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La épica de la vergüenza

El espectáculo de demagogia que dio ayer el gobierno con el presidente yendo en helicóptero al aeropuerto internacional de Ezeiza a recibir un cargamento de vacunas chinas, que estaban siendo descargadas de las bodegas de un avión de Aerolíneas Argentinas fue francamente dantesco.

Toda una comitiva oficial, presidida por el jefe de Estado, con el jefe de gabinete, la ministra de salud y otros funcionarios, junto también con el presidente de la compañía aérea, se asemejó a otras muchas de estas puestas en escena de este tipo que el kirchnerismo ha realizado en su dilatada y lamentable presencia política en la Argentina.

Muchos recordaron aquellas trasmisiones de la Sra. Fernández inaugurando una canilla en La Matanza; o la de la propia ex presidente, producida casi como Juana Azurduy en innumerables carteles que pegotearon Buenos Aires, cuando fue a recibir a la Fragata Libertad que regresaba al país luego de permanecer embargada en Ghana por no pagar deudas. O en otras centenares de inauguraciones de cartón piedra (incluyendo muchos hospitales) en donde decenas de testigos contaron como la escenografía  se desmontaba por completo ni bien se iban las autoridades que habían protagonizado la estafa, dejando solo rejas cerradas con candados. O incluso en montajes que no inauguraban nada sino que daban rienda suelta a una cadena nacional de dos horas para mostrar filminas de un eventual centro audiovisual en la Isla de Marchi…

El presidente ayer parecía trasmitir la idea épica de un Eisenhower recibiendo a las tropas que desembarcaron en la Normandía francesa para liberar a Europa de Hitler, caminando rodeado de burócratas y parándose delante de uno de los containers frigoríficos para verificar la temperatura: una payasada insigne. Ni el regreso de los veteranos de Malvinas (a quienes, al contrario, se ocultó) tuvo semejante pompa.

En paralelo, en el día de más muertos por Covid en la Argentina desde que comenzó la pandemia, se instrumentó una ametralladora de anuncios militantes en televisión y redes sociales sobre los 10 millones de vacunas recibidas, alguno incluso con el “10” de Maradona, para no dejar escapar ninguna puntada populista.

El país tiene menos de 1 millón de personas vacunadas con las dos dosis de alguna de las vacunas, sea la Sputnik V, la de AstraZeneca o la Sinopharm. El resto de los “vacunados” tiene una sola dosis.

De la vacuna china, incluso, no se sabe qué protección ofrece con una dosis, ni cuánto es el tiempo máximo que puede esperar la segunda para que tenga algún efecto benéfico. En resumen, no hay nada para festejar, ni montar un operativo de propaganda para trasmitir ningún logro.

El presidente en Noviembre, aseguraba que hacia el final del verano habría como mínimo 10 millones de vacunados: es decir, no de vacunas recibidas, sino de gente vacunada. Si contamos como “vacunadas” a las personas con dos dosis esa cifra no alcanza hoy, más de un mes después de terminado el verano, al 10%.

Si aquel ritmo prometido se hubiese cumplido, hoy deberíamos tener al menos 20 millones de personas inoculadas, como mínimo con una dosis. Esa cifra no llega a 8 millones. Las estadísticas demuestran que todo el manejo del gobierno ha sido un fracaso completo. Pero, encima de eso, debemos aguantar promociones festivas y actos vacíos que solo sirven para demostrar lo pequeño que se ha vuelto el país.

Ayer mismo, Brasil recibía un millón de dosis de vacunas Pfizer. ¿Alguien vio a Bolsonaro o a algún gobernador brasileño en el aeropuerto esperando ese cargamento victorioso? Nadie, por supuesto. Brasil suscribió un contrato con Pfizer por 100 millones de dosis. Para eso aceptó los transportes indicados por el laboratorio, la logística sugerida por ellos y el seguimiento de trazabilidad de cada embarque. ¿Serán esas “exigencias” las “condiciones inaceptables” de las que habló González García en su momento y que nunca aclaró?

Los infaltables militantes hicieron correr el verso de que Pfizer había pedido quedarse con embajadas argentinas en el exterior; algunos fantasearon incluso con que habían exigido las reservas del Banco Central. Quizás solo querían el transporte que utilizaron todos los demás países (los aviones refrigerados de DHL) y una prueba de dónde estaban sus vacunas. Para la épica que suponía el montaje de Aerolíneas Argentinas y el robo que tenían preparado para vacunar a los propios con las primeras remesas, quizás, efectivamente, la logística que pedía Pfizer fuera “inaceptable”.

Pero más allá de la puesta en escena del aeropuerto, de los spots de TV, de las redes sociales, de los mensajes sobre las “condiciones inaceptables” de Pfizer, de la canilla, de la Fragata, de la Isla de Marchi y de las “obras” de cartón piedra, lo peor no es todo ese montaje vacío y vergonzante. Lo peor es que lo hacen porque saben que surte efecto. Saben que hay una porción social que cree esas estupideces y toma como realidades lo que no son otra cosa que relatos fantásticos.

Porque si hay algo que es el kirchnerismo  -además de su innata naturaleza delincuencial- es que es una mentira: una mentira lisa y llana; un conjunto de cuentos vacíos, una cáscara hueca que no tiene nada adentro, más que engaño y robo.

Que haya aun una parte sustancial de la sociedad que esté dispuesta a dejarse engañar por esta mafia mentirosa, demagoga y sin escrúpulos, es lo verdaderamente triste, lo que trasmite esa sensación de desazón parecida a la que uno tiene cuando llega a la convicción de que ya no hay nada que hacer.

El kirchnerismo se ríe en la cara de esa gente. La toma por estúpida. Sabe que sus métodos y su adoctrinamiento la han pauperizado tanto que no se distinguen mucho de una máquina solo dispuesta a recibir órdenes de su operador.

Y se aprovecha de eso invadiéndole la mente con imágenes falsas, con el correr de una película de fantasía que contrasta con una realidad aniquilada.

Lo de ayer no fue una novedad. Fue tan solo la continuidad de un método. Una dosis más de una droga mentirosa; de un mantra hueco que da vergüenza.

Por Carlos Mira
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