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Nada los detiene

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No hay dudas de que el plan para derrocar a Macri sigue su curso. No lo digo yo: lo dijeron los protagonistas de la conspiración que prometieron trabajar noche y día para hacer que a este gobierno le vaya mal y para destituirlo.

La jefa de ese movimiento sedicioso es Cristina Fernández que se vale de sus habituales alfiles para llevar adelante su proyecto golpista. Allí aparecen Luis D’Elía, Fernando Esteche, Hebe de Bonafini, Gabriel Marioto, Amado Boudou, Aníbal Fernández, Wado de Pedro, Justicia Legitima (con Alejandra Gils Carbó a la cabeza) Diana Conti y otros secuaces que solo sueñan con volver a encaramarse en el poder para seguir robando y seguir metiendo resentimiento en la mente de la gente.

Resulta muy extraño (aunque cuando uno recuerda que la jefa de todos ellos es Gils Carbó tiende a entender un poco más) como ningún fiscal no ha abierto docenas de causas por el delito de sedición -que es un crimen directamente previsto por la Constitución- cuando un grupo arrogándose los derechos del pueblo pretenda levantarse contra las autoridades legítimas.

El inicio de un nuevo periodo de sesiones ordinarias del Congreso (esto se escribe con anterioridad al discurso del presidente) es una nueva oportunidad para medir el grado de cultura cívica de la Argentina que, de no estar en duda, no tendría espectáculos públicos como el de ayer en donde un legislador decidió pedir a los diputados kirchneristas que sepan estar a “la altura de las circunstancias”.

Solo hay que leer la monumental obra de Ken Follett, “Winter of the World” (“El Invierno del Mundo”) en donde el autor relata las condiciones en las que se llevaban a cabo las reuniones del Reichstag (el parlamento alemán previo a la segunda guerra mundial) en donde el matonismo de las fuerzas de Hitler tornaban aquellas sesiones en un compendio de atropellos, de prepotencia y de incivilización.

¿Cómo se ha instalado este gérmen patológico en la mente de tantos argentinos? No hay duda que el trabajo incesante de un conjunto de resentidos sociales ha dado sus frutos al introducir en el razonamiento normal de muchos la idea de que las penurias de unos tienen su origen en el disfrute y en el goce de otros.

Como consecuencia de ello el camino lógico que debe transitarse, según esta visión, es la supresión del disfrute de los que disfrutan para que paralelamente desaparezca el sufrimiento de los que sufren.

Esa es la enfermedad que tiene la psiquis argentina. Mientras no se salga de ese círculo de envidia que destruye la buena fe, que nubla el razonamiento y que dirige a las personas a experimentar los sentimientos humanos más bajos, nada podrá analizarse a la luz de un criterio sano.

Quienes quieren volver al poder para continuar viviendo de los recursos del Estado sin trabajar explotan esas bajezas; son, en realidad, maestros en dicha explotación.

Cristina Fernández ejerce la jefatura de esa demagogia. Habiendo metido cuanto odio pudo mientras estuvo en el poder, ahora aparece recargada por un objetivo que –seguramente- debe ser uno de los motores más potentes que puede tener un ser humano para estar dispuesto a hacer cualquier cosa: no ir a la cárcel.

Fernández sabe que el decurso normal de los procesos judiciales en su contra la lleva inexorablemente a perder su libertad. Para evitarlo está dispuesta a hacer cualquier cosa: mentir, azuzar conflictos, crearlos donde no los hay, lanzar convocatorias destituyentes, inflamar la mente de la gente para producir disturbios, buscar un muerto; en fin, literalmente cualquier cosa para no acabar presa.

La semana pasada lanzó a su secuaz mediático de C5N Roberto Navarro a expandir la noticia de que la empresa Hidromet había cerrado. Se trataba de una completa mentira. La compañía esta incluso en una fase expansiva con un plan de inversiones de U$S 2 millones y no tiene inconvenientes operativos. Pero, del mismo modo que, sin que se le mueva un pelo, había dicho que Scioli y Anibal Fernández habían ganado las elecciones, Navarro dijo que Hidromet había cerrado.  

¿Es moralmente aceptable que Macri recurra a la misma metodología para impedir que la rabia -que Fernández quiere que se  multiplique- al contrario, desaparezca? Esa opción sería no solo la claudicación de su proyecto de reconstrucción del país sobre bases diferentes, sino la definitiva despedida de toda la lucha contra la inflación y contra el desquicio económico.

Si Macri saliera a comprar demagógicamente voluntades tapando con billetes la boca de los que protestan, la economía argentina habrá cerrado (probablemente para siempre) las posibilidades de su recuperación.

Esto lo conocen bien los dirigentes sindicales, que hace rato que razonan más como empresarios que como obreros. Por sus coordenadas pasa gran parte de la respuesta a quién tendrá éxito en esta pulseada entre la demagogia y la racionalidad. Si esos dirigentes son funcionales a una desquiciada que no dejará ficha por tocar con tal de no ir a la cárcel, se convertirán en cómplices del hecho que la Argentina pierda una de sus últimas posibilidades de dejar el populismo atrás.

El problema es que muchos de esos dirigentes han mamado esa misma cultura del populismo resentido y envidioso que cree que el bien de algunos es el mal de otros. Solo una súbita dosis de grandeza puede hacerlos dar cuenta que ellos pueden seguir teniendo vida después de Fernández. Que no es necesario ser un alfil colateral del delito para defender los intereses de los trabajadores.

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