Aruba

La mentira de la redistribución de la riqueza

El presente comentario está basado en los
Recientes trabajos del Dr Martín Litwak,
a quien le agradecemos su claridad.

Como si no fuera suficiente disparate la propuesta del G7 de inventar un impuesto universal del 15% a las grandes corporaciones, el pelele de Guzmán propuso elevarlo al 25%.

Francamente uno creía que el monopolio de la pelotudez se había confinado a las fronteras argentinas pero ya vemos que no es así.

Una vez más, con la excusa de la pandemia, se parte del principio buenista de que los que “más tienen” paguen más impuestos (no solo de modo absoluto, cosa que siempre va a ocurrir, sino en términos de progresividad relativa) para ayudar a los que “menos tienen”.

Muchas veces hemos citado aquí a Alexis de Tocqueville cuando en su increíble descripción de los EEUU (La Democracia en América, Tomo 1, Alianza Editorial) dice: “En Europa estamos habituados a mirar como un gran peligro social, la inquietud del espíritu, el deseo inmoderado de riqueza, el amor extremado a la independencia.

Pero son precisamente todas estas cosas las que garantizan a las repúblicas norteamericanas un largo y pacífico porvenir. Sin esas inquietas pasiones, la población se concentraría en torno a determinados lugares, y no tardaría en experimentar, como ocurre entre nosotros, necesidades difíciles de satisfacer ¡Feliz país el del Nuevo Mundo, en donde los vicios del hombre son casi tan útiles a la sociedad como sus virtudes!

Esto ejerce una gran influencia en la manera de juzgar las acciones humanas en los dos hemisferios. A menudo los americanos llaman “laudable industria” lo que nosotros calificamos de “amor al lucro” y ven cierta pusilanimidad en lo que nosotros consideramos como “moderación de los deseos”.

En Francia, la sencillez de los gustos, el espíritu de familia y el amor al lugar de nacimiento se consideran como positivas garantías dela tranquilidad y la felicidad el Estado; pero en América nada parece tan perjudicial a la sociedad como las referidas virtudes.”

Esta pintura perfecta de las más íntimas inclinaciones humanas sería suficiente para entender la futilidad de pensamientos como el que supone que una solidaridad compulsivamente impuesta desde el Estado redundará en beneficio de “los que menos tienen”.

Si los legisladores del mundo dejaran de pensar en términos supererogatorios y bajaran al llano de los instintos de conservación de lo propio más rudimentarios del ser humano, no sólo se ahorrarían decisiones inútiles sino que el mundo sacaría notorias ventajas del aprovechamiento de esa naturaleza lógica y razonable.

En efecto, los Estados podrán identificar quienes son los encargados de ingresar un impuesto a sus arcas (para supuestamente ser destinado a “los que menos tienen” porque digamos que aquí hemos decidido pensar bien y dejar de lado la corrupción, el robo del Tesoro Público, el enriquecimiento ilícito personal: aquí estamos suponiendo, para beneficio del debate, que los funcionarios que ocupan los sillones del Estado son impolutos y que realmente quieren mejorar la situación de “los que menos tienen”) pero, por más poder compulsivo que ostenten, no pueden determinar quién paga realmente, si por “pagar” entendemos cargar con las consecuencias gravosas del impuesto.

Una vez que los impuestos se establecen, los impactados por esas cargas buscarán la manera de trasladar ese costo a alguien para no ver reducidos sus ingresos. Así, dice Letwik “quienes generaban un producto o un servicio aumentan sus valores; quienes invertían dejan de invertir o invierten menos y quienes daban trabajo, dejan de hacerlo”.

Por lo tanto el real pagador del impuesto no es el rico o el que más tiene, sino el que recibe las consecuencias del aumento de los valores, de la menor inversión o de la menor creación de trabajo, es decir, “los que menos tienen”.

En esa instancia es posible que los cráneos del Estado intenten ir por mayores dosis de la misma medicina, con lo cual el círculo vicioso se repetirá y las consecuencias negativas se profundizarán.

Es el mercado quien termina determinando quién paga de hecho el impuesto, más allá de quién ingresó el dinero a las arcas públicas.

Serán “los que menos tienen” los que por la vía de la inflación, el desempleo, la falta de inversión y la antigüedad de la infraestructura los que van a pagar los costos del impuesto.

Solo la endémica y galopante corrupción, el robo descarado del dinero de otros y la demagogia de usar a los pobres para producir el enriquecimiento personal de los funcionarios pueden explicar que no se entiendan los más simples trazos de la naturaleza humana.

