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Las lecciones del fútbol

El extraordinario éxito conseguido por Lionel Messi y por la Selección Argentina en el Mundial de Qatar entrega la oportunidad de trazar las obvias analogías sociológicas que, en un país futbolero como la Argentina, el fútbol invita a profundizar.

No hay dudas que en nuestro país se identifica a este deporte como la esencia de lo popular, de lo masivo, de lo casi unánime. Las interminables demostraciones de júbilo que cruzaron horizontal y verticalmente al país desde la tarde del domingo son una prueba de esa incontrastable verdad.

En esos festejos había también argentinos a los que el fútbol les importa poco como distinción partidaria. Muchos de ellos ni siquiera conocen bien las reglas y otros no tienen simpatía (y mucho menos fanatismo) por ningún club.

Pero la alegría de ver el fruto de un trabajo bien hecho, de ver materializada la noción de justicia al ver por fin a Lionel Messi consagrado como el más grande futbolista de todos los tiempos, los ha llevado también a ellos -a los que creen que la pelota pica porque tiene un conejo adentro- a sumarse a la marea humana de festejos.

He allí una primera conclusión: el fútbol no es solo de los futboleros, una comprobación que muchos deberían tomar en cuenta cuando se habla de la democracia y de las mayorías populares.

La Selección Argentina tuvo un plan, una gestión, un gerenciamiento. Lionel Scaloni -un hombre de perfil bajo, que jamás levanta la voz, que no está lleno de tatuajes y que es consciente de que está en un lugar de privilegio gestionando no solo un arte sino una pasión que puede entregar un rapto de felicidad a un pueblo- rápidamente resumió lo que todo el mundo intuye: “los problemas que tenemos van a seguir estando, pero vamos a ser un poco más felices”.

El triunfo sirvió para advertir o, en muchos casos, confirmar lo que ya sabíamos. Cristina Fernández de Kirchner, en medio de la alegría, no tuvo mejor idea que rescatar el único instante en el que en este último mes hubo discrepancias respecto de lo que ocurría en Doha. Fue cuando Messi se trenzó con Wout Weghorst, el delantero holandés que nos había empatado en el último minuto y al que el mejor de todos echó del lugar diciéndole “anda pa’llá, bobo”.

Esa frase, que respondía a un momento de calentura propio del partido pero que no instala a Messi en el terreno de los pendencieros, fue justamente la que rescató la vicepresidente como si fuera lo ontológicamente superior y lo destacadamente positivo del Mundial de Qatar.

Esa perversión de instalarse en lo que divide antes de destacar lo que une y lo que amalgama a todos en un estallido de felicidad, también sirvió para confirmar lo que todos sabemos.

Mientras esto se escribe, el gobierno se debate en descubrir la mejor estrategia que le permita sacar provecho de la coronación. La decisión final de ir o no ir a la Casa Rosada será de los jugadores. Pero todos deberíamos entender que, aun cuando por respeto la decisión fuera la de ir, eso no debería interpretarse como un endoso a la gestión del gobierno ni una consustanciación con sus ideas.

El director técnico y varios de los futbolistas subrayaron (en un discurso que cuesta trabajo no presumir que no fuera hablado entre ellos) los objetivos que “los argentinos somos capaces de conseguir cuando nos unimos y cuando estamos juntos”.

Ese es un mantra completamente inverso a la que fue una de las primeras apuestas políticas del kirchnerismo desde que hace veinte años asomó a la política nacional: la preferencia por la división y el odio entre unos y otros.

Esa es otra conclusión que el fútbol (lo más importante de lo que no es importante), le entrega gratuitamente a lo pretendidamente superior y serio: la unión que desde el Martín Fierro la Argentina busca sin poder encontrar.

