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Enzo Fernández y una mentalidad que deprecia

Chelsea, el equipo inglés del afluente distrito londinense del mismo nombre, compró a Enzo Fernández por la friolera de 121 millones de euros al Benfica de Portugal.

River Plate había vendido el 75% de Enzo al club portugués en junio de 2022 en 18 millones de dólares. El volante se adaptó de inmediato al nuevo equipo, tuvo destacadas actuaciones y eso le valió la convocatoria de Lionel Scaloni al Mundial de Qatar en donde fue elegido el mejor jugador sub-23 del torneo que ganó la Selección Argentina.

Es obvio que el trabajo del jugador en este medio año, con actuaciones preponderantes tanto en Benfica como en la Selección, tuvo muchísimo que ver en estas cifras asombrosas. Pero el punto es que en el mismísimo momento en que Enzo se sentó en el asiento del avión que lo llevaba a Lisboa ya valía como mínimo el doble de lo que River había recibido: no había tocado siquiera la pelota en Portugal, pero ya era un jugador europeo.

De modo que es obvia la incidencia de un factor completamente inmaterial en la valuación de los jugadores. Enzo Fernández era el mismo Enzo Fernández que veinte días atrás estaba jugando la Copa Libertadores con River, como compañero de Julián Álvarez que, dicho sea de paso, también fue transferido al Manchester City por 21 millones de dólares y cuya valuación también se quintuplicó desde ese momento hasta hoy.

¿Cuál es ese factor inmaterial que impacta de un modo tan tremendo en la cotización de los jugadores? La primera respuesta es que no es UN factor sino que son varios.

En primer lugar, los valores de los jugadores argentinos mientras juegan en la liga local están influidos por la depreciación general que sufren los valores de todos los bienes y servicios producidos y generados en la Argentina dada la paupérrima situación económica del país.

Esa condición es conocida obviamente a nivel mundial y las oficinas profesionalizadas de marketing y seguimiento que todos los clubes europeos tienen en su organización lo saben. Están en pleno conocimiento que cifras que se ubiquen en el orden de las (bajas) decenas de millones de dólares son suficientes para causar un revuelo irresistible en cualquier club argentino, simplemente -una vez más- porque los activos argentinos, mientras estén en Argentina, están depreciados. Repetimos: el activo (bien o servicio) es el mismo; pero la depreciación general de los valores del mercado en el que se producen afecta su valor.

Luego hay otro factor -y aquí nos vamos acercando al centro de este comentario- que impacta notoriamente en los valores de los jugadores argentinos que un lunes a la noche valen 18 millones de dólares y la noche siguiente, la del martes, valen 50 millones de dólares sin haber hecho nada más que subirse a un avión.

Ese factor es la organización de naturaleza en gran medida aun amateur que sigue teniendo el fútbol argentino. Y lo que se ha instalado en el país es una especie de mito (parecido a muchos otros por los cuales parecería ser tabú el hecho de siquiera plantear un tema) por el cual el simple hecho de sugerir que el fútbol argentino se abra a otro tipo de esquemas genera una resistencia bastante irracional en el sentido de que no puede explicarse, justamente, con argumentos racionales.

La mayoría de los grandes clubes de Europa son verdaderas empresas. Cuando uno ve los partidos, tanto en los estadios como por la televisión, ve la pasión, los apoyos, el griterío, pero también advierte (y si no lo advierte lo percibe) una estructura profesional, organizada, pensada, previsible y eficiente que hace que los partidos (y por ende el valor activo de los jugadores) se eleve. Es el marco institucional el que le agrega varios millones de dólares de valor a la valuación individual de los protagonistas.

Ese componente ha sido traído al fútbol por la aplicación a esta actividad de principios de eficiencia, escala económica, marketing, costo-beneficio, etcétera, de la que una concepción amateur de la actividad carece por completo.

La escala económica que maneja una empresa es diferente de la que maneja una asociación civil. Y es mentira que quienes defienden la naturaleza de asociaciones civiles de los clubes de fútbol no lo entiendan: lo entienden perfectamente. A tal punto lo entienden que cuando son ellos los que pueden imponer una lógica de “un grande a un chico” -como pueden ser los clubes de barrio- lo hacen sin ningún escrúpulo, pagando, por ejemplo, el pase de Ángel Di María a Rosario Central con 25 pelotas.

Sin embargo, cuando alguien sugiere simplemente discutir el tema, una andanada de argumentos sensibleros que nada tienen que ver con la racionalidad concreta, se le tiran por la cabeza al hereje como si quien habló fuera el mismísimo enviado del diablo.

Perdónenme, pero donde veo un argumento sensiblero veo la sospecha de algo oscuro: la típica echada de mano a ese costado tanguero de los argentinos que les permite a algunos aprovecharse y vivir como reyes sin que nadie sepa muy bien cómo y por qué. Es muy común en la política subirse al carro de “Argentina, Argentina”, envueltos en la bandera, para llenarse de oro vendiendo un chauvinismo nacionalista falso que es comprado por millones de idiotas.

También es cierto que el fútbol argentino está lleno de dirigentes realmente muy humildes, honestos y que creen verdaderamente en las ventajas de esta concepción “amateur” del fútbol. Pero eso no es gratis: la diferencia del valor de Enzo Fernández al día siguiente que River lo vendió (es decir sin contar nada de lo que vino después: su actuación en Benfica, su convocatoria al seleccionado, su actuación en el Mundial y la obtención del campeonato del mundo) lo demuestra. Con Julián Álvarez ocurrió lo mismo y así seguirá ocurriendo con todos.

Visto el mismo tema desde el otro extremo, la valuación de los juveniles argentinos que juegan en Europa (Garnacho, Paz, Perrone, Luka Romero, etcétera) es infinitamente mayor que la de los juveniles argentinos de su misma edad que juegan en el fútbol argentino: acaba de ocurrir con Barco, el lateral de Boca y con Facundo Buonanotte el playmaker de Rosario Central que fue transferido al Brighton Albion.

En suma, lo que hay detrás de estas diferencias de valor es una mentalidad: la misma mentalidad que ha depreciado los valores de todos los activos argentinos; una mentalidad “de barrio” que está muy bien tener y defender en la medida que se sea consciente de la inmensa riqueza que se deja en el camino por el mero hecho de aplicarla. Como dice justamente el lunfardo tanguero argentino: “el calavera no chilla”.

Por Carlos Mira
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2 thoughts on “Enzo Fernández y una mentalidad que deprecia

  1. Andrés

    Hola Charly; me sorprendió este artículo. El conocimiento que tiene sobre el negocio del fútbol .
    No asociaba que con sus exquisitas notas políticas pudiera tener además un conocimiento tan detallado del fútbol.
    Lo interesante es el enfoque de analizar la industria del fútbol como cualquier industria más. Me encantó el enfoque de valuación ( o devaluación) de activos que se produce por la existencia de un gobierno nefasto y la existencia de una burbuja local que impide una industria más competitiva. Digno de poner en un tratado de economía. Por ahí con estos ejemplos la gente entendería mucho más el impacto que estos gobiernos producen.lo felicito

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