La aparición de fenómenos disruptivos como el de Javier Milei, levantan, inmediatamente, entre los que aspiran a la pulcritud, una corriente de sospechas que báscula entre el descreimiento y el espanto.
Por alguna razón de simplificación, a quienes prolijamente se anotan en ese bando, se los llama “republicanos verdaderos” y a las abstracciones que defienden se las llama “republicanismo”.
Para despejar cualquier duda inicial, de entrada y frontalmente, digo que no debe haber alguien que haya defendido tanto el “republicanismo” como quien esto escribe, independientemente del poder de impacto que mi opinión pueda tener en el mainstream social.
Pero al lado de esa defensa en los tiempos más oscuros del fascismo kirchnerista (que está registrada y no hay más que buscarla) deberíamos definir qué entendemos por “republicanismo”.
Arrojar una palabra que gatilla unos conceptos brumosos en la mente de la gente no sirve de mucho, si no se la define con precisión.
El sufijo “ismo” es un sufijo por el que no tengo simpatía. En general sirve para graficar muy bien algo que se ha ido en vicio, es decir, algo que incluso hasta partiendo de bases buenas, se ha echado a perder por una exageración dolosa o inocente.
Obviamente cuando la base es ya de por sí mala, el derivado del “ismo” no hace más que llevar a un superlativo lo que ya era pernicioso sin necesidad del “ismo”: así ocurre con el “peron-ismo”, el “común-ismo”, el “fasc-ismo” y así sucesivamente. Perón, la idea de la propiedad colectiva, y el concepto del las “fasces”, eran ya ontológicamente perversos sin necesidad de “irse en vicio”. Cuando se fueron en vicio, todo fue mucho peor.
Pero volvamos al “republicanismo” para tratar de entender qué queremos decir (o qué quieren decir) cuando se utiliza esa expresión.
En general suponemos que con ese término se quiere trasmitir la idea de la defensa de un conjunto de valores que deberían ser inalterables como la libertad de expresión, la división de poderes, la independencia del poder judicial, el check & balance entre los poderes, una aversión por los personalismos y la idolatría del “líder” y una razonabilidad general que sea la base de una convivencia social armónica.
Perfecto. Para eso ya existe una palabra que es justamente “república” y “republicanos”. El punto es que, en la Argentina, todo ha sido tan deteriorado que parecería haber una obligación de extremar las palabras para que todo quede claro.
Es en esa exageración en donde empiezan a aparecer los problemas.
Cuando el “republicano” se convierte en “republicanista” tiende -quizás sin darse cuenta y con la mejor de las intenciones- a aceptar como parte del sistema a quienes quieren destruirlo. Eso no es ser “republicano” o “republicanista”: eso es ser idiota.
La República no puede, para conformar a los “republicanistas”, aceptar como “iguales contendores democráticos” a quienes se valen de las permisividades de los sistemas libres para destruirlos, usando la libertad de la República. Se trata de un sistema de inmunología que, cuando se entrega en aras del “republicanismo” convierte al cuerpo de la República en inmuno-deficiente.
Admito que manejar estos sutiles límites entre la libertad y su propio sistema inmunológico es como manejar nitroglicerina en una diligencia que viaja por los escarpados caminos del salvaje Oeste.
Pero insistir inocentemente en la creencia de que la República puede funcionar SIN sistema inmunológico que “mate” los microbios que la acechan, más que inocente, a esta altura, es estúpido.
Puestas así las cosas, ¿quién sería más republicano? ¿El cándido que admite al zorro en el gallinero o el desconfiado que dice “republicano sí pero pelotudo no, querido”?
La Argentina ha construido con el correr de las décadas un sistema “muchedumbrista” que, por la acción constante de un establishment que se beneficiaba con ello, llevó al hipotálamo nacional la idea de que la mejor democracia es la que, sin límites, pone en el gobierno a los representantes de las muchedumbres. Eso no es una democracia y mucho menos una República.
Es más, el kirchnerismo no fue otra cosa más que un experimento que, utilizando los mecanismos republicanos en su favor, intentó consolidar un modelo de “democracia muchedumbrista”, encima con el alarde de imponer la convicción de que ESA es la ÚNICA y VERDADERA democracia.
Yo admito que los “republicanistas” alzaron la voz para denunciar y oponerse a toda esa demencia. El problema es que ahora nos quieren convencer de que porque Milei tiene apariencia de loco, insulta como el kirchnerismo y es una figura que concentra la atención personalista, es igual que el kirchnerismo.
¡¡NO MUCHACHOS!! ¡NO COMETAN ESE ERROR!, colgado del cual el kirchnerismo los use para regresar.
La República debe ser “pícara” en ese sentido. Y los republicanos también, empezando por no ser “republicanistas”.
Durante el kirchnerismo, mi colega Jorge Fernández Díaz acuñó un término para describir a toda una raza política de “pulcros” que en su exceso por exhibir limpieza e imparcialidad seguían cooperando como nadie para que los estragos kirchneristas continuaran.