Quizás también Qatar nos entregue un ensayo de respuesta al porqué de ese fracaso: la unión no es la uniformidad, ni el sometimiento a una idea única, ni la supremacía de una creencia circunstancialmente mayoritaria. La unión es, justamente, la capacidad de convivir civilizadamente bajo un conjunto de reglas aceptadas por todos y que tienen la virtualidad de permitirnos ser libres en nuestros actos y en nuestras ideas sin con ello atentar contra la unión. “En Unión y Libertad”, proclamó la Asamblea del año XIII.

Más allá de que no sabemos si los argentinos viven como un fracaso el hecho de no poder unirse o si se sienten bien manteniéndose separados de aquellos a los que no tragan, lo que la Selección nos enseñó es que la unión debe ser con los diversos y que nadie puede arrogarse el conocimiento de la verdad plena, ni atribuirse exclusivamente las loas del éxito.

Scaloni ensayó varias tácticas durante el torneo. Varió sistemas y cambió jugadores sin que nadie se sintiera molesto por eso. No titubeó cuando tuvo que aplicar “recetas” de otros, aun cuando no fueran originales ni inventadas por él. No hubo una hegemonía del pensamiento sino una enorme tarea de adecuación a las circunstancias. Esa es otra lección.

El trayecto desde aquella derrota inicial el 22 de noviembre frente a Arabia Saudita hasta la consagración final, muestra otro aspecto de este triunfo: la resiliencia de este grupo. Resiliencia no es igual a enojo o rebeldía barata. Resiliencia es igual a templanza. Otro indudable déficit de la Argentina como sociedad. En el país falta esa gallardía valiente, esa humildad de los grandes, esa magnanimidad en la victoria y esa entereza en la derrota. O la tienen muy pocos.

El país que hace rato inició una larga guerra contra la diferenciación humana, se rinde, finalmente frente al diferente. La definitiva elevación de Lionel Messi a un lugar en el que debió estar siempre y al que los argentinos solo le permitieron acceder cuando lo avaló el triunfo, demuestra que no todos somos iguales.

Sería injusto tratar a Messi como uno más porque no lo es. La mayor injusticia reside en tratar como iguales a los que no lo son. La igualdad de Messi consistió en entrenar como todos y en tener que aceptar las reglas que regían para el plantel. Pero sus condiciones innatas lo han llevado más allá por obra de sus méritos. No importa, como él mismo dice, que esos atributos vengan de Dios: todos saben que sin su ánimo de sacrificio y perfeccionamiento hubiera quedado en el camino. Ese es su mérito. Y su carrera demuestra que el mérito debe reconocerse y compensarse por encima de una igualdad estúpida, irreal y que, de ser realmente la regla que gobernara el comportamiento humano, condenaría a la humanidad a la miseria. Esa retribución al diferente y ese reconocimiento final y contundente de que no todos somos iguales es otra lección gratuita que el fútbol le entrega a la Argentina.

Como el sabio técnico argentino dijo, “los problemas que tenemos siguen estando” pero sí sabemos decodificar las múltiples claves que el fútbol nos ha entregado durante este Mundial, estaremos en mejor posición para resolverlos. ¡Salud Selección Argentina! ¡Y gracias por haber echado, quizás inconscientemente, una luz sobre el camino que hay que seguir para superar las adversidades y finalmente ganar!

Por Carlos Mira
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2 thoughts on “Las lecciones del fútbol

  1. Andrés

    Buenas noches Charly; a lo que escribiste quisiera agregar el profesionalismo que demostró Scaloni; sobre el final de su reportaje aclara ahora va a tener que analizar, analizar y analizar porque teniendo el partido ganado por tantos los primeros 70 minutos, se les dio vuelta en un par de minutos. Luego nuevamente ganando en el entretiempo u nuevamente pierden esa ventaja. Lo que se nota es que tiene método

  2. Carlos

    Contento x el logro en futbol + quiero hacer pensar q cuando hay juegos olimpicos en atletismo obtenemos pocas
    Medallas si las Leonas o basquet y algo
    + .Si vemos q un Pais como Australia con
    Un poco menos Poblacion q Argentina
    Obtiene muchas + medallas olimpicas
    Deberiamos apuntalar atletismo…..

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