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Hay que poner el carro delante de los caballos

La Argentina tiene una larguísima tradición de procastinar. Procastinar es el hábito de posponer para “una mejor ocasión” o, simplemente, “para mañana” lo que no quiere hacerse hoy.

Siempre hay una excusa para procastinar. El procastinador serial siempre parece un tipo razonable al que le asisten motivos para no hacer ahora lo que tiene que hacer bajo el argumento de que es necesario hacer algo antes para luego sí hacer “lo que hay que hacer”. Son tramposos porque no dicen que están en desacuerdo con hacer lo que hay que hacer: se limitan a decir “que no es el momento”.

Un dicho extraordinario le ha venido como anillo al dedo a estos personajes: “no pongamos el carro delante de los caballos.

Si hay algo que invita a entregar un consentimiento inmediato a lo que se está diciendo es el uso de esa metáfora sublime. Si, encima, efectivamente existen elementos dudosos que hacen pensar que haciendo determinada cosa ahora, el escenario, lejos de mejorar, puede empeorar, se configura la situación ideal que todo procastinador espera: la postergación.

La Argentina tiene una larga tradición de procastinación. Empezó con su mismísimo nacimiento en 1810. Ese no era el momento adecuado para declarar la Independencia de España. “No estaban dadas las condiciones”, fue el argumento que terminó imponiéndose. “Había que hacer otras cosas antes”: no había que poner el carro delante de los caballos.

El país debió esperar seis años para que, luego de que todo hubiera empeorado (porque nada de lo que supuestamente hacía falta hacer antes de declarar la independencia se hizo) se declaró la Independencia en Tucumán el 9 de julio de 1816.

Pero la nueva nación era simplemente un pedazo de tierra salvaje. Necesitaba un orden, una organización. Surgieron los que propusieron pensar un orden jurídico general para dotar al recién nacido de una plataforma de civilización que terminara con la anarquía. De nuevo los procastinadores. “No están dadas las condiciones para dictar una Constitución… primero hay que pacificar al país… no pongamos el carro delante de los caballos”.

El chiste le costó al país otros 37 años de guerras interiores, miseria, atraso, desigualdad, muerte, persecuciones, caudillos desalmados… En fin, un despilfarro de tiempo, vida y riqueza que tres generaciones de argentinos perdieron para siempre.

Cuando, finalmente, el 3 de febrero de 1852, el caudillismo medieval fue vencido en Caseros y las 14 provincias originales decidieron en San Nicolás elegir un Congreso cuya primera misión fuera darle al país una Constitución, la procastinación ya estaba preparando una nueva aparición estelar.

Buenos Aires, a todo esto, ya había tomado la decisión de separarse de la Confederación porque no estaba completamente de acuerdo con lo que se había decidido en el Pacto de San Nicolás. Las trece provincias restantes decidieron seguir adelante con el proyecto constituyente.

Ni bien el Congreso se reunió, antes de recibir de Urquiza la misión de redactar una Constitución, aparecieron los que nunca faltan en la Argentina: los procastinadores. ¿Su argumento? El de siempre: no estaban dadas las condiciones para redactar una Constitución; primero había que pacificar el país. “No pongamos el carro delante de los caballos”.

Por suerte, como lo destaca Félix Lonigro en una excelente reseña escrita para La Nación, una mayoría decidió romper, por una vez en la vida, con esa mariconeada, dejar la pusilanimidad atrás y emprender el proyecto constitucional: por primera vez un conjunto corajudo de argentinos había tomado la decisión de poner el carro delante de los caballos.

Luego de sesionar 5 meses, el Congreso General Constituyente juró la Constitución Argentina, cuyo 170 aniversario se cumplió -en medio de un incomprensible olvido- este lunes pasado.

La Constitución de 1853 es un perfecto ejemplo de “poner el carro delante de los caballos”, un triunfo de la audacia por sobre la procastinación. El país era, en ese momento, efectivamente un aquelarre. El argumento de los procastinadores era “razonable”, como siempre. Si fuera por ellos nada se haría hasta que todo esté perfecto. El problema es que si todo está perfecto no habría necesidad de hacer nada. A veces es necesario plantar un mojón de orden inicial para que todo se acomode luego alrededor de ese nuevo paradigma.

