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Macri y Gramsci

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La noria argentina sigue girando alrededor de los mismos temas desde hace meses: la inversión que no termina de alcanzar ese nivel de avalancha que se precisaría; la inflación, que cede más por la caída de la actividad que por la serenidad natural de los precios; el incansable esfuerzo autoritario y estatista por agitar el clima político con cortes, okupas, reclamos imposibles y otras yerbas típicas del activismo desestabilizador se mantiene como si esos personajes siguieran prendiendo una vela al santo de la destitución; el accionar de Justicia Legítima que traba, retrasa, molesta y le niega al gobierno la chance de probar su receta; la especulación destituyente con agotar la paciencia social; la tétrica aparición de “mano de obra desocupada” que produce hechos de inseguridad cada vez más alarmantes y que tienen a la gente atemorizada, preocupada y triste; en fin, se trata de una serie de elementos que se retroalimentan unos a otros, que generan una atmósfera negativa y que se confabulan para que la esperanza que mucha gente tuvo sobre fin de año se reduzca y se cambie por actitudes hostiles, destempladas que no hacen otra cosa más que servir de combustible al círculo vicioso del principio.

Frente a este escenario el gobierno en general y el presidente en particular han adoptado una actitud un tanto discutible. En su afán por diferenciarse del hartazgo kirchnerista -que no dudaba en invadir a toda hora el espacio vital de la gente con versos de toda clase, con mentiras de todo tipo, con capítulos agregados a un relato eterno- han optado por una pose completamente ausente (seguramente explicada bajo el argumento “nosotros estamos trabajando, no podemos perder el tiempo hablando en todo momento por los medios”) que en la gente se ha percibido como un sinónimo de desentendimiento y de lejanía.

Por supuesto que quienes quieren impedir que al gobierno le vaya bien contribuyen para agrandar esa imagen, para que se vea como con lupa y para que la sociedad siga añorando la presencia diaria de mamá o papá dándonos ánimo o contándonos la maravilla en la que vivimos.

Es paradójico, pero resulta que el que probablemente está haciendo más cosas de verdad para que se produzca un cambio de bases sólidas y reales en las condiciones de vida de los argentinos, termine abortando su propia tarea porque la sociedad no lo ve, no lo escucha. “Estoy trabajando para vos, por eso no puedo hablarte”, dirá alguna voz interior de Macri que, con ese argumento, puede caer en el tristísimo lugar del padre que se desvive por sus hijos, que no hace otra cosa que trabajar para ellos, que no duerme por ellos, pero que no se ganó su simpatía justamente porque no los ve, porque casi no les habla.

Son muchísimos los ejemplos de esos padres vagos, que trabajan poco, que si se preocuparan un poco más su familia viviría mejor… Pero, al mismo tiempo, son simpáticos, van a jugar al fútbol con los chicos, de “contrabando”, incluso, les convidan una cervecita… Son compinches.

Quizás la sociedad este necesitando las dos cosas: el presidente que trabaja día y noche por mejorar las bases reales, los fundamentos económicos esenciales, los cimientos fundacionales de la sociedad y el presidente “compinche” que de tanto en tanto nos convoque para decirnos cómo están yendo las cosas, qué proyectos cautivantes tiene entre manos, cuál es el horizonte hacia el que nos dirigimos.

Estas necesidades no tienen obligadamente que ver con que Macri sea ingeniero y eso supuestamente se relacione con la frialdad de los números y con su apego al eficientismo resultadista. A veces el camino más corto para alcanzar metas eficientes consiste en utilizar todas las herramientas de la acción humana y no solamente aquellas que, a primera vista, aparecen como las más útiles a los fines que se buscan.

Uno de los libros más revolucionarios de la economía moderna de quien fuera uno de los fundadores de la Escuela Austríaca de Economía, Ludwig Von Mises, se llama, justamente, “La Acción Humana”. ¡Qué curioso que el fundador de una línea económica cuyos detractores lograron etiquetar como “inhumana” haya titulado a su obra maestra “La Acción Humana”!

No hay dudas de lo clarividente que resultó ser el teórico marxista italiano Antonio Gramsci cuando decía que el comunismo no debía imponerse por la violencia sino por la mentira. Obviamente, Gramsci  no era  así de  sincericida,  pero  en el fondo  lo  que su  método  aconsejaba

-método que fuera seguido al pie de la letra por una innumerable cantidad de países, con la Argentina a la cabeza (probablemente el país más gramsciano del mundo)- era cambiar el sentido común medio de la sociedad (esto es lo que Ortega llamaba el sistema de ideas y creencias) para que, una vez producido el cambio, la sociedad naturalmente fuera marxista porque ese sería el orden que su nuevo sistema de ideas y creencias le demandaría.

Para lograrlo Gramsci proponía copar los medios de difusión, la cultura, el arte, el cine, el periodismo, la novela y con ello llevar por un goteo imperceptible el nuevo orden a la médula de la sociedad.

Por eso hoy los que deberían ser considerados los verdaderamente “humanos” son los “inhumanos” y viceversa. El presidente y el gobierno no deberían caer en la ingenuidad de desdeñar el poder de estos intangibles. Porque por hacerlo pueden perder el sentido, la fortaleza y lo más importante de lo que se proponen.

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