Si en realidad cualquier legislador estuviera animado por hacer el bien a “los que menos tienen” se concentraría en desentrañar cuáles son las herramientas legislativas más compatibles con esa naturaleza y, por esa vía, lograría que “hasta los vicios de los hombres fueran casi tan útiles a la sociedad como sus virtudes”. Estos en su afán egoísta de avanzar, mejorar y conservar lo propio generarían una estela de progreso detrás de ellos que sí beneficiaría realmente a “los que menos tienen” por la vía de tener buenos productos a bajos precios, con oferta amplia de empleo con buenos salarios e inversión que asegure una infraestructura de uso público desarrollada.

El hecho de que se insista sobre la teoría de la “redistribución de la riqueza” (a través de la preferida herramienta impositiva) prueba que los funcionarios del Estado no persiguen la mejora de la condición social de “los que menos tienen”, sino que, simplemente, han encontrado en ellos un verso demagógico que les sirve para seguir robando y llevar dinero a sus bolsillos personales sin trabajar, mientras que “los que menos tienen”, tienen cada vez menos.

Por Carlos Mira
Si querés apoyar a The Post Argentina, podés hacerlo desde aquí
o podés comprarnos un Cafecito.
>Aruba

2 thoughts on “La mentira de la redistribución de la riqueza

  1. marco

    pues lo que digo es que podes ser todo el doctor que quieras como lo es el señor Martín Litwak, si por lo menos no se asoma a lo que dijo el papa recientemente de que te sirve ser doctor? el mismo biden dijo recientemente que podes ser rico o ricachon que quiereas nadie te lo impide ni lo impedira pero por lo menos para los impuesto que te corresponden y demas dijo si sos empresario y te hacen falta trabajadores pagales bien , pagales lo que les corresponde por que vos ganas mucho y les pagas poco. eso dijo el presidente de ee uu no lo dijo alberto presidente de argentina. sera peronista biden? a los mejo si y no lo sabe. lo que queda claro para mi es que carlos mira es de muy de derecha pero habla como de muy de izquierda.

  2. Saul A Padilla

    Marco, para comprender el artículo escrito por Carlos Mira no es necesario definir si el mismo es de izquierda o derecha, si el Papa dijo o no dijo, si Biden dijo o no dijo. Solo hay que aplicar sentido común y algo de economía. El principio económico es muy sencillo:

    Impuestos bajos + sistema regulatorio flexible = mayor ganancia para las compañías
    Impuestos altos + sistema regulatorio trabado = menor ganancia para las compañías

    Esto es importante debido a que si las empresas ganan dinero, el interés del empresario por invertir en la economía real y en desarrollo de nuevas ideas es mayor. La consecuencia de esto es crecimiento económico con mayor tasa de empleo. Esto se traslada en mejores salarios debido a que la competencia por conseguir talento y buen material humano es mayor. En este escenario, hay mayor cantidad de puestos de trabajo que oferta de trabajadores para cubrir esos puestos. Por lo tanto el empresario compite con otros empresarios para atraer talento y trabajadores a su empresa. De este modo mejora dignamente la condición económica de la gente y el empleado tiene un incentivo (economico + standard de vida) para capacitarse y superarse.

    La segunda opción que incluye impuestos más altos, en donde conjuntamente con trabas regulatorias ponen en peligro la sustentación de las compañías, da como resultado menores ganancias con mayor riesgo de capital. Por lo tanto, como harías vos mismo, el apetito del empresario por invertir en la economía real es mucho menor y a veces, inexistente. Esto genera mayor desempleo y menor competencia salarial, debido a que la oferta de trabajadores es mayor a la necesidad que hay por emplearlos. En este escenario aparece la limosna que el estado distribuye, en donde nadie tiene una mejora digna y económica significativa, pero los políticos ganan (compran) votos.

    Dudo que exista una sociedad en el mundo que haya sacado de la pobreza a su gente aumentando los impuestos. Pero sin duda, los empresarios huyen de esas jurisdicciones emigrando a otros países de menor presión fiscal y regulatoria. Argentina es uno de los países con mayor presión tributaria en el mundo. Sin embargo la falta de infraestructura básica y la pobreza pareciera que aumentan a través de los años. Si seguimos el razonamiento de Biden, Argentina debería tener la infraestructura de un país totalmente desarrollado y el nivel de pobreza debería ser casi inexistente. Sin embargo lo opuesto es la realidad. Tal vez deberían cambiar la receta y probar otra opción.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.