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García, el coronavirus, la propiedad y la libertad

El ministro de salud Ginés González García cruzó ayer un límite muy complicado para la vida en libertad y en democracia. Dijo que planea proponer un DNU al presidente para que todo el sistema médico privado, es decir, el de las prepagas y obras sociales pase a integrar el sistema público.

Esto, en buen romance, significa que cualquier persona sea afiliada o no a una prepaga u obra social podría ocupar en la infraestructura de esas organizaciones privadas en un pie de igualdad con los que pagan por ellas.

Se trata de un avance sobre el derecho de propiedad garantizado por la Constitución de un gravedad inusitada y que, en alguna medida, prueba que el coronavirus ha dado una oportunidad impensada al fascismo vernáculo para acelerar su plan de restricción de los derechos civiles.

En otro lugar (“La idolatría del Estado”, capitulo 12 pags 161 y sgtes, Ediciones B, Buenos Aires, 2009) decíamos que la emergencia es el suplente ideal de la guerra para el fascismo. En ausencia de conflagración, la emergencia, viene a cubrir sus excusas. Si no existe la emergencia se la inventa, pero debe corporizarse de algún modo para tener un pretexto de aceleración de su plan de coartar la libertad individual.

En este caso, ni siquiera es necesaria la invención (aunque con el verso de la “tierra arrasada” ya habían declarado la emergencia antes) porque un motivo harto-evidente como la pandemia del coronavirus todo debe justificarlo.

Entonces González García sale a plantear este avance que demuele un principio de justicia elemental para aquel que paga, con enormes sacrificios, una cobertura médica adicional, porque, dicho sea de paso, el Estado inútil no puede brindarla a pesar de los estratosféricos impuestos que cobra.

El Estado (es decir la encarnación corpórea que lo materializa, los funcionarios) se niegan a bajarse sus ingresos pero ingresan en uno de los tesoros más sagrados de la propiedad privada como son los reaseguros que un individuo toma para cuidar su salud. Resulta que ahora debería meterse toda esa fortuna en el culo y cederle su lugar a quien no pagó un peso.

Es lo mismo que hicieron con las jubilaciones en donde los activos que aportaron fortunas deducidas de sus ingresos mientras trabajaron, quedaron igualados ahora en una pirámide plana con aquellos que no aportaron un centavo. Son las delicias de la injusticia argentina en nombre de la “justicia social colectiva”.

AlgÚn gracioso salió a decir que no, que lo que esto significaba es que cualquier privado que tenga una prepaga se va a poder atender en un hospital público. ¡Traigan yeso por favor para inmovilizarme la mandíbula antes de que me mate con mis propias carcajadas!

Es obvio que el que paga impuestos tiene derecho a todo porque para eso los paga, incluyendo claro está el sistema de hospitales públicos, si es que se le da la reverenda gana de usarlos. No necesitamos sus aclaraciones para eso, señores funcionarios.

El hecho es que ningún ciudadano que paga una pequeña fortuna, que, en muchos casos de grupos familiares alcanza hasta un tercio del ingreso completo, va a desechar los sanatorios de su prepaga para ocupar el lugar de un hospital público: si paga un seguro de cama (porque en el fondo eso es lo que una prepaga) quiere que su cama esté lista cuando el riesgo asegurado ocurre.

La afirmación de García respecto de la “igualdad” es una de las frases más crueles sobre la desigualdad y la injusticia en la Argentina. El ministro, subido a un fascismo ya sin freno, quiere venderlos la idea de que el que paga una fortuna para prevenir un riesgo de su propia salud es igual al que no lo paga.

Pues bien, García, entienda esto: esos dos individuos no son iguales y el epítome más recalcado de la injusticia sería que cuando el que puso su dinero para resguardarse no tenga el refugio cuando lo necesita porque otro que no puso un peso, con su apoyo demagógico, se lo quita. Eso sí que es una injusticia feroz.

Me encantaría verlo a usted deshaciéndose de todos sus privilegios, empezando por su ingreso, para demostrar que es igual a los demás. ¡A la cola de la Guardia, García!, ¡qué aquí todos somos iguales, eh! NI siquiera es posible visualizar imaginariamente esa situación.

Si el presidente Fernández y el jefe de Gobierno Larreta llegaran a avanzar en esta dirección el pavimento hacia Venezuela y Cuba estaría libre ya de polvo y paja. Ningún disimulo quedaría en la superficie ya. El fascismo habría derribado una barrera subliminal más de la mano de la emergencia.

Todos necesitaríamos un imaginario James Carville, el famoso jefe de campaña de Clinton que acuñó su frase para la historia: “¡Es la economía, estúpido!”. Aquí lo necesitaríamos para que nos agarre de nuestras imaginarias solapas y nos diga: “¡Es la propiedad, estúpidos!”

El favor que le ha hecho este maldito virus al programa pre-pensado de arrasar con los últimos vestigios de libertad que quedaban en la Argentina es incalculable. Hasta esa suerte han tenido…

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