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¿Qué va a pasar?

Hace 76 años el país comenzó a acostumbrarse paulatinamente a una forma diferente de ganar dinero. Una forma bien distinta de la que la Argentina había ido desarrollando en los casi 100 años anteriores.

Desde que la Constitución se sancionó en 1853 y hasta 1946 la manera clásica de mejorar la vida fue trabajando, inventando, teniendo sueños y perseguirlos con las herramientas legales que el nuevo orden entregaba generosamente.

El país en base a ese sentido común simple tuvo un desarrollo extraordinario. Una inmensa cantidad de trabajos, creaciones, inventos, industrias fueron apareciendo con el correr del tiempo. Ese abanico de tareas comprendía todos los campos: es una mentira completa la idea de que la Argentina era solo una factoría de materias primas. Los avances industriales eran enormes y la cantidad de patentes industriales de invención registradas en ese período no dejó nunca de crecer.

El denominador común de todo ese período podría ser definido como que para ganarse la vida había que generar valor, creando, modificando, agregando, sirviendo, en fin, con cualquiera de las versiones por las cuales un individuo o una empresa podían satisfacer demandas reclamadas por la sociedad.

En 1946 el cisma peronista rompió ese modelo en mil pedazos. Por la vía de intervenir groseramente en el intercambio económico y comercial privado, se crearon artificios que alteraron las normas habituales de ganarse la vida porque ya no necesariamente progresaba el que era mejor satisfaciendo demandas de la sociedad sino el que lograba desentrañar los nuevos vericuetos legales generados por la burocracia dirigista.

Ese monstruo no dejó de crecer. A su sombra, creció un sistema que reemplazó la inventiva, la inversión, el riesgo y el trabajo por distintas versiones de lo que podríamos llamar “curros” que consistían en sacar ventajas de un régimen antojadizo que no guardaba relación con la eficiencia ni con la habilidad para discernir lo que la gente necesitaba sino con el acomodo, la rosca, el apriete, los “contactos”, la extorsión, la amenaza y, muchas veces incluso, la fuerza bruta.

Así, la manera de hacerse rico, de progresar en la vida, de “hacerse la América” pasó de depender de uno mismo a las conexiones, la capacidad de presión, la mayor o menor cercanía con los privilegios creados a propósito por el nuevo tipo de orden jurídico impuesto por el peronismo.

La Argentina nunca más pudo liberarse de ese verdadero “sistema”. A partir de allí comenzaron a notarse injusticias colosales como que quien progresaba ya no era el que se esforzaba, el que detectaba una demanda insatisfecha de la sociedad y la llenaba eficientemente o el que inventaba una nueva y mejor manera de hacer las cosas, sino aquellos que demostraban mayor maestría a la hora de entender, interpretar y ejecutar los “curros”.

No hubo cambio de gobierno que, desde el primer Perón hasta aquí, lograra cambiar esa notoria anomalía. Naturalmente, si había espacio para que ese “sistema” se perfeccionara aún más fue el kirchnerismo el que vino a desentrañarlo.

Los bolsones de privilegios basados en una conformación completamente feudal, fascista y corporativa de la sociedad crecieron a una velocidad astronómica. Es absolutamente normal que si todas las señales de cómo hacer dinero se dirigen hacia una manera muy determinada y muy clara cada vez sean más los que se vuelquen al ejercicio de esas anormalidades.

El pequeño detalle es que el fruto de las anormalidades no puede ser otro que una multiplicación al infinito de las anormalidades, por lo que hoy, en el país, todo es anormal en lo que se refiere al simple hecho de ganarse la vida.

Quien no entendió la “manera peronista” de “trabajar” está literalmente liquidado. Quien siga soñando que la forma de crecer es el trabajo honrado, la agregación de valor, la satisfacción de demandas sociales, la modificación de los sistemas para que las nuevas maneras hagan más fácil y más barato lo que era más difícil y más caro, es un perfecto idiota en el modelo social peronista. Cualquier comparación entre la posición económica de un “soñador” como ese y, por ejemplo, un sindicalista, será suficiente para dar por demostrado lo que queremos explicar.

El punto es que este sistema ha achicado las filas de los “productores de riquezas” a niveles dramáticamente mínimos y, en contraste, ha aumentado las filas de los “demandantes de recursos” a niveles estratosféricos, de modo que, literalmente, las cuentas no se pueden seguir pagando.

El sistema previsional entrega un ejemplo en chiquito de lo que en general ocurre con todo en el país: los que producen no alcanzan a satisfacer las demandas de los que esperan recibir. Con las jubilaciones fueron tantos los curros que se generaron (jubilaciones truchas por discapacidad conseguidas por tener las “conexiones” adecuadas, retiros sin aportes estimulados por la demagogia política, regímenes especiales que acortan la edad jubilatoria por tipo de actividad, en fin, una serie de atajos que han convertido a todo el sistema en un lodazal totalmente infinanciable y a jubilados muriéndose de hambre) que los argentinos terminaron creyéndose que era efectivamente posible retirarse, no trabajar más y vivir del trabajo de otros.

Llevado este ejemplo a todo el país, en eso ha convertido el peronismo a la Argentina: una mayoría miserable que no tiene lo mínimo para vivir (pero que está muy lejos de pensar que eso ocurre porque todavía no se inventó el sistema que genere riquezas de la nada)  y unos pocos que son millonarios porque desentrañaron las claves del  corrupto código peronista de la riqueza. Los primeros viven incluso convencidos de que son víctimas de la injusticia de no tener lo mínimo porque otros tienen demasiado, aunque el blanco de su ira no son, curiosamente, los que desentrañaron el código peronista de la riqueza, sino aquellos que aun creen en los viejos valores que deben seguirse para salir adelante en la vida.

Aquí se halla el nudo gordiano que el próximo gobierno deberá desatar para que en la Argentina se vuelvan a generar riquezas suficientes para que todo el mundo goce de los mínimos indispensables para vivir una vida plena y satisfactoria.

El problema surgirá cuando alguien se pare delante del país y le notifique que la “manera peronista de hacer plata” se acabó; que se ha iniciado un proceso por el cual se desarmarán todos y cada uno de los curros que introdujeron un sistema de vida completamente injusto con la explotación paradójica del verso de la “justicia social”.

¿Qué va a pasar en ese momento? ¿Qué van a hacer los que usufructúan los diversos bolsones de privilegios a los que el país se ha acostumbrado en todas estas décadas?

Y esto partiendo de la base de que un eventual nuevo gobierno no-peronsita, justamente tenga las agallas para hacerle al país este planteo terminal. Porque si no las tiene, el futuro inmediato (y el mediato también) seguirá consistiendo en una profundización de la miserable decadencia a la que el “sistema” peronista ha condenado al país en las últimas siete décadas y media.

La disyuntiva es entonces clara: o se inicia un proceso de desarme del “sistema” peronista y se enfrentan las consecuencias que seguramente intentarán los que se han acostumbrado a “ganarse la vida” de la manera peronista o se sucumbe ante la presión de los privilegiados y el país quedará condenado para siempre a la prehistoria.

Por Carlos Mira
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One thought on “¿Qué va a pasar?

  1. Ariel Ferrero

    Dos cosas son claras: La palabra “Progreso” fue desterrada del diccionario argentino, y una inmensa mayoría (los muchachos de la foto, ejemplo) no cree en el mérito y, al parecer, se conforman con lo que tienen, lo que reciben.
    Otra es el “derecho adquirido”, que destierra cualquier posibilidad de progreso.

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