Hoy tenemos otra cantinela procastinadora: la que se alza frente a la dolarización o a una eventual nueva Caja de Conversión.

“No se puede hacer… Hay que hacer muchas cosas antes: terminar con el déficit, reducir el gasto, achicar el Estado… No pongamos el carro delante de los caballos…” Procastinando, siempre procastinando.

¿No será que detrás de esa búsqueda frenética de excusas que parecen (y a veces hasta son) razonables se oculta una especie de cobardía nacional? ¿Qué paradoja, no? ¡Una sociedad tan cócora como la argentina que ande por ahí “pechándola” (como los futboleros llamamos a lo que  hacen los “pechos fríos”)!

Pero si uno mira la historia, como a vuelo de pájaro intentamos hacer aquí, ve que este comportamiento es una constante en la vida nacional: siempre proponiendo posponer para más adelante lo que habría que hacer ahora.

¿No será que una dolarización o una Caja de Conversión es el carro que tenemos que poner delante de los caballos hoy? ¿No será que todo lo que tendríamos que hacer “antes” (según los procastinadores) solo se hará si un pilar fuerte nos obliga a hacerlo, como el pilar de la Constitución, hace 170 años, nos “obligó” a vivir en paz y a progresar?

A veces los destinos de los pueblos dependen de que se tome o no en un momento determinado de la historia una decisión. Para no tomarla siempre habrá motivos. Pero solo los que las toman de todos modos, progresan y van adelante. Los demás quedan atrás, esperando ese momento ideal que nunca llega.

No declarar primero la Independencia y luego no sancionar una Constitución le costó al país 43 años de atraso, muerte, atropellos, miseria y división. ¿Cómo habría sido la Argentina si en 1810 se hubiera declarado independiente de España y, digamos, un par de años después hubiera tenido una Constitución como la del ’53? Nadie lo sabe.

Pero sí sabemos cómo fue por no hacerlo. ¿No habría valido la pena intentarlo? Las condiciones de “perfección” que reclamaban aquellos procastinadores nunca se dieron, después de todo: en 1816 el país estaba mucho peor que en 1810 para declararse independiente y en 1853 estaba, a su vez, mucho peor que en 1816 para sancionar una Constitución. Un tiempo perdido al divino botón, por esperar una “perfección” que nunca llegó.

¿No habrá llegado el momento de dejar las clásicas pusilanimidades argentinas de lado y decidir una jugada audaz por una vez en la vida? ¿Qué puede ser peor que el barro y la miseria en la que están hundidos 20 millones de argentinos? ¿Qué injusticia más grande habrá que la que se registra hoy en donde 7 millones de trabajadores sostienen a 45 millones de personas?

Es una paradoja que el día del trabajo y el aniversario de la Constitución coincidan: no hay trabajo porque se ignora y se contradice lo que la Constitución indica: un gobierno limitado que no puede hacer lo que ella prohíbe.

Es necesario que un pilote de hierro sea enterrado en las profundidades del suelo argentino para que ese cimiento, aliado de la Constitución, efectivamente encorsete el poder ilimitado del Estado que ha destruido literalmente el país.

Los déspotas del subdesarrollo se las han ingeniado para sortear las vallas que la Constitución impuso entre el poder y las libertades civiles. Una de sus principales armas ha sido arrebatarle a los argentinos su herramienta de intercambio y ahorro: la moneda. Es hora de poner el carro de una moneda segura, a salvo de la mano de los tiranos, delante de los caballos del despotismo. La Argentina no debería procastinar esa decisión. Es una guerra entre la audacia y la pusilanimidad. Solo los argentinos pueden decidir qué quieren hacer.

Por Carlos Mira
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3 thoughts on “Hay que poner el carro delante de los caballos

  1. Maria Teresa Hunter

    procrastinar , procrastinación Señor Carlos Mira.

  2. deleatur

    Excelente artículo! De un todo de acuerdo, salvo un detalle: procrastinar fue poner el carro delante del caballo, no al revés. Los q mal usaron el dicho como pretexto para procrastinar, hicieron precisamente lo q decían no debía hacerse.

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