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Fracasaron aquí, pero lo intentarán de nuevo

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Finalmente la audiencia pública por los aumentos en la tarifa de gas terminó sin pena ni gloria. Las últimas intervenciones del domingo no tuvieron público; no había nadie. Después de que durante la semana pasada se especulara incluso hasta con hechos violentos, que obligaran a la intervención policial (que, entre paréntesis, motivaron hasta la reprogramación de los horarios de algunos partidos de la fecha de fútbol del fin de semana) la reunión pasó poco menos que inadvertida, sin agregar un solo gramo de vitalidad o de ideas útiles a este tema que, sin embargo, se convirtió hace tres meses en el mayor obstáculo que enfrentó el gobierno en su gestión.

La sensación que uno tiene al cabo del triste espectáculo dominical, es que los argentinos –o algunos de ellos- simplemente se valen de ciertos argumentos y utilizan ciertos mecanismos solo para generar desorden y para encontrar en una eventual “revuelta” una oportunidad para imponer su criterio.

En efecto, cuando la cuestión de las tarifas se convirtió en el centro de la atención nacional, parecía que las audiencias públicas eran poco menos que la redención de las Comunas de París, el núcleo mismo de la encarnación del pueblo, la manifestación corpórea del ciudadanos de a pie, cuya opinión e intereses, justamente, habían tratado de ser evadidos por un gobierno opresor.

¿En que terminó todo? En un auditorio vacío y con expositores hablándole a nadie; una más de las tantas teatralizaciones argentinas.

¿Y si todo fue un enorme montaje? ¿por qué no puedo tener el derecho de pensar que el mismísimo planteo inicial de sectores políticos interesados generó una realidad ficticia donde, en realidad, había otra cosa? Recordemos que cuando los aumentos se aplicaron, más del 80% de la gente pagó sus facturas. Sin embargo se comenzó a batir un parche cada vez más sonoro al cual se fueron plegando cada vez más voces que repetían como loros frases hechas y ejemplos falsos para trasmitir la imagen de una hecatombe. La verdadera tormenta perfecta generada en una palangana.

Hay grupos profesionales en la Argentina que operan de ese modo; profesionales de la agitación, del activismo que especulan con el desorden porque en el orden no tienen posibilidad alguna siquiera de exponer sus posiciones, como quedó claro en las butacas vacías de la Usina del Arte.

La Audiencia Pública era para ellos importante en tanto fuera una caja de resonancia para su vandalismo, si eso no se lograba no estaban interesados en hacer planteos de ideas.

El gobierno conjuró bien la posibilidad de desmanes, armando un perímetro de seguridad extendido y llevando equipos antidisturbios a aquellas demarcaciones limítrofes. Y frente a esa eficacia lo que se comprobó es que no había nada más allá de la violencia y del éxito mediático: si no se puede lograr el objetivo de hacer quilombo y que ese quilombo salga por televisión, no merece la pena discutir ideas, porque ideas no hay.

La semana pasada, Luis D’Elia, en su programa de la revolucionaria Radio Rebelde (que puede salir al aire, justamente, porque quienes gobiernan no son ellos) dijo que la Buenos Aires había sido invadida por una “caterva de hijos de puta” (en el Foro Económico y de Inversiones), que el Centro Cultural Kirchner había sido manchado por su presencia y que, sin embargo, en la ciudad “no había pasado nada”. Lo dijo con pesadumbre, en tono de queja, justamente, porque “no había pasado nada”. Él quería romper todo, probablemente tomar el CCK por la fuerza, y echar a patadas en el traste a los inversores de la Argentina. El mismo objetivo que alguna vez tuvo Bonafini con el edificio de la Corte.

Todos estos episodios revelan que la Argentina es el típico país en donde las libertades pueden perderse a manos de minorías; de minorías violentas, decididas y enfrentadas a una sociedad inconsciente. Es así como operan en la mayoría de los lugares donde han accedido al poder: siendo pocos, organizados, dispuestos a todo y con un “adversario” entre naive y despreocupado que cree que “nunca pasa nada”.

La generación de “climas” es crucial para esta gente. Y en eso también son profesionales. En el caso de las tarifas cumplieron a la perfección la primera parte del plan –la generación de un clima antiaumentos, impensada luego de que 8 de cada 10 usuarios pagara su factura ajustada sin mayores reclamos- se cumplió a la perfección. Para ello contaron con la siempre bien apreciada idiotez útil de algunos políticos que siguen creyendo en la demagogia más que en la verdad y con los medios que siguen creyendo más en el rating que en la verdad. (“No dejes que la verdad se interponga en el camino de la noticia”, rezaba la máxima que presidía la oficina de algunos editores)

Pero la segunda parte del plan –el quilombo en la Audiencia Pública- falló. Eso no quiere decir que no lo vuelvan a intentar. Un enemigo de la libertad nunca renuncia, jamás. Reemplazará esta ocasión fallida por alguna otra, pero nunca abandonará su objetivo de evitar que las personas sean libres.

Por eso la sociedad sana debe estar preparada para no comerse el verso revolucionario de un conjunto de vivos que lo único que persigue es el poder para enriquecerse y para colocarse a sí mismos en un escalón desigual respecto del resto de la ciudadanía. Ya hemos vivido eso y ya sabemos cómo termina.

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