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La hiperdemocracia peronista

Pensemos en los perfiles de Néstor Kirchner, Cristina Elisabet Fernández y de Alberto Fernández.

En todos ellos sobresalen algunos rasgos comunes: personas poco formadas; que no saben idiomas; que no han viajado (antes, claro está, de que la sociedad financiara sus giras); con poco roce mundial; que no tienen idea acerca de cómo funcionan otras culturas; encerrados en sus propias limitaciones; barriales, básicos pero, sin embargo, con esa típica pose canchera, con esa viveza pícara con la que el poco culto cree reemplazar sus carencias; sin clase ni jerarquía; con ese sello imperceptible que hace que su estética no mejore aún cuando vistan las marcas más caras; soberbios y engreídos (creyendo que se las saben todas); sin mesura ni tacto, con ese perfil de tangueros de barrio, siempre acodados bajo un farol, con la aspiración de parecer guapos…

Ahora, con una mano en el corazón, olvidémonos de ellos por un instante y pensemos en la media argentina. 

Pensemos en el argento prototípico, en ese personaje anónimo que reconoceríamos, aún sin hablar, mezclado en un racimo de extranjeros… 

¿No ven unas enormes semejanzas entre las dos visualizaciones?

¿No es ese peronismo aldeano, refractario del mundo, alérgico a los idiomas y las culturas diversas; ignorante y de cabotaje, doméstico y limitado, un fiel reflejo de aquel personaje que tanto asombró a Ortega por su guaranguería y su mala educación, por su grosería y su cabronada injustificada, mucho antes de que el país conociera a Perón?

¿No habrá sido Perón el engendro que surgió donde debía surgir?

Está claro que él usó todo su poder y el de su resentida pareja para profundizar aún más esas características que cualquier otro buen gobernante habría usado para mejorarlas. 

Pero la materia prima estaba. Quizás la Argentina empezó a ser peronista antes de Perón.

¿No era “peronista” Rosas, acaso? ¿No fueron algo peronistas Irigoyen y Rivadavia?

¿No hay, en definitiva, un gen peronista en el argentino medio?

¿Transforma esto al peronismo en la única fuerza que puede gobernar el país? ¿En la única representación viviente de la democracia argentina?

No, claramente no. Pero sí explica porqué, de hecho, lo ha sido. Porqué, de hecho, se ha adueñado de las fechas patrias, porqué ha mimetizado sus símbolos partidarios con los símbolos del país y porqué está convencido que todo lo que no sea peronista no es argentino.

Ha logrado ese patronazgo porque ha hecho de lo peor de los argentinos la columna vertebral de su credo, la base programática de sus verdades.

Desentrañó la demagogia como la herramienta sublime de su modelo; el nacionalismo vacío como la bandera típica de su tribuna ignorante y aldeana; el encierro como propuesta de clausura a toda competencia.

Es infalible esa fórmula que dice que detrás de un bravucón siempre hay un miedoso. Y esa alergia al mundo que el peronismo tan bien representa se haya detrás de esa actitud refractaria a la competencia que tiene el argentino.

Cómo alguna vez nos negamos a competir en los campeonatos mundiales de fútbol (justamente bajo el primer peronismo) al mismo que nos declarábamos los mejores (en el primer partido en que competimos internacionalmente en un mundial después de aquel delirio chauvinista nos encajaron 6) también nos negamos a salir al mundo, porque, en el fondo, estamos convencidos de que “el mundo no sabe nada” y “qué nos van a enseñar a nosotros estos giles”.

Como el tango refleja esa sensiblería barata que siempre encuentra un motivo de tristeza, el peronismo identificó allí otro gen conveniente: el de la empatía con una aparente solidaridad contra la que nadie se atreve a hablar aunque por atrás se practique el egoísmo más acérrimo.

El peronismo también desentrañó otro ADN argento que es la hipocresía. Cómo nadie los jerarcas peronistas condenan la opulencia pero viven como reyes de la época feudal. Igual que el argentino medio que se exilia en Barcelona o en Miami pero que hasta allí lucía en sus remeras la imagen del Che Guevara en las manifestaciones del Polo Obrero.

¿Es democrática la hiperdemocracia? Es decir, cuando un movimiento logra desentrañar lo peor de una sociedad y a partir de allí construye una fuerza política que lleva al gobierno esos disvalores que cualquier otro intentaría corregir, ¿es democrático o, eventualmente, es “súper democrático?

Digámoslo de una: la hiperdemocracia (si por ella entendemos llevar al gobierno la interpretación de los peores valores mayoritarios de una sociedad) no solo no es democrática sino que es directamente antidemocrática.

Por eso la Argentina de antes de la Constitución era  antidemocrática y solo comenzó a conocer los palotes del gobierno “del pueblo, para el pueblo y por el pueblo” después de su sanción.

Alberdi se podría decir que era un reverso de Perón, es decir, alguien que, con la precisión de un cirujano, había identificado lo peor de la Argentina (y por ende aquello que la mantenía al borde de la barbarie) y que con su Constitución se proponía corregir para que llegara al gobierno todo aquello que, por más que la contradijera momentáneamente, la mejorara en el largo plazo.

La democracia no solo es la representación cruda de un pueblo. Debe ser también un mecanismo que ponga a los países a salvo a los países del despotismo.

Si una nación tuviera un gen natural que la inclina a la tiranía, debería encontrar en los valores democráticos una vacuna que la inmunice contra sus propias bacterias. 

No porque un conjunto de vivarachos se organice alrededor de lo peor que caracterice a una sociedad y logre llevar esa representatividad al gobierno se puede decir que esa es, justamente, la perfección democrática. En todo caso será la perfección del aprovechamiento.

La enorme tarea de la Constitución, que había logrado introducir en la cultura mundial a una tierra que apenas setenta años antes era un desierto infame, quedó trunca.

La aspiración de “mundializar” a la Argentina se tronchó penosamente cuando Perón descodificó el antiguo genoma argento y le volvió a dar vida, devolviéndonos al mundo previo a Caseros.

El país volvió a poblarse de señores feudales y de un macho alfa, tal como cuando gobernaba La Mazorca. La Argentina volvió a encerrarse en su propia caparazón cada vez más pobre y subdesarrollada.

El peronismo se preocupó por mantener (por la vía de destruir la educación de la Constitución) esa estructura mental que hoy es la que predomina mayoritariamente en una población hacinada, mal educada y con enormes carencias de entendimiento y de salud. 

La media mental argentina está a años luz de la capa peor educada de los países centrales.

El enorme proceso contracultural (en el sentido correcto) que había motorizado la Constitución fue talado de raíz por la “híper democracia” peronista, esa que, a fuerza de profundizar lo peor de lo mayoritariamente argentino, nos devolvió a la barbarie.

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