
La Argentina está siendo escenario de varios espectáculos dantescos al mismo tiempo. La mayoría de ellos, muchos de nosotros, suponíamos que ya eran objetos del pasado y que nunca más íbamos a tener que soportarlos.
No hay dudas de que, en ese sentido, una enorme mezcla de impericia, mala fe, bajeza política, especulación y falta de verdadero patriotismo, han contribuido para que vuelvan a aparecer en la superficie adefesios que, combinados, han sido la causa última del hundimiento argentino y de que el país se convierta en una especie de fenómeno inexplicable a nivel mundial.
Esta semana, una vez más, la voz melosa, engolada y artificialmente impostada de la jefa de la banda -Cristina Fernández- se abrió paso en un foro de corruptos transnacionales para hacerle frente al escenario en el que tantas veces ellas se pavoneó por las capitales del mundo -la Cumbre del G20- con la payasesca presentación de la “contracumbre”.
Allí se despachó -como siempre- con un salpicón de burradas, mezcladas con ironías ácidas (que también los argentinos creíamos terminadas) y una pasión sobrenatural para hablar con pasión de lo que ignora olímpicamente.
La “doctora en cosas” (como el célebre personaje de Diego Scott -el Dr. Felipe, “especialista en cosas”-) se despachó contra un molino de viento inventado por el fracasado populismo nacionalista, el socialismo, el comunismo y otros autoritarismos de toda laya -el neoliberalismo- que han supuesto que por el mero trámite de agregarle el prefijo “neo” a cualquier cosa se logra el objetivo mágico de desprestigiarlo.
Lo cierto es que el “neoliberalismo” no existe. No hay ninguna obra de filosofía política, ningún intelectual, ninguna corriente doctrinaria que se defina como “neoliberal”. Lisa y llanamente no existe. Lo que sí existe es el liberalismo, ese conjunto de ideas que sacó al mundo del ostracismo, del atraso, de la oscuridad, de la pobreza y de la enfermedad por el sencillo expediente de desatar las ataduras con las que el autoritarismo medieval (el mismo de cuya materia prima están hechos el socialismo, el nacionalismo populista, el comunismo y otros autoritarismos del folclore latinoamericano) habían convertido al hombre en un esclavo o en un zombie. Hoy en día, desde el Smartphone que usa la “señora” hasta la bombacha que lleva puesta son obra del liberalismo.
Ese sistema terminó con las castas privilegiadas, con las que vivían disfrutando de todo el confort mientras la sociedad esclava se moría de hambre.
Ese mismo cuadro es el que quiere reproducir la jefa de la banda, porque es ese el cuadro que le permitió hacerse millonaria sin trabajar, por la vía del robo sistemático a los contribuyentes, como un verdadero señor feudal del siglo XIV.
Ese es el mal que la administración del presidente Macri no ha sabido erradicar o cuando menos explicarle con claridad a la sociedad. Se trata sin dudas de su mayor fracaso: que al cabo de tres años tengamos que escuchar otra vez el mismo sonsonete conque fuimos atribulados y adormecidos durante doce años es la barómetro que mide el fiasco de Cambiemos.
Otro espectáculo aparte es el peronismo en sí mismo, que no ha perdido la oportunidad de demostrar una vez más su triste bajeza.
Por distintas motivaciones los diputados del peronismo se unieron para arrebatarle en el Consejo de la Magistratura un consejero a Cambiemos. Sectores que han hablado pestes del kirchnerismo durante y después de su gestión se unieron a la personificación del mal para introducir un factor de impunidad en la Justicia. Dirigentes como Massa y Schiaretti no deberían poder mirarse a la cara en un espejo si tuvieran un poquito de vergüenza (aunque esa prueba hace ya tiempo que fue superada por el ex intendente de Tigre, que, prácticamente, no le hace asco a nada). Graciela Camaño y Wado de Pedro ni siquiera reúnen los requisitos para ser consejeros.
El dirigente de la golpista agrupación La Cámpora porque ya juró como consejero dos veces en un plazo inferior a cinco años lo que constituye un impedimento legal para asumir de nuevo. Y Camaño porque solo es abogada desde hace dos años, cuando para ser miembro del Consejo se requieren 8 años de matrícula.
Es cierto que una modificación típicamente kirchnerista de los requisitos para ser consejero bajó esos requerimientos de los que se precisaban para ser senador (en el texto original de la ley) a los que se precisan para ser diputado (por lo cual ni siquiera se necesitaría ser abogado para ser consejero, siendo el Consejo un mecanismo primordial en el proceso de designación y remoción de los jueces)
Pero dicha modificación fue declarada inconstitucional por la Corte, gracias a lo cual el consejero Godoy (que no era abogado) fue removido de su cargo y reemplazado. Con lo cual habría que concluir, si bien las sentencias no derogan las leyes, sí establecen una jurisprudencia que se supone debe continuarse hacia el futuro en casos similares. Tal es el caso de Camaño que, repetimos, no puede acreditar los años de matrícula mínimos que requería la disposición original de la ley de composición del Consejo.
Pero lo cierto es que todo este escenario no hace más ralentizar el avance de la mejora económica y prueba, una vez más, el alto precio que el país ha pagado por la pusilanimidad de un gobierno que no se animó a enterrar como era debido la causa última de los males nacionales: el populismo nacionalista. En su lugar se dedicó a especular con él, sin advertir que el posible éxito electoral (hoy hasta eso puesto en duda) que eso pudiera entregarle era incompatible con la construcción de un horizonte de seguridad jurídica indispensable para asegurarse el éxito en la gestión económica de su gestión. Para decirlo simple (y en el mejor de los supuestos que el experimento hubiera funcionado) por especular con su triunfo electoral hipotecó las posibilidades para construir una economía sólida, en crecimiento y con proyección de futuro. La mera presencia de la jefa de la banda en la arena política puede hacer ganar a Cambiemos (si todo sigue así, una verdad cada vez más relativa) pero el mismo hecho condena al país al fracaso económico porque nadie construirá un proyecto de largo plazo con la amenaza cristinista en el tablero electoral. Si la jefa de la banda estuviera donde debería estar -en la cárcel- esa bruma en el horizonte económico habría sido disipada.
Son los precios de la pusilanimidad y del rastrerismo tecnológico del Excel de Peña, Durán Barba y Macri que solo Dios sabe cuánto nos costarán.