El presidente está en Israel. Rezó y lloró frente al Muro de los Lamentos y fue arropado en ese lugar que reúne los principales simbolismos del judaísmo.

La influencia de las religiones en los destinos de la humanidad es innegable. Se han escrito miles de kilómetros de páginas de libros, estudios y ensayos (algunas verdaderas obras monumentales) que prueban el peso que un determinado tipo de creencia religiosa tiene en la suerte de los países.

Desde Max Weber hasta Alexis de Tocqueville y desde Samuel Huntington hasta Yuval Harari se han referido a la cuestión fundando en el peso de las religiones la explicación para varios de los fenómenos humanos que han analizado, desde el progresismo protestante, hasta el impacto democrático en los EEUU y desde el posible colapso mundial por el choque de las civilizaciones hasta la mismísima evolución humana.

En ese contexto no es extraño que una persona como Javier Milei haya decidido cumplir esta promesa de visitar Jerusalém, como uno de sus primeros actos de gobierno.

El judaísmo es la madre de las religiones. Cuando el mundo dejó la oscuridad del mero fetichismo atrás, se elevó por sobre el resto la palabra de las Sagradas Escrituras.

Moisés es el autor del Pentateucoe (en hebreo, Torá) los cinco primeros libros de la Biblia, que contienen la Ley, llamada por ello Ley de Moisés. Milei llega al judaísmo por la pasión que siente por el estudio de la palabra de Moisés.

Moisés es el profeta más importante para el judaísmo, liberador del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto y encargado por Dios de entregar la ley escrita y, según los rabinos, la ley oral, codificada más tarde en la Mishná.

Esa misión liberadora de Moisés es lo que atrapó al presidente argentino: la idea ​de una fuerza que lleva al hombre a romper las cadenas del yugo.

El judaísmo dio origen al Cristianismo y al Islamismo. En el Islam, Moisés es uno de los profetas que más veces (ciento treinta y seis) se nombran en el Corán. En dichas referencias se dice que Moisés es el mensajero enviado al pueblo de Israel y el único en haber escuchado directamente a Dios, por lo cual se lo llama kalîm Allah.

Para el Evangelio Moisés es un precursor de Jesús, a menudo los compara e indica que Moisés es considerado un profeta y por consiguiente portador de la palabra de Dios. ​ Allí, las enseñanzas y hechos de la vida de Jesús son comparados con aquellos de Moisés para explicar la misión de Jesús.

La evolución del mundo fue atestiguando el impacto de las religiones en el distinto nivel de desarrollo de los países e, incluso, en la propia inteligencia humana.

Desde el mismísimo Jesús hasta Albert Einstein el arco que demuestra la indudable brillantez de la mente judía es inmenso. Hoy las distintas ramificaciones del judaísmo inicial permiten ver cómo se han ido agrupando y evolucionando los pueblos que fueron profesando no solo las religiones derivadas del judaísmo sino cómo evolucionó el propio pueblo judío, allí donde se convirtió no solo en pueblo sino también en nación y estado.

La rama cristiana del judaísmo, es decir la que creyó que Jesucristo era el Mesías que auguraban las Sagradas Escrituras del judaísmo, tuvo a su vez dos vertientes principales: el catolicismo y el protestantismo. La rama musulmana creo el Islam que cree que Mahoma es el Mesías.

Ese mirada gruesa de las religiones nos permite tender un puente entre ellas y el nivel de desarrollo económico de los países. Ese trazado muy amplio (lo admito) del mundo entrega, a primera vista, cuatro grupos de naciones: 1) las mayormente protestantes; 2) las mayormente católicas; 3) Israel y 4) las mayormente islámicas.

De las cuatro, dos son altamente desarrolladas (las mayormente protestantes e Israel) y dos tienen problemas de pobreza, de salud y de falta de horizontes (las mayormente católicas e islámicas)

En este segundo grupo hay que hacer una salvedad interesante, porque en él aparecen países muy desarrollados y cuya gente vive bien pero que, aun así, presentan diferencias con los niveles de vida de los países que integran el primer grupo. Hay dos países icónicos en esta categoría: España e Italia. Tanto en España como en Italia (dos países con indudable preeminencia católica) se vive muy bien y el estándar de vida es alto. Pero no son Estados Unidos, Alemania o hasta la propia Australia. Son “menos” desarrollados.

La Argentina claramente pertenece al grupo subdesarrollado de América Latina. Ha absorbido del catolicismo lo peor de su cultura: la culpa por el vivir bien y la vergüenza por la riqueza. Ambos genes la arruinaron. La dirigieron a vivir mal y a ser un océano de pobres. Su matriz debería estar contenta porque, después de todo, su culpa por vivir bien y su vergüenza por la riqueza habrían sido expiadas. Pero no: todo el mundo vive en queja permanente.

No quiero decir que el Presidente Milei pretenda convertir la fe del pueblo. Pero lo que sí digo es que, en su molde mental, es perfectamente lógico que apoye su cabeza, cubierta con un kipá, en el Muro de los Lamentos y llore desconsoladamente pidiendo, quizás, que Jehová, Moisés y Abraham lo ayuden en su misión. Apostaría lo que no tengo a que Milei cree que el judaísmo es mucho más proclive al desarrollo que el catolicismo.

El mundo ha despertado toda clase de reacciones contra el judaísmo: desde la esclavitud egipcia hasta los horrores de Hitler y desde el Frente de Liberación Palestino hasta Hamas, ese pueblo sufrió mutilaciones, vejaciones, pretensión de exterminio… Un acuerdo de 1948 le dio una estrecha margen de territorio sobre el extremo oriental del Mar Mediterráneo. Desde ese momento y acechado por toda clase de peligros, levantaron un vergel en  lo que era un desierto. Todos los países que lo rodean se debaten en la miseria, mientras ellos progresan.

Quizás la visita de Milei sea todo un símbolo para aquellos que lo sepan entender. Es lamentable, pero los que solo aspiran a seguir hirviéndose en un caldo de resentimiento ya no tienen arreglo, de todos modos.

Por Carlos Mira