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El robo como camino a una vida mejor

Obviamente todos conocemos la raíz delincuencial del modelo que interpreta el kirchnerismo. 

Todos sabemos que la articulación de su discurso está armada para engañar a idiotas útiles y destinada a cautivar incautos. 

Eso cualquiera que lo quiere ver, lo ve. Solo los ciegos fanáticos y los que están prendidos en el curro del robo se animan a discutirlo.

Pero parémonos un paso más adelante y hagamos de cuenta que el kirchnerismo no es una organización que copa el Estado para cometer delitos, sino que es un conjunto de ideas sustentada en alguna convicción defendible.

Poniéndonos en ese lugar, está claro que lo más sobresaliente de ese plexo es la confiscación de la riqueza de las manos de aquellos que la tienen para, según ellos, ser “distribuida” entre los menos favorecidos. Ese sería el “discurso” a ser vendido a la gilada.

Antes de seguir con esta lógica, que parte de la improbable simulación que planteamos, digamos (solo para dejarlo en claro que, quien esto escribe, está convencido que lo que aquí llamamos “confiscación de la riqueza” no es otra cosa más que un robo liso, llano y descarado de los ahorros que algunos argentinos tienen para que la casta que gobierna lo embolse en sus activos personales).

Dicho esto, y siguiendo con el escenario artificial del kirchnerismo como una convicción (equivocada, pero convicción al fin) deberíamos preguntarnos si este engendro tiene algún plan alternativo en tren de generar riqueza nueva.

Porque frente a su núcleo central de convicciones (confiscar riqueza ajena par repartirla) un sistema de reparto debería preguntarse qué tiene pensado hacer el repartidor cuando se gaste lo que ya repartió.

¿Tiene acaso el gobierno algún plan “B” para crear riqueza?

Porque todos los secretos ya descubiertos por el hombre para generar riqueza son reputados por este régimen como antipopulares, “pro-ricos”, antinacionales, extranjerizantes o directamente como “contrarios a los intereses de los argentinos”.

En efecto, los impuestos bajos, la competencia, la apertura comercial, la simpleza administrativa, el adelgazamiento burocrático, la despolitización de la justicia, la estabilidad monetaria, la libertad de cambios, el libre tránsito de mercaderías y personas, la seguridad jurídica, la inviolabilidad de la propiedad, la flexibilidad de la legislación laboral, la sustentabilidad del sistema previsional, la conexión abierta con el mundo y la supremacía de los derechos civiles por encima de los derechos colectivos, son requisitos fundamentales para conseguir ese objetivo de generar riqueza nueva.

Y todos y cada uno de esos requisitos son rechazados enfáticamente por el kirchnerismo.

El kirchnerismo alienta el gravar la riqueza, esto es aplicarle un castigo tributario a quien la consigue. La riqueza es “grave”, parece ser el mensaje, “por eso la gravo”.

Por supuesto a nadie le gusta que le apliquen un castigo, por eso se dice que los regímenes que gravan la riqueza la desalientan, porque nadie busca algo que, si lo consigue, le significará un castigo.

En un escenario en donde quienes pudieran crear riqueza no la crean porque si la crearan serían castigados, lo más probable es que se consolide la pobreza. 

Por eso es muy difícil tragarse la píldora de que el kirchnerismo es un sistema que favorezca a los pobres.

Muy por el contrario, incluso habiéndonos puesto aquí en los extremos de interpretación más favorable hacia él (o sea que no son un simple conjunto de ladrones que viene a robar cuanto pueda valiéndose para ello de los instrumentos que les da el Estado y articulando un discurso que engaña demagógicamente a quienes los votan, sino que es gente que tiene un convencimiento) queda suficientemente demostrado que el kirchnerismo nunca será la respuesta que buscan los desfavorecidos.

Casi las mismas palabras y argumentos pueden decirse, incluso profundizadamente, de las admoniciones del catolicismo bergogliano que es un compendio siniestro para mantener a la gente hundida y para que nunca puedan conocer opciones de vida mejor.

La prédica pobrista del Papa que, recordamos, considera a la riqueza “el estiércol del diablo”, no lleva a otra conclusión que no sea la extensión de una pobreza gris, igualitaria, sin futuro, sin crecimiento y sin otra esperanza que aquella que pueda venir eventualmente del delito.

Y hoy la Argentina se halla gobernada por una especie de combinación de estas tragedias: el kirchnerismo y el pobrismo católico de raíz bergogliana.

Estamos en el horno, como diríamos si estuviéramos tomando un café. 

Y lo peor es que una mayoría de argentinos vota esto. Lo hace libre y alegremente, como si votar a quien propone quitarle a algunos para darle a otros fuera una forma sostenible de mejorar la condición propia.

La Argentina que podría haber sido un país excepcional por ser distinto a todos los demás por su riqueza, su inventiva y su creatividad, ahora lo es porque estar solo (o acompañado por los peores) en la creencia de que el robo puede ser un camino para vivir una vida mejor.

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