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La paradójica realidad de los piquetes

Mientras el odio que trasunta la imagen del Asesino de La Cabaña -enarbolada en esos sucios trapos que llevan los piqueteros por el centro de Buenos Aires- se anotaba un triunfo simbólico notable cuando un ciudadano honesto y trabajador era detenido por la policía al intentar llegar a su trabajo con su auto atravesando el piquete (al mismo tiempo que los vagos y delincuentes sucesores de Guevara eran custodiados por la misma autoridad), el “orden natural y corriente de las cosas” les daba a esos cabezas de termo una inolvidable lección de la inexorabilidad que tiene el orden inmodificable de la Naturaleza.

Todos esos siervos -modernos esclavos del socialismo del siglo XXI, carne de cañón usada por la casta privilegiada que los usa como forros para vivir como reyes- se disponían a acampar en el centro de Buenos Aires porque “sus demandas” no eran atendidas. Pero las leyes del Cosmos seguían funcionando como si nada de todo ese show las afectara.

En efecto, en medio de esa aparente igualdad miserable, al lado de ese espectáculo dantesco que brindaban aquellos pretendidamente igualados por la mierda a la que los arrojaron unos popes privilegiados que muy lejos de allí siguen contando sus millones robados, aparecía la ineludible ley de la vida, aquella dictada por la Providencia y que es inflexible, más allá de los tristes esfuerzos de los que se creen tocados por una luz especial que los capacita para desafiar los designios del Universo: los seres humanos son diferentes.

Nacen diferentes, viven diferentes y mueren diferentes. No importa el tenor del desafío que le presenten unos idiotas que se creen con la capacidad de rebelarse contra lo establecido por la Naturaleza. Tampoco importa que -gracias a Dios- hace unos 400 años la evolución del Derecho haya plasmado el concepto de “igualdad ante la ley”, según el cual -todos- vengamos de donde vengamos y llevemos el apellido que llevemos, estamos sometidos a las mismas reglas de juego y al mismo orden jurídico: ni siquiera ese avance formidable que cambió para siempre la historia de la raza humana pudo torcer la verdad natural de que todos somos -también gracias a Dios- distintos.

Pero cuando delante de los mismos ojos de los que se creen iguales en la mierda y que parecen contentos con perseguir un modelo de vida que arrastre a todos al mismo estiércol, la Naturaleza les pega una grandiosa cachetada y les demuestra que aun ellos mismos son diferentes, uno siente una satisfacción tan profunda que no puede evitar experimentar la sensación de sentirse realizado frente a la prueba final que nos da la razón sobre la insalvable diferenciación humana y su literalmente imposible igualación material.

Allí mismo, en el corazón de lo que a simple vista parecería ser la concreción de aquella tarea sobrehumana de igualar a todos en sus posesiones (aunque esas posesiones se parezcan a la mismísima mierda) las diferencias saltaban delante de los ojos de todos.

Entre esa muchedumbre pobre y miserable, condenada a cagar en un balde (por lo que le cobraban $50 -porque cualquier ocasión es buena para practicar un poco de capitalismo-)  y a mear contra un árbol como si fueran perros, se podía observar cómo algunos se aprestaban a pasar la noche en carpas bien acondicionadas, con aislantes para las bolsas de dormir, con calentadores de comida (que también servían de calefacción), mientras otros armaban como podían refugios de cartón y robaban maderas de construcciones vecinas para encender fogatas, como lo hacían los bárbaros de la Edad Media.  

Aun en esa pobreza extrema, en esa miseria vergonzante (a la que solo el repiqueteo del populismo socialista de 70 años pudo haber llevado a un país como la Argentina) se podían observar cómo las diferencias humanas seguían presentes y cómo, en función, de esas diferencias, algunos podían acceder a posesiones materiales (carpas, calentadores, aislantes, las mismas bolsas de dormir que usan los chetos para hacer trekking) de las que otros carecían por completo.

Finalmente el delirio comunista entregaba -él mismo- una evidencia demoledora de que toda la arquitectura intelectual armada en base al odio y al resentimiento social se cae a pedazos, rendida de rodillas frente a la realidad de la Naturaleza.

Todo aquel que desafíe el “orden natural y corriente de las cosas”, todo aquel que, embarcado en una insoportable arrogancia, se crea investido con el poder voluntarista de torcer lo que está esculpido en la roca del Universo chocará con espectáculos parecidos a los a que ayer a la noche dio el centro de Buenos Aires.

