
Una de las informaciones del fin de semana daba cuenta del naufragio de una pequeña embarcación en el estrecho de la Florida en el que murieron al menos cinco personas y otras 12 están desaparecidas.
Se trata de un nuevo eslabón en la larga cadena de hechos parecidos que han caracterizado el éxodo cubano desde que el sanguinario dictador Fidel Castro tomó el poder por la fuerza en La Habana en 1959.
Dispuesto a vender la idea de que venía a construir el paraíso comunista en medio del paraíso terrenal caribeño, Castro instauró, en cambio, una férrea dictadura que, por empezar, aisló a la isla de su conexión con el mundo (excepto, claro está, de la Unión Soviética y sus satélites) y sometió a su pueblo a una miseria inaudita que lo hundió en hambrunas, enfermedades y, sobre todo, en la
completa muerte de todos los sueños y aspiraciones individuales que pudiera tener, lo que naturalmente sumió a todos en una suprema tristeza colectiva que llevó a muchos a la convicción de que lo único que los podría mantener vivos y activos era la esperanza de escapar.
El hecho de que Cuba fuera una isla (como Alcatraz) tornaba más dificultoso el sueño, pero era tanto el sufrimiento a que los sometía la dictadura comunista que, pese a tener que enfrentar ese enorme escollo, de todos modos lo intentarían.
Se llegaron a conocer todas la variantes posibles que la inventiva humana podía imaginar en materia de artefactos flotantes, para intentar cruzar el estrecho de la Florida, ese manto de océano traicionero y plagado de tiburones que separaba por 90 millas náuticas las playas de Cuba de las de Key West.
Una ley norteamericana que otorgaba la residencia legal estadounidense a todo cubano que pisara suelo norteamericano (Dry Feet Policy) estimulaba la utopia.
Muchos otros exiliados habían formado parte de otros programas de refugio. En los ‘60 por ejemplo padres desesperados por sacar a sus hijos del adoctrinamiento comunista sacaron a miles de niños bajo el programa “Peter Pan”, que consistía en ubicar a los pequeños en hogares adoptivos norteamericanos hasta que pudieran -algún día- unirse otra vez con sus padres.
Ya en ese momento comenzaron los episodios de fugas a través del mar. Hoy se calcula que, solo en los últimos treinta años, han muerto más de 1000 cubanos por año queriendo alcanzar la libertad en las costas de la Florida.
Para todas esas personas el altísimo riesgo de perder la vida (como de hecho la perdieron) valía más que seguir vivos en la cárcel de Castro.
Por otro lado, en el mismo lapso, más de un millón de cubanos lograron escapar (unos 800000 de ellos a EEUU) usando distintos métodos.
Algunos pudieron hacerlo bajo programas auspiciados por distintos gobiernos norteamericanos. Entre ellos los “Freedom Flights” que entre mediados de los ‘60 y mediados de los ‘70 sacaron a 170000 cubanos en vuelos que salían de Cuba dos veces al día.
En los ‘80 luego de que cientos de cubanos intentaran ingresar por la
fuerza a la embajada de Perú para solicitar asilo, Castro dijo que todo el que quisiera exiliarse podría hacerlo. En un día la embajada de Perú recibió casi 11000 personas queriendo irse de Cuba, lo que tornó el proceso completamente inmanejable.
La respuesta del dictador consistió en aprovechar la volada para asestar un ladino golpe a los EEUU: proclamó que abriría el puerto de Mariel para que las embarcaciones familiares norteamericanas que quisieran pudieran llevarse a todo el que quisiera irse de Cuba.
El plan maléfico del carnicero de Sierra Maestra fue infiltrar en esas oleadas de desesperados a enfermos psiquiátricos, criminales y mal vivientes de toda laya.
El crimen organizado en los siguientes años en Miami y en vastas áreas de la Florida estalló por los aires en historias que han quedado reflejadas desde el Scarface de Al Pacino hasta en el Miami Vice de Don Johnson.
En todo ese tiempo el éxodo nunca cesó. Solo el año pasado se calcula que unos 170000 cubanos lograron escapar de la prisión comunista. Un porcentaje de ellos también murió en el océano como ocurrió con el último episodio del fin de semana.
A todo esto el presidente Obama dio por finalizada la política de “dry feet”, con lo que incluso hoy ha disminuido el anterior aliciente de tener residencia legal por el solo hecho de lograr pisar las costas norteamericanas.
Aún así miles de cubanos siguen soñando cada noche con la posibilidad de escapar. Muchos se acuestan solo movilizados por el
incentivo de levantarse a la mañana y seguir preparando, a escondidas, ese rudimentario artefacto que los mantenga a flote hasta Key West.
Han vivido en carne propia los oprobios de una dictadura sangrienta. Sufren hambre, privaciones de todo tipo y sienten que su vida se escapa sin sentido, sin que un día sea diferente al otro y sin ningún futuro en el horizonte.
Solo esa locura de lanzarse al mar, indefensos, para ir a un lugar que no es el suyo pero en el que al menos podrán soñar con una vida mejor, los mantiene vivos, ilusionados.
Esa fue la única ilusión que, justamente, no pudo matar en comunismo: la de decidir arriesgarse al suicidio antes que vivir la alternativa de una muerte en vida; de un languidecer pobre y miserable que va a suceder inexorablemente sin que ellos puedan hacer nada para evitarlo.
Este es el régimen aliado que Alberto Fernández y Cristina Kirchner consideran “democrático” y al que invitan a compartir eventos bajo el auspicio argentino. Nada más que vergüenza puede sentirse ante esa afrenta. Solo queda pedir disculpas en honor a los muertos por tanto horror.
Carlos, aviso por si acaso. En Firefox no esta funcionando bien el sitio. Ni bien ingresas a un editorial parece querer abrir una imagen .png y esto hace que no se pueda leer el sitio. Quizás alguien técnico lo pueda revisar.
Saludos