomenklatura, y la creación de millones de dependientes de la dádiva pública, personas que antes eran individuos soberanamente independientes que mantenían a su familia y tomaban sus decisiones basados en la seguridad que les daba su trabajo personal y que ahora esperaban la escupidera del Estado.

Ahora el senador por el distrito más nazi del país -Formosa, en donde directamente se han instalado especies de campos de concentración para aislar a sospechosos de tener el virus- José Mayans, fue descarnadamente brutal y dijo “En pandemia no hay derechos”.

Todo en relación a las quejas de esos ciudadanos hacinados en esos galpones que tuvieron la peregrina idea de protestar esperando que se respeten “sus derechos”. La respuesta fue clara; bien fascista: “En pandemia no hay derechos”.

Hasta ahora todo habían sido conductas de hecho, de las cuales, obviamente, podía extraerse la conclusión de que no había derechos. Pero nadie se había animado a un sincericidio como el de Mayans. Él sí se animó y lo dijo. Me hizo acordar a aquel reportaje de la periodista Carolina Amoroso a otro senador peronista -en aquel caso Carlos Caserio- respecto del trabajo de los funcionarios públicos cuando, muy suelto de cuerpo, dijo “Bueno, nosotros somos “el Estado”; nosotros no tenemos que trabajar como ustedes… Nosotros estamos para dictar la normas y para decir cómo tienen que ser las cosas, pero no para trabajar como trabaja la gente común”.

Es obvio que los senadores peronistas sienten una gran pasión por la verdad: puestos contra la pared la sueltan a viva voz.

La conclusión penosa del relato es cómo es posible que la gente banque esto y no se dé cuenta. Ya hemos contado aquí la metáfora de la rana hervida de a poco. Pero lo cierto es que hoy tenemos ciudadanos argentinos presos en galpones inmundos, en condiciones infrahumanas de supervivencia, gritando por sus derechos. La respuesta se las dio el senador que ellos mismos votaron.

Por Carlos Mira
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One thought on “Suplentes de la guerra

  1. Marcelo Zocchi

    Excelente! No tiene desperdicio…

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