Mientras crecen los rumores de que con Martín Guzmán se estaría produciendo el mismo escenario que con Marcela Losardo (es decir que el ministro estaría ocupando su cargo sólo mientras se consigue un reemplazante pero que está “renunciado” desde hace dos semanas) está confirmada una reunión suya con el Papa Francisco para mañana a las 11 en Roma.
El tema de la reunión será la situación económica Argentina, las negociaciones con el Fondo Monetario y la relación de la Argentina con los países europeos para conseguir respaldo para la jugada de refinanciar a un larguísimo plazo (20 años, es el plan de Cristina Fernández) la deuda con el organismo.
No sabemos cuál puede ser la efectividad de esa reunión. Obviamente Francisco puede tener una ascendencia espiritual en ciertos círculos, pero su influencia es prácticamente nula cuando se tratan estas cuestiones.
Su relación cercana con Kristalina Georgieva, la directora gerente del Fondo, se limita a un afecto personal que deviene de las creencias espirituales de la sucesora de Christine Lagarde, pero que se vuelven volátiles cuando lo que hay que discutir son efectividades conducentes, como diría un viejo radical, admirador de don Hipólito.
La Argentina cristinista tiene una aspiración de máxima que consiste en patear el problema de la deuda a una generación que hoy está en el colegio primario. Pero esas aspiraciones son de difícil concreción.
A la idea general de una postergación en los pagos se le suman otros tecnicismos que también aparecen como complicados a la hora de obtener una aprobación.
Por ejemplo, el país aspira a que lo que supuestamente va a recibir en la forma de Derechos Especiales de Giro (un eufemismo para ocultar un regalo de la comunidad internacional a los países pobres para que apliquen esos dineros a la batalla contra el Covid, que son, más o menos, unos 4 mil setecientos millones de dólares) pueda aplicarlos a los pagos que debe hacer este año al Fondo. Sin embargo, esa cuestión no parece tan fácil.
En las últimas semanas, dos importantes personajes de la administración Biden llegaron al país para tomar contacto con el gobierno y llevar al presidente norteamericano una pintura de la ubicación argentina.
Los coqueteos constantes del cristinismo con China, Rusia y Venezuela son mirados con elevada preocupación en los EEUU. El país viene de tomar decisiones descomedidas para con ese país en diversos frentes y no se descarta un planteo firme de estos emisarios a Alberto Fernández.
Si bien en el órgano paraestatal de propaganda del gobierno, Página 12, el presidente Fernández negó que el país haya recibido un ofrecimiento de donación de vacunas norteamericanas, las versiones en el otro sentido son muy fuertes y todas apoyadas en fuentes bien informadas de las relaciones internacionales.
Lo que sí quedó públicamente constatado fue el rechazo del gobierno a que un buque de la Guardia Costera norteamericana atracara en Buenos Aires como parte de un operativo de vigilancia y disuasión a los buques piratas chinos que roban la riqueza ictícola argentina en el Atlántico Sur.
El gobierno de los EEUU interpreta esta acción como un guiño a China para que siga depredando el Mar Argentino con la venia del gobierno que, encima, estaría negociando el asentamiento de una base de ese país en Ushuaia.
Naturalmente el peso de los EEUU en las decisiones del FMI supera largamente la influencia del Papa. Si bien muchos anotan una supuesta “amistad” entre el Papa y Biden (el presidente es efectivamente católico) otros muchos entienden que en cuestiones en donde está de por medio el esfuerzo impositivo de los contribuyentes norteamericanos, el presidente podría tener una aproximación a la cuestión que se alejara de las amistades personales.
Por eso no se entiende por qué Guzmán busca una reunión con Francisco en lugar de ponerse firme puertas adentro del gobierno que integra contra los desatinos que dinamitan toda posible negociación.
Ese encierro mental da pábulo a las versiones sobre la renuncia del ministro, señalado por la avanzada cristinista como uno de “los funcionarios que no funcionan”.
La Argentina tiene una larga tradición de leer mal al mundo. Lo ha hecho en los enfrentamientos mundiales, siempre optando por el lado equivocado. Lo ha hecho en la Guerra Fría, en donde defendió los revolucionismos de Moscú y La Habana.
Y ahora, en un momento en que el mundo enfrenta un enemigo bacteriológico, vuelve a equivocar la jugada, aferrándose a las vacunas de Moscú y Beijing y descartando las de procedencia norteamericana.
Parecería que el país no está en posición de darse estos lujos de compadrito con un cuatro de copas en la mano y sin cartas que se sumen para el envido. Ya ha pagado precios muy caros por sus estupideces de adolecente, rebelde sin causa.
Lamentablemente quien se reunirá con Guzmán mañana es parte del problema, no de la solución. Sus posturas ridículas en materia de riqueza y pobreza, de miseria y desarrollo y de democracia y populismo lo ponen más cerca de ser la fuente de los inconvenientes en lugar de convertirlo en un trampolín hacia un desenlace feliz. No es haciendo lío como se resuelven los problemas de los pobres, sino aplicando una mirada del mundo inteligente y, sobre todo, sabiendo que siempre se jugará con ventaja si uno se pone del lado de la libertad y en contra de las cúpulas de poder.