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Manifestaciones de una salud deteriorada

Sobre el fin de la semana se conoció que el BCRA aprobó una resolución según la cual los beneficiarios de pagos indemnizatorios del Estado por los crímenes cometidos por la dictadura (lease los hijos y nietos de desaparecidos) iban a poder comprar dólares al cambio oficial y sin límites e iban a poder transferirlos al exterior sin limitaciones. 

Es decir, en terminología kirchnerista, una autorización legal para fugar divisas.

Cualquier beneficiado de esas leyes podría transformar, en tan solo 20 pases, $1000 en un millón de dólares a los tipos de cambio oficial y paralelo hoy.  Por favor hagan las cuentas.

Además podrían girar ese dinero al exterior a cualquier paraíso fiscal, constituir un trust y vivir la gran vida sin pagar impuestos.

La disposición es una confirmación más del bastardeo en el que el kirchnerismo transformó el tema de los derechos humanos en la Argentina, haciendo de él solo un arma política de victimización que nunca acreditó y de la que se tienen más dudas que certezas -en el mejor de los casos- y evidencias concretas de lo contrario, en el peor.

Mientras los ciudadanos de segunda que fondean con sus impuestos el plato del que ellos comen, deben comprar el dólar a $95 y tienen limitadas esas compras a U$S 200 mensuales, un conjunto de privilegiados identificados solo por la horda gobernante, tendrá autorización legal para entrar en una bicicleta financiera que multiplique por cientos de miles los millones que ya tienen.

La burla a los principios de los derechos humanos que le venden al pueblo fue ejecutada el día previo a que en el país se “festeje” el día nacional del boludo, como si se tratase de una enorme broma clavada en nuestra propia cara.

En el arranque de la semana han querido minimizar el impacto de este disparate diciendo que los permisos son por operaciones y no por personas, que está limitado a los residentes en el exterior y que el limite en dinero es el monto de lo percibido. O el BCRA tiene un equipo de redactores de bajísima calidad o las aclaraciones están mal ya que ninguna de ellas se desprende de la lectura simple de lo que escribieron.

Pero desafortunadamente no fue esta noticia la única preocupante en un fin de semana particularmente notorio en el retroceso democrático.

También se conoció un vídeo del presidente Fernández hablado con Lula como si fuera San Martin, en donde el presidente se queja porque America Latina convalidó la presidencia norteamericana del BID, pese, dice Fernández, a la oposición de los dos únicos líderes “que quieren cambiar el mundo: Andrés Manuel Lopez Obrador y yo”.

En ese mismo vídeo el presidente le dice a Lula que son tiempos difíciles para la “patria grande” porque ya no están “ni Tabaré ni Pepe, ni Bachelet ni Dilma, ni Correa ni Evo, ni Lugo ni Chavez” a todos los cuales “extraña”.

Que el presidente vuelva a la figura del “iluminado” que extraña a otros iluminados que vinieron a “cambiar el mundo” es tan preocupante como grotescamente ridículo.

Esta idea de que algunos personajes están por encima del resto en lo que debería ser el sencillo acto de administrar tan solo por un rato las cuentas comunes de un país ya aburre y cansa.

Cansa porque generalmente los que se presentan ante el pueblo como revestidos por esa aureola son -la mayoría de las veces- un conjunto de truhanes que roban el

Tesoro Público en beneficio personal, empobrecen tristemente a las sociedades que gobiernan y, para peor, en muchas ocasiones, no dudan en sembrar la división, el odio y el rencor entre conciudadanos para reinar en la discordia.

La alineación de la Argentina con esos regímenes de terror es indisimulable bajo el gobierno del kirchnerismo. Y lo peor es que el país se embarca en esas aventuras prehistóricas únicamente para practicar un deporte odioso que solo refleja convicciones de resentimiento y no de conveniencia.

Otro ejemplo lamentable en ese sentido fue la actitud adoptada por el gobierno de Fernández en la votación de la OEA sobre Venezuela.

El organismo continental aprobó una resolución en la que se condena “el continuo acoso ejercido por el régimen ilegítimo de Nicolás Maduro contra las funciones que las leyes venezolanas le otorgan a la Asamblea Nacional y contra el funcionamiento de los partidos políticos e instituciones democráticas en Venezuela, contrario a lo establecido en la Carta Interamericana”.

Pero la Argentina se abstuvo en esa votación. El hecho de que la misma haya sido aprobada de todos modos no borra la afrenta que para el país significa el hecho de no haber votado por la libertad y junto a la democracia, sino de haberse mantenido al margen de su defensa y con ello haber trasmitido la imagen de que no se opone a lo que un dictador bananero y temerario hace contra su pueblo.

Esa táctica de odio que Maduro representa para Venezuela es la que también se profundiza cada vez un poco más en la Argentina.

La capitana de esa cruzada es la comandante de El Calafate, Cristina Fernández, que ha convertido al Senado en un tugurio de venganzas.

Nada detiene su plan de rencor y de respuestas a aquellos a quienes se la tiene jurada.

Desde su lugar incita a una nueva embestida contra el campo y contra la Capital.

Al lado de la iniciativa de integrar una comisión investigadora de Vicentin -que no logró los votos que el reglamento del Senado requiere y que ella dio por constituida igual por el imperio de su solo capricho- se conocen todos los días incitaciones nuevas a que bandas de fascinerosos destruyan silobolsas que guardan el trabajo de miles de argentinos honestos que son los que entregan las divisas con las que el país vive.

Nada de todo eso sería posible sin la anuencia de un régimen que no solo permite estas fechorías sino que las fomenta.

La pandemia, por su lado, le ha dado la oportunidad al kirchnerismo de emprenderla contra la Ciudad de Buenos Aires.

Identificada como un núcleo “clasista” antikirchnerista el régimen se ha propuesto destruirla económica y psicológicamente, en una táctica que la lleve a autoconvencerse de que es la última basura sobre la faz de la Tierra.

En esa línea, el presidente dijo que el “área metropolitana” estaba contagiando al resto del país y que había que aislarla por eso.

También le dobló el brazo al jefe de gobierno en el asunto de los runners, identificados como quienes propagan el virus, en una jugada que le tenían jurada a los que ellos creen son “unos chetos” que corren.

Para el fascismo kirchnerista al virus fue traído por los que viajan, lo incuban los ricachones de la Capital, lo trasmiten los runners y termina infectando y matando a los pobres.

Esta impostura clasista es la que está instalada en el gobierno, al mando de la vicepresidente en ejercicio.

¿Cuántos argentinos se hayan identificados con estas excentricidades?

Más de los que serían convenientes. Desgraciadamente existen en el país estos bolsones de rencor que llevan a muchos argentinos a identificarse con un conjunto de vivos que explota esas bajezas colectivas para llenarse los bolsillos mientras se ríen a carcajadas de todos, sean estos rencorosos o inocentes pagadores seriales de impuestos.

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