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La independencia de Uruguay

El gobierno uruguayo anunció que inició conversaciones formales para arribar a un acuerdo de libre comercio con China. El presidente Lacalle Pou comunicó la novedad al tiempo que convocó a los líderes de todos los partidos para informarles sobre el avance de las negociaciones.

Se trata de un verdadero grito de liberación, de un reto a la prisión y al encierro al que el Mercosur (y principalmente la Argentina) quiere condenar a sus miembros. El Uruguay ha preferido decirle que no al confinamiento, al descuelgue universal y a la antigüedad y dar un salto a la modernidad, a la integración mundial y al desafío del desarrollo y la conectividad global.

La Argentina es el capitán de la cárcel. Brasil y Paraguay también comparten la idea de la apertura, quizás con la diferencia de intentar hacerlo con el grupo, y Uruguay como vemos es el líder de la libertad.

El Mercosur ha probado ser cualquier cosa menos una invitación al libre comercio. Olvidémonos ya de las transacciones fluidas con otros países del mundo: hoy en día ese engendro es un mar de trabas para los propios países que lo integran y apenas supera la aspiración de tener un diseño de chapas-patente para los automóviles similar para todos los miembros del grupo. Esta es la gran cucarda de esa fortaleza inexpugnable llamada Mercosur.

Pesado, burocrático, lleno de privilegios para los políticos, el Mercosur no ha servido para otra cosa más que para replicar lo peor de lo que cada uno de los países era antes de su constitución: un mar de regulaciones ineficientes, encierro, antigüedad tecnológica y aislamiento.

Uruguay es el primer país harto de todo esto. También es el primero en tomar el toro por las astas y decir “no quiero perder uno de los últimos lugares en el tren del mundo”.

Ha preferido correr el riesgo de ser el culpable de una desintegración de un elefante que no funciona ni para atrás ni para adelante, que quedarse preso de un lastre que no sirve para otra cosa más que para hundirlos a todos en una era parecida al paleolítico.

La Argentina quedó atónita; no lo puede creer. No admite que un país pequeño tenga las pelotas que se precisan para desafiar el status quo que está matando lentamente a cada uno de los países. La Argentina defiende la coraza que aprisiona el talento y que asfixia la innovación. Aspira a acurrucarse en su cueva, a salvo de quién sabe qué.

Pero lo peor es que con su prédica pretende arrastrar a los demás a su destino de pobreza y encierro. El punto es que los demás -con Uruguay haciendo punta- van prefiriendo soltarle la mano a este estorbo y dejar que muera refunfuñando contra el mundo como un viejo cascarrabias. La postal se parece mucho a la del joven que, desde la cumbre del desarrollo, saluda al idiota que se quedó en la miseria simplemente por miedo y por pusilanimidad.

Resulta francamente reconfortante verificar que otros países ven con claridad lo que hay que hacer y que están dispuestos a hacerlo. Ver a la Argentina encerrada en su antigüedad, consumida por su corrosivo veneno nacionalista que priva a sus ciudadanos de la apertura mental que el mundo de hoy exige es realmente triste. Allí se quedará sola, reducida a su propio mercado, paupérrimo desde ya; aislada y olvidada hasta por sus vecinos más próximos.

Uruguay seguramente no se detendrá aquí. Lo más probable es que vaya ahora por un acuerdo bilateral con los EEUU. Nunca voy a olvidar el tono de lamento (más allá de las palabras que usó para explicar su frustración) que utilizó el hoy presidente cuando contó lo que sintió cuando, bajo la presidencia de Tabaré Vázquez, el país estuvo a nada de firmar un TLC con Washington.

En ese momento el gobierno del Frente Amplio, pese a que se había animado a cortarse solo a una negociación con los norteamericanos por fuera de la coraza del Mercosur, finalmente terminó arrepintiéndose, frenó lo que ya estaba casi para la firma, y privilegió su asociación sudamericana.

Lacalle Pou explicó que en ese momento, siendo un opositor a Vázquez, sintió algo así como el vacío de una oportunidad perdida; una oportunidad que él no sabía cuándo podría volver a recuperarse.

Ahora, ya en la presidencia, no está dispuesto a que le pase lo mismo por quedar bien con un socio que no entiende por dónde pasan las coordenadas del desarrollo y de las mejores oportunidades para su pueblo; no está dispuesto a que un tanguero antiguo y bravucón le corte las alas porque él no se anima a desplegar las suyas. ¡Al diablo con ustedes, muchachos… Si ustedes quieren matarse, mátense, pero yo no voy a morir con ustedes y mucho menos voy a llevar a la muerte a mi gente por ser condescendiente con un obtuso! Eso parece decir Lacalle Pou a quien quiera interpretarlo bien.

¡Y de lo bien que hace! Eso es ser un estadista y tener la mirada puesta en el futuro, más que en la diplomacia estúpida de no provocar la rotura de lo que ya está roto, por ineptitud, por ineficacia y por terquedad.

¡Ojalá el Universo ilumine al pueblo uruguayo que con decisiones como estas seguramente disfrutará de un nivel de vida y de confort muy superior al argentino en pocos años! Para el tanguero llorón solo quedará el retorcerse en su envidia, en su atraso y en el castigo de ver cómo otros levantan vuelo mientras sus estúpidas decisiones lo dejan en la tierra de la miseria.

Por Carlos Mira
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