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La baja de aranceles para computadoras

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El gobierno ha decidido bajar los aranceles a la importación de computadoras para beneficiar a los consumidores y, particularmente, estimular el uso de herramientas que tengan que ver con la innovación y la creatividad.

Se trata de una medida en la buena dirección. El país, como no podía ser de otra manera teniendo en cuenta el tipo de visión del mundo que lo gobernó durante más de 10 años, quedó completamente aislado de los avances de la tecnología y del goce de dispositivos comunes y baratos en otros lugares del mundo que aquí permanecían fuera del alcance de las grandes masas y funcionaban más bien como una señal de que algunos podían tener acceso a las modernidades del mundo y otros no.

Se trata de una más de las delicias del nacionalismo popular que termina generando hijos y entenados y verdaderos bolsones de desigualdad, a la vez que produce islas de privilegiados cuyos negocios se ven protegidos a la sombra de disposiciones oscuras y sistemas carísimos.

El país, por ejemplo, nunca sabrá cuánto le costó el experimento ochentoso del “polo electrónico” de Tierra del Fuego. Sí, sí, leyó bien: ochentoso. Porque el mamarracho que el kirchnerismo volvió a poner en vigencia a mediados de los 2000 fue una reedición de lo que ya había fracasado en los ’80, mezcla de ocurrencia militar por las supuestas amenazas chilenas y de la antigüedad económica que caracterizó a los primeros años de la democracia recuperada.

A la sombra de esos curros, el país le dio patente de corso para importar equipos desarmados -pero totalmente completos- a una casta de empresarios que luego los ensamblaba aquí, los embalaba con una etiqueta bien grande que decía “industria argentina” y los vendía al precio que se le ocurría, a sabiendas que la misma legislación que le permitía a él importar se lo prohibía a otros bajo el formato de equipos terminados. Una farsa; un engaño más de un relato fantástico.

En algún momento –y respecto del tema Tierra del Fuego- alguien había hecho una cuenta según la cual enviarle un cheque a la casa de cada empleado de aquellos galpones salía más barato que haber inventado ese sistema esquizofrénico por el cual una mercadería entraba desarmada por el puerto de Buenos Aires, viajaba 3500 km en camión hasta el sur y luego volvía armada haciendo el camino inverso para ser distribuida en el resto del país. Una locura china… Sin alusiones de origen.

Existen otras empresas radicadas en el continente que no tienen las desgravaciones de la isla pero que siguen disponiendo de mercados cerrados y cautivos que les permiten cobrarle al consumidor precios caros por artículos antiguos.

La ridícula batalla argentina contra Apple, por ejemplo, como si fuera una escenificación representativa de la guerra declarada por un país rebelde y desobediente contra el imperio altanero y poderoso ha sido una verdadera estupidez, propia de incultos y brutos.

Con el cuento de las fuentes de trabajo, del nacionalismo productivo y de la bandera, unos cuantos vivos se llenaron de oro y la mayoría de los estúpidos debían conformarse con ver los últimos adelantos del mundo por televisión, que seguramente también respondía a algún modelo ya pasado de moda.

Es cierto que en los países en donde el público consumidor tiene acceso a productos modernos y al alcance de su presupuesto también existen otras realidades que la Argentina desconoce por completo. Las principales, seguramente, tienen que ver con la legislación tributaria y laboral que rige en esos países y que brilla por su ausencia aquí.

Si bien la innovación y la creatividad dependen de los costos de acceso a la tecnología, la producción barata de ésta depende de la ley. Si la Argentina va a seguir siendo un país con los impuestos al nivel que hoy tienen; si se va a continuar con las rigideces laborales que encarecen cualquier proyecto de inversión (cuando se lo compara con el costo que existe en otros países); si el país va a seguir aplastando con disposiciones ridículas las iniciativas que pueda tener cualquier emprendedor para iniciar una aventura productiva, entonces esta medida no servirá de nada.

La Argentina es el cuarto país a nivel mundial en el surgimiento de emprendedores, pero, paradójicamente, también ocupa ese lugar cuando se busca aquellos en donde los emprendedores se funden más rápido: el peso de las disposiciones estúpidas termina por mandar a la lona al más pintado.

El secreto del triunfo de la teoría económica que transformó al mundo en el lapso de trescientos años (luego de haber vivido miles bajo la oscuridad, el miedo y el hambre) consistió en la producción masiva de bienes. Eso dio trabajo y abarató los precios, posibilitando que millones de personas accedieran a enseres antes reservados a los palacios, y, a veces, ni siquiera a los palacios.

Es la teoría contraria la que confina el uso y goce de esos dispositivos a una minoría, condenando a la mayoría a no tenerlos. Esa es la teoría del nacionalismo popular que gobernó la Argentina en los últimos 70 años y que nos hizo retroceder de posiciones de vanguardia en el mundo, al lugar de los menesterosos, con un tercio de la población pobre, que ocupamos hoy.

Por supuesto que disponer la baja de aranceles a la importación de computadoras no será la solución mágica de los problemas argentinos. Pero es hora de empezar por algo, sin dejarse seducir por los que siempre encuentran un problema de mayor envergadura que, teóricamente, debe resolverse antes. ¿Esos otros problemas existen? Sí, por supuesto. Pero aguardar por su solución ya no puede ser excusa para hacer lo que hay que hacer.

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