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Nada se toca

marcos peña

Colgado de las rejas que protegen el ministerio de desarrollo social se halla un cartel de fondo verde en donde se lee en letras enormes: “La ley de Salud Mental (y con letras más grandes aun): NO SE TOCA”

Se trata de un símbolo; de una enorme metáfora de toda la Argentina actual: nada se puede tocar. ¿Por qué? Porque si lo tocas “te rompo todo y te quemo todo…”

Esta es la encrucijada que vive el país hoy entre pretender resultados diferentes a los que se lograron hasta ahora (en materia de nivel de vida, porcentaje de la población bajo la línea de pobreza, performance económica, mejora de las expectativas, vivir mejor, etcétera, etcétera) y seguir haciendo lo mismo prácticamente en todos los campos de la vida argentina.

Por supuesto que la referencia a la ley de salud mental que contiene el cartel colgado en el ministerio es una anécdota y no es el tema de esta columna: realmente ignoro olímpicamente los contenidos de esa ley, lo que se propone y lo que regula. Reitero no es el tema que me ocupa aquí.

Lo que hago simplemente es tomar una frase de ese cartel como definición global simbólica de la situación que la Argentina vive hoy. Esas tres palabras -NO SE TOCA- es un mantra con el que millones de argentinos se sienten identificados. Nadie quiere que vaya haber un ápice de cambio en la quintita de cada uno. Todo debe seguir igual, nada debe modificarse.

Los más sofisticados incursionan, incluso, en la llamada “teoría de los derechos adquiridos” según la cual los derechos consignados en algún formato legal pasan a ser eternos, sin posibilidad de modificación.

Esos mismos fanáticos del status quo son los que piden a gritos que las cosas mejoren y, por supuesto, si es posible, que empiecen mejorando también por la quintita propia.

En este sentido, los argentinos clasificamos muy bien dentro de lo que Einstein llamaba esquizofrenia o -directamente- locura, esto es, pedir que se obtengan resultados diferentes pero, al mismo tiempo, exigir que se siga haciendo siempre lo mismo.

Si racionalizamos esta realidad, esto es, si estamos de acuerdo en que al mismo tiempo que pedimos cambios exigimos que se siga haciendo lo mismo y que “nada se toque”, debemos al menos concluir que tendríamos que armarnos de paciencia y apostar a que los cambios que pedimos se vayan produciendo de aquí a un periodo, digamos de cincuenta años.

Si los cambios que se intenten deben tener tantas salvaguardas como para dejar a salvo la exigencia del “NO SE TOCA” (es decir cambiar tan ínfimamente las cosas como para que todo el mundo se quede tranquilo y parezca que no se cambia nada) esos cambios tardarán tanto en producir efectos que al menos tres generaciones de argentinos deben despedirse de la idea de ver los resultados.

Y eso en el mejor de los casos que esos resultados vayan a producirse porque es muy posible que la variable “tiempo” corra más rápido que las minucias cambiadas y por lo tanto ni siquiera éstas produzcan resultado alguno.

El país se halla realmente frente a una situación completamente esquizofrénica. Y una situación de esa característica no puede sostenerse en el tiempo sin producir alteraciones severas en las conductas de las personas: la verdad es que no es posible exigir objetivos contradictorios al mismo tiempo, todo el tiempo.

En realidad quienes primero deberían pedir que se “TOQUE TODO” son los que más reclaman que las cosas vayan mejor, porque si no están conformes con cómo están, no hay dudas de que a ese estado llegaron por la legislación que gobernó la Argentina las últimas décadas. En efecto, su situación personal es el resultado de la aplicación de un determinado tipo de orden jurídico, que moldeó la vida colectiva e individual de los argentinos en el último siglo.

Si mi aspiración es que ese orden jurídico no se modifique, entonces debo renunciar a que mi situación mejore, a menos que salga a robar a mano armada. Si quiero que mi situación personal y que la situación colectiva del país cambie debo admitir que el orden jurídico sea modificado.

Así pues, es desconcertante la reciente afirmación del Jefe de Gabinete de Ministros, Marcos Peña, en el sentido de que ha bajado a sus subordinados la idea de que deben acostumbrase a gobernar con “las leyes que hay”. Resulta francamente alarmante que Marcos Peña uno de los jefes de “Cambiemos” crea que se pueda cambiar la realidad aplicando las mismas leyes que nos llevaron a la realidad que “Cambiemos” prometió cambiar. Se trata de un oxímoron que no alcanzo a entender cómo Peña no advierte.

La sociedad votó cambiar. ¿No será hora de presumir que los que no quieren cambiar son una minoría ruidosa y violenta pero que no representan el sentimiento mayoritario actual de la sociedad?

O quizás el gobierno tenga razón y la gente votó un eslogan pero no el desafío consciente de lo que significa cambiar. O de que cuando se dio cuenta de ese significado, se arrepintió.

En ese sentido, por ejemplo, se conoció días pasados un estudio entre gente votante y seguidora del PRO que arrojó la sorprendente conclusión de que una mayoría consistente de esas personas cree que las cosas debe resolverlas y hacerlas el Estado. Resulta sumamente llamativo ese relevamiento.

Lo cierto es que siendo fríos y siguiendo estudios como el que acabamos de citar no se puede llegar a otra conclusión que no sea la de que a la Argentina le va a costar mucho cambiar. Soñar con que el país será en poco tiempo -no digamos como ningún referente desarrollado- digamos simplemente como Chile es hoy,  es poco menos que una quimera.

En el partido entre el “NO SE TOCA” y el “VIVIR MEJOR” va ganando el “NO SE TOCA” por goleada. Y el gobierno -que lleva nada menos que el nombre de “Cambiemos”- va dando muestras todos los días de que su mejor estrategia consiste en aceptar esa triste realidad y tratar de vivir con ella.

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