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La insoportable levedad de ser Cristina

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Muchas veces uno siente que la palabra repulsión va quedando chica para definir lo que se  siente en el medio del estómago cuando se enciende la inconfundible voz de Cristina Fernández. En ésos casos se ve tentado a hacer una pequeña corrección de las palabras y cambiar repulsión por revulsión.

Porque, efectivamente, eso es lo que muchos sintieron ayer cuando la ex presidente, en su triste “gira” europea, tuvo afirmaciones denigrantes para con los argentinos de un egocentrismo que quizás nunca llegó a tanto, con lo mucho que decir eso significa de por sí, tratándose de quien se trata.

La procesada por varios delitos gravísimos cometidos contra los bolsillos del pueblo argentino lo acusó ayer, además, de no saber leer; de no poder distinguir lo cierto de lo que le cuentan. ¿Habrá tenido una súbita regresión a lo que el “relato” consiguió hacer con parte de la sociedad o creerá que súbitamente quienes tenían capacidad de entender que lo que ella decía (que teníamos menos pobres que en Alemania, que en Argentina no había hambre, que en la Argentina había crecimiento económico y trabajo y un millón de etcéteras que podrían agregarse) ahora la perdieron extraviados en un éxtasis enamoradizo por Macri que les hace creer que vivimos en Disney World?

Inflándose con un egocentrismo insoportable dijo que “ellos” tenían la capacidad de ejercer el pensamiento abstracto y que gracias a eso, a pesar de lo que los medios decían en aquella época, pudieron ver las maravillas de la revolución cubana, de la china y, a principios de siglo, de la rusa.

¿Seré yo el equivocado o todas esas extravagancias provocaron la muerte de cientos de millones, no solo por la furia odiosa de la sangre, sino por la inoperancia de un sistema económico incapaz de producir una docena de huevos en tiempo y forma para alimentar a sus pueblos?

¿Revolución rusa? ¿Con un país implosionado, cayéndose a pedazos y debiendo ir a pedir la escupidera a la única fuente de libertad y progreso que ha conocido el Universo, esto es a Occidente?

¿Revolución china? Con hambrunas que desembocaron en un triple mortal en el aíre por la cual los jerarcas que siguen prohibiendo Facebook, hacer “world tours” para que el mundo le reconozca a su país el status de economía de mercado?

¿Revolución cubana? ¿Que luego de mandar a matar a cientos de miles, no solo en la isla sino en toda América Latina, por su soberbia pretensión de exportar su “revolución”, terminó con ciudades que se caen a pedazos, con un pueblo entregado a la prostitución por unos puñados de dólares y por una nomenklatura enriquecida a la que nunca le faltó aquello de lo que privó al pueblo?

¿¡Pero de qué habla esta mujer!?

No conforme con eso profundizó la idea de que el sol sale de su ombligo, presentando la inverosímil teoría de que los crímenes contra las mujeres en la Argentina se han incrementado a causa del tratamiento que los medios le daban a ella por su condición de mujer. Algo así como decir, “el machismo salió a degollar mujeres porque como veían cómo me trataban a mi siendo presidenta, dijeron ‘a las mujeres hay que matarlas’”. Resulta tan estrambótico como suficiente para seguir alimentando la idea de que Fernández no está en sus cabales… Y muy posiblemente nunca lo estuvo.

Pero no terminaron allí sus insultos ególatras. Tuvo la indecencia de decir públicamente que los argentinos creyeron inocentemente que los trabajos que conseguían durante su presidencia se debían al mérito de ellos. “Pobrecitos”, poco menos que dijo, “no se dan cuenta que eso trabajos no surgieron por sus méritos sino por el modelo que yo encabezaba”

No hay dudas del concepto que la señora tiene de la gente: bestias que no saben distinguir un tornillo de una pipa, que votan presidentes ilegítimos y que alocadamente creen que lo que tienen lo tienen porque se lo ganaron y no porque ella se los dio.

Hay toda una concepción profunda detrás de este último razonamiento. Más allá de la innegable subestimación que esta mujer tiene por el pueblo: (“éste no puede conseguir nada por sus propios medios porque se trata de un conjunto de bestias que no entienden nada; solo mi presencia, mi sacrificio por ellos y mi acción puede darles una vida digna.”) la afirmación conlleva la idea de que solo el Estado (y más que el Estado los caudillos que se sientan en sus sillones) deben ser los dueños de la vida de la gente.

Esta lectura es la que debería hacer el núcleo duro que aun la sigue. Si no quieren aparecer como lo que ella dicen que son (básicamente inútiles que no saben leer, casi monos que cuelgan de los árboles) deberían distinguir cómo los trata y lo que ella cree que son: incapaces de valerse por sí mismos e idiotas que siguen los cuentos que les pintan.

Tal vez por eso sea “duro” ese núcleo: porque efectivamente fue lo que hizo mientras ella fue presidente (y aun ahora que ya no le es): seguir un mantra sectario como si quien los dirigiera fuera un mesiánico líder de una secta de culto que si mañana les dijera que deben tomar una pastilla de cianuro para ver la luz de la felicidad, lo harían ciegamente.

Resulta francamente vergonzosa la existencia misma de Cristina Fernández. Su propio ser es la encarnación del oprobio y de lo que no debe ser; de lo que está mal y de lo que debe ser señalado como el embrión del mal que ha hundido a la Argentina en la misma vergüenza que fluye de su mera figura.

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