Jorge llamó a aquel conjunto de inocentes “almas bellas”, como dando a entender cierta candidez, a tal grado naive, que no veía los peligros que facilitaba.
Mi miedo ahora, al leerlo domingo a domingo, es que el propio Jorge no se esté convirtiendo en un “alma bella” de estos tiempos.
Sus columnas, en las que trasmite el terror que los arranques de Milei producen en el “republicanismo”, podrían ser usadas tranquilamente por el kirchnerismo, a quien no me cuesta ningún trabajo imaginar diciendo “hasta nuestros más acérrimos críticos coinciden con nosotros”.
Como Jorge tiene sus temores, estos otros son los míos: que un conjunto incurable de delincuentes se valga de las nuevas “almas bellas” para quebrar el espinazo de lo que podría ser un cambio de época que suponga su eliminación definitiva.
Porque todos estamos de acuerdo que el kirchnerismo es el verdadero enemigo de la República, ¿verdad?
Muy bien, entonces mientras agudizamos el ingenio para crear un sistema que, respetando las libertades de la República, le impida a delincuentes como esos hacerse del poder, no boicoteemos a quien está tratando de desenredar el enjambre legal que, con los años, esa banda ha construido creando un traje a medida para que siempre ganen ellos, con el aparente respeto a las formas republicanas y constitucionales.
Porque, reconozcámoslo: ellos han tenido esa viveza. Durante décadas fueron construyendo un sistema electoral (que tuvo su éxtasis en la consagración constitucional de 1994) según el cual nadie les puede decir que “no respetan las instituciones” pero por el que, al mismo tiempo, han puesto las instituciones en sus manos.
Este éxito me hace acordar al dictador Chávez que ante cualquier queja metía su mano en el bolsillo, sacaba un ejemplar liliputiense de la Constitución Bolivariana y decía que él no hacía otra cosa más que actuar cumpliendo la ley. El problema es que el “muchedumbrismo” le había permitido a él moldear la ley a su conveniencia.
Entonces, volviendo a la Argentina, lo que hay que hacer para ser “republicano” es respaldar al que viene a desarmar ese entramado legal que le permitió al peronismo convertirse en hegemónico, incluyendo para eso, si es necesario, la restauración de las instituciones de la Constitución original, barriendo de cuajo con el engendro del ‘94 que hizo posible todo lo que vino después.
Espantarse porque una parte del gobierno (el “triángulo de hierro”, ponele) confiesa abiertamente que -si tienen éxito en dar vuelta la espantosa decadencia económica colectivista- van a ir por un cambio institucional profundo que, por un lado, impida para siempre que una horda de delincuentes demagógicos llegue al gobierno y, por el otro, estimule a que la administración de éste solo se dirima entre fuerzas que nunca más vuelvan a poner en peligro las libertades básicas de los argentinos (como las puso el peronismo nacional socialista), no va a hacer otra cosa más que ayudar a que ese cambio se trunque, dándole a las verdaderas fuerzas de la anti-república una oportunidad más para sobrevivir.
El sistema inmunológico de la República debe destruir los gérmenes internos que amenacen destruirla. Ese sistema de inmunidad hay que desarrollarlo porque el peronismo lo arruinó a propósito.
Solo con ese esquema funcionando bien se le darán a los inversores de largo plazo las seguridades de que las reformas que pueden estar asomando ahora no van a ser demolidas por las mismas bacterias de siempre.
Porque es esa incertidumbre la que justamente impide que dinero fresco y abundante llegue a la Argentina: el temor por el regreso del kirchnerismo. Es por esa misma razón que incluso dudo acerca de si la primera reforma no debió haber sido la política.
Entiendo que para emprenderla hace falta un volumen de apoyo que solo puede dártelo gente que vea que su situación económica mejora. Pero si pudiéramos analizar las cosas en teoría, no dudo que lo primero que debería hacerse es construir un muro de contención legal (un “sistema inmunológico”) para que ningún “ismo” vuelva a apoderarse de la Argentina.
Carlos, está todo dicho en su artículo. En Argentina hay un 50% de la población que no quiere cambiar y los políticos “republicanos” de la oposición no incluye a los Kircheristas, no quieren cambiar nada. Quieren proteger el status quo y la decadencia argentina. Argentina no ha sido una República con el Kirchnerato y nada dijo NADA.
La decadencia producida por estos perversos como mínimo requeriría un Nutemberg Argentina por la destrucción producida en la sociedad.
Hoy las almas bellas y pulcras no quieren cambios tampoco. También es muy notable, salvo escasas excepciones, un periodismo que tampoco quiere cambios. El periodismo ha cambiado en el mundo y ya la competencia en palabra autorizada la vemos todo tiempo. Los grandes medios están también en crisis en todo el mundo y eso también puede generar resentimiento en algunas almas bellas.
Usted ha interpretado fielmente lo que pienso sobre las columnas dominicales de Fernández Díaz, el que cada vez me produce más rechazo leer.