De nuevo: los seres humanos son insalvablemente desiguales de hecho. La delirante retórica rousseauniana que pretendió hacer un sinónimo de la democracia con la igualdad material solo ha servido para llevar a miles a la miseria. Y lo peor es que ni siquiera allí, en ese hediondo puerto de llegada, son iguales: algunos duermen en carpas y otros en cartones.

La gran gracia que han descubierto los países que avanzan, los que han logrado sacar a la abrumadora mayoría de su población de la pobreza y de la miseria; aquellos que brillan y adónde todos quieren ir a vivir (incluidos los hipócritas comunistas que no dudan en hundir en la mierda a hordas de idiotas útiles pero que, en lo personal, en cuanto pueden, se mudan a Miami) es que la desigualdad humana no puede ni desafiarse ni superarse.

La mayoría sostiene, incluso, que ese delirio atentaría contra la mismísima gracia de la vida que se supone feliz cuando hay un incentivo para hacerla diferente, pero que caería en el más completo desánimo si no hubiera ningún estímulo.

Por lo tanto, dado que la Providencia ha dispuesto que somos distintos, el mejor sistema es darnos a todos un orden jurídico igualitario y unos terceros imparciales que resuelvan nuestras disputas en un ámbito de equidistancia y que, a partir de allí, nuestro esfuerzo y nuestro mérito hagan el resto, llevándonos donde materialmente mejor podamos.

La prueba empírica (y la hijaputez de los hipócritas que dicen una cosa y hacen otra, también) demuestra que la afluencia económica que generan los sistemas que reconocen la desigualdad humana pero que organizan la igualdad ante la ley es tan abrumadora que aun aquellos que quedan relegados a las últimas franjas de la pirámide social viven infinitamente mejor que sus “colegas” de los países del socialismo populista en donde ni siquiera hay papel higiénico para limpiarse el culo.

Las estadísticas de la OCDE muestran que los pobres de los países ricos tienen ingresos veinte veces superiores a los pobres de los países socialistas y que disfrutan de una “igualdad visual” con los ricos según la cual un “extraterrestre” llegado de otra galaxia no podría distinguir, a simple vista, a un hombre rico de un “pobre” que, muy posiblemente este ataviado con la misma remera Polo Ralph Lauren que aquél.

Resulta muy triste que una incansable prédica de resentimiento, fomentada con el solo objetivo de volver millonarios a los que la propagan, haya calado tan hondo en tanta gente como para que, hoy, ella misma esté chapoteando en el barro de la miseria, mientras los que los mandaron allí pasan sus vacaciones en los paraísos capitalistas de los que abjuran.

El embrutecimiento como táctica de conquista ha sido muy exitoso en la Argentina. Esa estrategia junto con el adoctrinamiento propiciado por Perón desde los años ’40 arruinó el sentido común y la capacidad de pensar de innumerables franjas de argentinos. La prédica pobrista de la Iglesia Católica de raíz bergogliana colaboró como nada para llevar a la mente de millones la idea de que la pureza del buen cristiano se halla en la pobreza y no en la pecaminosidad de la riqueza.

La gran pregunta es, para esos católicos, ¿si han llegado ya al desiderátum de la igualdad miserable (aunque la realidad de las carpas y los cartones sigan demostrando lo contrario) de qué se quejan? ¡Han llevado a la noble pureza de la pobreza a decenas de millones! ¿No era ese su objetivo? ¿De qué se quejan? ¿De que todavía hay gente que, con su esfuerzo y su trabajo (como probablemente sea el caso del muchacho detenido ayer) ha logrado sortear la infamia de la escasez?

Ustedes, como cristianos, deberían saber que lo dispuesto por Dios es inexorable: los seres humanos somos diferentes. Eso es lo que nos hace únicos. Cualquier batalla delirante que consista en desafiar lo decretado por la Providencia está destinada no solo al fracaso sino a la ignominiosa consecuencia de arruinarle la vida a millones de inocentes.  

Por Carlos Mira
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2 thoughts on “La paradójica realidad de los piquetes

  1. Carlos

    Hola Dr le comento 17000 toneladas de
    Basura recibe el ceamse x dia esa basura podria transformarse en gas
    Metano en Italia lo hacen hay un
    Fiat Altea q es bi norma es un City car
    No es una Ferrari pero anda.pero aca
    Regalan pelotas de futbol x millaje
    Aprendamos de Italia…..

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