¿Cómo surgió la democracia después de todo? Es decir ese valor inmaculado con el cual todos los populistas se llenan la boca y fundan en él todas sus exageraciones, ¿de dónde vine? ¿cuál fue su origen?
La primera manifestación auténticamente democrática sobre la faz de la Tierra quizás haya sido el grito de la Carta Magna, arrancada por los señores feudales al rey Juan Sin Tierra en 1215. El documento prometía la protección de los derechos eclesiásticos, la protección de los barones ante la detención ilegal, el acceso a justicia inmediata y limitaciones de las tarifas feudales que existían a favor de la Corona.
Como se ve el primer paso de la democracia estuvo indisolublemente unido a las cargas tributarias: los que no integraban la monarquía le pusieron un límite a la capacidad del rey para imponerles tributos.
La evolución de las ideas continuó y obviamente sería muy largo para los alcances de esta columna resumirlas aquí pero digamos de modo genérico que el origen de la democracia tuvo que ver con la igualdad ante la ley tributaria, es decir que no hubiera diferencias entre gobernantes y gobernados a la hora de aplicarse un orden jurídico impositivo.
La noción de democracia queda entonces inseparablemente unida a la noción de igualdad ante la ley (que primero fue impositiva y luego se extendió a todo el orden jurídico). Había democracia allí donde la ley aplicable a gobernantes y gobernados era la misma.
La democracia jamás tuvo que ver con una igualdad de hecho o una igualdad de resultados; siempre tuvo que ven con la existencia de una ley única aplicable a todos por igual, gobiernen o sean gobernados.
El actual principio de la igualdad de hecho, de ingresos o de resultados, no es una idea democrática. En realidad, por la vía de traer esa idea (basada en la envidia y el resentimiento) al campo de la discusión política lo que se busca por parte de los gobernantes que detentan el poder es restaurar el antiguo régimen, según el cual los gobernantes estaban por arriba del pueblo, no se sometían a las mismas normas que él y estaban, en cierta forma, por encima de la ley, es decir, una contrarreforma anti-democrática. Por muy paradójico que resulte, esa es la verdad.
Al instaurar el principio de la igualdad de hecho o de ingresos (no de igualdad ante la ley) los gobernantes echan mano de los impuestos para producir lo que llaman “redistribución del ingreso”.
El concepto de la “redistribución” conlleva tácitamente la idea de que es una distribución nueva hecha por encima de la que ya se había producido de alguna manera. Efectivamente, la distribución original es la que hace el mercado de acuerdo al sistema de precios. La “redistribución” es la que hace el burócrata en base a criterios completamente antojadizos que introducen anomalías serias en el funcionamiento de la vida económica y hasta social.
En efecto, para producir esa “redistribución” el gobernante se arroga facultades que están por encima de las que maneja el ciudadano común, por lo que se introduce nuevamente el concepto de “desigualdad ante la ley”. Por un camino sinuoso, la oca ha vuelto al punto de partida: de ser la democracia un sinónimo de la igualdad ante la ley, ahora se pretende trasmitir la idea de que un gobierno es “democrático” cuando crea un orden jurídico que admite la desigualdad ante ley, para entregar una “igualdad de hecho o de ingresos”. Es decir, los nuevos poderosos serían justificadamente “desiguales” para que todos los que no son poderosos sean iguales de hecho.
Se trata de la instauración de una nueva forma de opresión bajo la excusa de que esta vez el opresor tratará de igualar los tantos de ingreso de los oprimidos.
Pero… un momento: ¿Es justa la igualdad de hecho o la igualdad de ingresos? ¿Es correcto tratar a los que no son iguales como iguales? Ulpiano decía que la mayor injusticia consistía en tratar como iguales a los no que lo son.
El concepto de “justicia social” ha servido como disparador para justificar la restauración del Antiguo Régimen. Bajo la demagógica apelación de igualar los ingresos (apelativo siempre apetecible para los que no quieren esforzarse tanto como los demás) la nueva casta restauradora pretende escalar a una posición por encima de los gobernados a quienes les promete la igualdad de la distribución mediante la redistribución.
Esa “redistribución” se hará, de hecho, vía impuestos. Es decir, increíblemente, el mundo (o al menos los países que caen en esta trampa) ha dado una vuelta de campana completa respecto del nacimiento del concepto de “democracia”: bajo la excusa de “venderle” al pueblo una organización más “democrática (confundiendo aquí el concepto original de “igualdad ante la ley” con el de “igualdad de hecho o de ingresos”) se constituye una casta que, en uso de normas que los colocan a ellos mismos por encima del pueblo, redistribuirá los ingresos vía impuestos para dejar sentada una nueva forma de injusticia según la cual se tratará como iguales a los que no lo son.
Resulta francamente increíble que las nuevas “realezas democráticas” se las hayan rebuscado para reinstaurar un régimen que al mundo le costó 5000 años terminar. Es increíble cómo han engañado al pueblo, haciéndole creer a algunos que no eran capaces de lograr lo que lograban otros; que esos otros lograban lo que lograban, no en base a ser mejores, sino en base a ser “explotadores”; y que lo que no eran otra cosa que vagos (o, al menos, menos trabajadores, menos esforzados o menos creativos) en realidad eran víctimas de la “injusticia social”.
Para otro comentario quedará el análisis de la “suerte” como factor de “injusticia”. Partiendo de la base de que los vagos o los que no se esfuerzan todo lo que podrían no tienen justificativo, quedaría por analizar si la suerte es injusta. Es decir si es justo que los que han llegado a este mundo con “menos luces” creativas que otros no puedan progresar tanto como aquellos. Pero desde ya anticipamos que el verso de los “ambientes sociales” no puede amparar la constitución de ninguna nouvelle noblesse que venga a dársela de mecenas frente a los menos iluminados. Hay miles de ejemplos en la humanidad en donde personas educadas en un ambiente lleno de privaciones han escalado en la pirámide social en base a su obstinada fuerza de voluntad.