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La diversión kirchnerista de todos los días

El presidente del BCRA, Miguel Pesce, acaba de hacer unas declaraciones muy irresponsables en el sentido de que “es posible” que la Argentina vaya al default.

Realmente uno no puede entender cómo la autoridad monetaria máxima del país puede emitir una declaración de ese tipo. Parecería que les encanta coquetear con no pagar, como los bolches hicieron con la deuda rusa en 1917.

Viven inundados de ese pensamiento antagonista, contrario a la civilización y a la integración con el mundo y, al contrario, se regodean con la multiplicación de mensajes que saben tienen la virtualidad de irritar a las personas que ellos no pueden ver.

Resulta obvio que a la civilización política y a la racionalidad económica la idea de un default les espanta. Pues bien ellos se divierten viendo como esa gente se agarra la cabeza; les parece una travesura transgresora.

El problema es que el país no es un colegio secundario o el aula de una universidad, ni el gobierno es una asamblea de estudiantes revoltosos. Esto es un país. Y los países no son constelaciones que giran en su propia órbita (aunque la Argentina ha hecho mucho para probar que puede entrar en esa onda) sino entidades que están interconectadas con los demás países y que todos integran una comunidad internacional que hoy en día funciona como una aldea global.

Esta gente siente escozor por el globalismo. Su meta es el aislamiento y el encierro. Claro está que ese es el resultado que logran para el pueblo y para la sociedad: ellos, por supuesto, seguirán viajando, conectándose con los países que dicen aborrecer y utilizando su indumentaria, sus gustos y sus adelantos tecnológicos. Pero la gente vivirá en un pozo.

Pesce también se internó en la idea de que el “gobierno no va a aceptar ninguna propuesta que signifique un ajuste”. Más allá de que Pesce debería abrir los diarios y caminar por la calle para enterarse de que SU gobierno llevó adelante el ajuste más formidable de que se tenga memoria sobre el sector privado, la sociedad civil y la clase media, digamos que no son los acreedores o el FMI los que tienen que presentar una propuesta frente a la cual el gobierno se ofenda o no.

Por el contrario es la Argentina y el gobierno de Fernández en su representación la que debe presentarse con un programa creíble que les permita a los acreedores evaluar la factibilidad de una negociación.

Se nota que Pesce en su perra vida pidió un préstamo, porque si lo hubiera hecho sabría que no es él el que, fumando un habano en la puerta del Banco, debe esperar lo que la entidad le propone sino que es él quien debe demostrar para qué quiere el dinero, qué va a hacer con él y cómo piensa devolverlo.

Pero sería engañarnos creer que todos estos personajes ignoran cómo son las cosas. Ellos lo saben perfectamente. Lo que ocurre es que una de sus diversiones predilectas es causar irritación entre aquellos estereotipos que ellos no pueden ver.

Todos los días por la mañana se levantan y piensan “a ver… qué cosas no te gustan?” Y entonces van y las hacen o las dicen. Son de manual.

El presidente (si es que tenemos) debería saber que el país no está en posición de hacer estas bromas. Flirtear con el precipicio porque eso les cae mal a sus adversarios no es de un presidente inteligente sino de un bravucón (que no es lo mismo que “bravo” y “valiente”) de barrio que se hace el canchero abajo del farol, pero que, como justamente dicen los españoles, es él mismo un “farol”.

La Argentina tiene que dar muestras de responsabilidad y aprovechar una administración del FMI como nunca antes se conoció. Es más desde el punto de vista de la política económica, el comunicado de ayer del Fondo fue muy decepcionante. Estoy de acuerdo en que el gobierno lo celebre porque es literalmente increíble que el FMI maneje esa terminología. Pero con más razón aun, no es hora de andar con chiquilinadas de juvenilia sino sacar ventaja de una circunstancia seguramente irrepetible en el futuro y presentar un programa razonable de crecimiento y repago de la deuda.

En otro momento el Fondo hubiera reclamado una revisión integral del sistema jurídico argentino con reformas puntuales de las leyes laborales, impositivas, comerciales, previsionales, administrativas y de comercio exterior que son las que someten al país a una fenomenal parálisis de modo que ninguna actividad puede emprenderse y ninguna riqueza nueva puede crearse.

Sin ese incremento marginal de la riqueza acumulada el país no solo no podrá pagar su deuda sino que no podrá vivir. En ese contexto es probable que el mundo decida mandar a pérdida todo el dinero que le prestó al país y cerrar definitivamente sus puertas a este manicomio de descerebrados.

Los únicos perjudicados en un escenario como ese serán los pobres, la gente de menores recursos que terminará como en Venezuela o en Cuba, rodeada de hambre, racionamiento y dictadura.

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