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La Argentina no es la Selección

Luego de que la Selección argentina dejara atrás a Países Bajos en los cuartos de final del Mundial de Fútbol quedó en claro cómo un componente que resultó notoriamente decisivo en el partido es precisamente el mismo que tiene a la Argentina, como país, presa de una petrificación que la mantiene congelada en el tiempo sin posibilidades de avance, exactamente al revés de lo que ocurrió en el Lusail Stadium en Qatar.

Ese componente es la rabia.

Con la finalización del partido salieron a la luz muchas de las cosas que ocurrieron antes y durante el encuentro ante Netherlands.

Comentarios del entrenador holandés, de los jugadores, hechos que ocurrieron en el partido parece que crearon “un clima de rabia” evidente entre los jugadores del seleccionado que metabolizó en una energía extra que fue muy notoria ante la adversidad del empate, en el último segundo de juego y en los tiros desde el punto del penal.

Un costado desconocido de Messi, que muchos le reclamaron durante años y que otros tantos siempre agradecieron que no tuviera, apareció como un torbellino de furia frente a los que él consideraba lo habían ofendido.

El arquero Dibu Martínez también apareció para, según su propia expresión, “cerrarle la boca” a los que “hablaron demás”. Había algo atragantado en la tráquea argentina. Los holandeses habían “boqueado” según muchos de los jugadores argentinos, incluido el capitán. Y eso había encendido la rabia.

Esa bronca, esa furia en un deporte, en el que la adrenalina puede hacer que los músculos respondan más allá de sus propias limitaciones, puede resultar útil. De hecho, dado lo que vimos, esa fuerza extra fue muy notoria en la prórroga a la que obligó el empate en el tiempo regular y en la que el equipo, por empuje, debió ganar sin necesidad de recurrir a los penales.

Una vez terminado el partido el desahogo se tradujo en grito en la cara del vencido, en actitudes desafiantes de Messi (a quien nunca probablemente habíamos visto así) incluso en insultos y en “careos” que invitaban a pelear.

Durante años muchos hinchas argentinos le habían hecho notar a Messi que él no tenía esos atributos. Excelso quizás como nadie en el manejo de la pelota, a Messi siempre se le achacó no ser “peleador”, no ser contestatario, provocador y transgresor.

Messi era un “correcto”, un caballero, un jugador educado que hablaba con sus hechos en la cancha pero del que nunca saldría un exabrupto.

La comparación con Maradona siempre estuvo arriba de la mesa. Los admiradores de Diego siempre vieron en el actual jugador del PSG a alguien que no los llenaba, con quien no se sentían identificados, a alguien a quien siempre le faltaba “algo”.

Los admiradores de Leo, a su vez, siempre le destacaban precisamente ese hecho: que fuera, primero que nada, un señor antes que un pendenciero.

Algo ocurrió en Qatar. Ante otro, que según él había “boqueado” (Robert Lewandovsky), ya se había mostrado indócil buscando dejarlo en ridículo en el juego y no aceptando sus disculpas cuando el polaco se las ofreció después de faulearlo.

Messi y la selección están con rabia y buscan transformarla en una energía positiva que los lleve más allá de sus propias fuerzas.

En el fútbol puede ser que esas químicas insondables que suceden en los pliegues más íntimos del cerebro humano se traduzcan, efectivamente, en un plus positivo y ganador.

Pero el síndrome maradoneano es un mal compañero de los países. La rabia no deviene en esa adrenalina superadora que lleva al deportista más allá de sus propios límites.

La rabia en los países detiene, congela, divide, fuga energías en lugar de multiplicarlas, enoja y el enojo no empuja hacia la superación sino que frustra, provoca resentimiento y envidia… En fin, genera lo peor.

Desde hace muchas décadas la Argentina es un país con rabia. Vive esa furia contra todo, aunque no sepa muy bien contra qué es.

Supone que el Universo está contra ella. Ve conspiraciones intergalácticas diseñadas con el exclusivo fin de perjudicarla. 

Sueña en silencio con seguir insistiendo “con la suya” para que un día pueda pararse frente al mundo y gritarle en la cara su triunfo, a ese mundo que tanto “boqueó” contra ella.

Hace años que espera ese momento. Lo desea con toda el alma. Pero su rabia no la impulsa hacia su materialización sino que la consume en su propio ácido bilioso mientras el mundo sigue su curso sin que nadie la tome en cuenta, sin que nadie siquiera hable de ella salvo para informar dislates.

El país debe superar ese síndrome. Lo único que sabe con seguridad es que no lo ha conducido a ninguna parte. Al contrario lo ha consumido en su propio caldo de cultivo, emperrándolo en seguir practicando fórmulas notoriamente fracasadas porque, justamente, el dejar de aplicarlas y llevar adelante lo que se probó exitoso en el mundo se viviría como una claudicación ante los que “boquean” contra el “modelo argentino”.

La rabia, en los países, no metaboliza como en el fútbol. Al contrario: su química corroe, destruye, paraliza, impide el reconocimiento del error.

En lo personal ni siquiera disfruto a este Messi camorrero. Prefiero al otro. Pero admito que en el deporte la furia puede transformarse utilitariamente en algo provechoso para la consecución de un fin.

Sin embargo, estoy convencido de que nada contribuye más al progreso y a la afluencia de los países, que la paz de los espíritus, la serenidad del pensamiento, la humildad de la acción y la frialdad de las decisiones.

Nada bueno saldrá, para el mejor nivel de vida argentino, de la calentura vengativa, del deseo inmoderado de revancha y del rencor contra todo.

Si el país pudiera darse cuenta de esta diferencia que existe entre lo que puede ser el destino en el fútbol y lo que es el destino de las naciones, quizás el Mundial de Qatar podría traerle a la Argentina algo más que una Copa.

Por Carlos Mira

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3 thoughts on “La Argentina no es la Selección

  1. Matias

    Obviamente, mi estimado Carlos, lo politicuchos de cuarta que nos rigen, operan como si gobernar fuese un partido de fútbol, en el cual la pelota es la cosa pública: todos quieren tenerla, pero cuando la pierdan, la culpa siempre es de otro. Peronia.

  2. Andrés

    Buen día Charly;
    En tu texto escribís sobre la contribución de la frialdad de las decisiones….

    Tengo mis reservas sobre este punto.
    Hubo un caso de un hombre muy inteligente, que por un accidente había padecido un balazo en la cabeza que le afectó el centro emocional del cerebro. Esto lo transformó en excelente analista que con toda frialdad podía analizar el problema y proponer las alternativas . Pero no podía tomar decisiones. La decisión necesita de la emocionalidad, sino no ocurre. Por algo se dice que el exceso de análisis lleva a la parálisis.

  3. MICHAEL POOTS

    El otro día un comentarista de futbol ingles dijo que Messi no parece Argentino como Maradona. Cuando le cometen una falta maliciosa ( foul ) en vez de reaccionar histrionicamente, pasa a otro grado de juego superior y anota un gol. Es como el Santo del Futbol.
    Pero la frustración de equipo argentino estuvo agravada por el patetico desempeño del arbitro. Pareciera que por cualquier nimio error sancionaba con una tarjeta amarilla. 18 amarillas y una roja. Un record.
    Si la justicia es injusta y carente de imparcialidad, ha lugar a frustración. Pero los jugadores no deben criticar a los arbitros. Eso lo hacen los comentaristas y las autoridades de la FIFA. Por eso el árbitro fue suspendido de todos los demas juegos del munidal.

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