El ministro el interior, Eduardo de Pedro, hizo ayer una encendida defensa del régimen que gobierna Formosa y de su hombre fuerte, Gildo Insfrán, que hace 27 años que está en el poder.
Ya el propio presidente había definido a ese sistema como un ejemplo para la Argentina y al gobernador como el mejor mandatario del país.
De Pedro, además, opuso como contraejemplo al gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, dando claras muestras de que el modelo que busca replicar el peronismo en todo el país es el que se impone en Formosa.
También hemos oído al presidente confesar la culpa que le daba ver a la ciudad de Buenos Aires “tan bella y opulenta” en una demostración explícita de que lo que lo avergüenza es que la gente viva bien y no como lo hace, mordiendo barro, en las jurisdicciones donde gobierna el peronismo.
También la vicepresidente, con la cara llena de odio, se quejó, desde una tribuna pública, de que en la ciudad (en la que ella eligió vivir, por otra parte) “hasta los helechos tienen luz y agua” y de que el gobierno “pone veredas cada vez más brillantes” (fíjense en los detalles odiosos que repara para alimentar más la división de unos contra otros) como si todo eso estuviera mal y sin preguntarse antes quiénes gobiernan en las jurisdicciones donde hay veredas brillantes y quiénes en las que la gente chapotea en el barro.
El peronismo tiene muy claro el modelo que admira: un régimen de opresión cuasinazi que no dudó en armar verdaderas unidades carcelarias de concentración durante la pandemia, dividiendo familias, promoviendo ghettos y produciendo la muerte de ciudadanos que, en el afán de ver a sus hijos, murieron ahogados tratando de cruzar a nado el Río Bermejo.
Este choque dramático que De Pedro puso ayer sobre la mesa entre Formosa y la Ciudad de Buenos Aires debería ser concluyente para los que aún dudan de lo que se propone el peronismo para la Argentina.
Formosa es una de las provincias más pobres del país; es por lejos, la mayor en cantidad de embarazos adolescentes; es la provincia que menos exporta del país (tan solo 16 millones de dólares, el 0.008 del total nacional).
En Formosa el agua potable es un lujo y los saneamientos no existen fuera de unos pocos casos urbanos.
La libertad de expresión está seriamente comprometida, como lo dejó en claro el trágico año 2020. El gobierno detuvo ciudadanos contra su voluntad en centros de aislamiento inmundos, en campamentos de detención ilegales, separando a padres de hijos a hermanos entre sí.
¿Dónde quisiera vivir la gente si pudiera elegir? ¿En lugares donde las veredas brillan y en donde hasta los helechos tienen luz y agua o en donde el barro lo cubre todo y donde la mierda que cagas va probablemente al mismo lugar de donde viene el agua que tomas? ¿En dónde viven los peronistas, empezando por la Sra. De Kirchner y por el presidente? ¿En dónde vive el jefe de gabinete de la provincia de Buenos Aires (en uso de licencia de su cargo de intendente de Lomas de Zamora), el visitador serial del Sur de la Florida, Martin Insaurralde? ¿En el barro lomense? ¿O en Puerto Madero?
No debería haber más preguntas para un presidente que confiesa que lo avergüenza la belleza de la capital del país en lugar de sentirse culpable porque su partido no puede sacar del barro a la gente que, desgraciadamente, tiene bajo su dominio.
Ensalzar -el mismo día que, con total despecho, fuerzas paraestatales empapelaron las calles de la ciudad con carteles en los que se acusaba al PRO de operar una Gestapo (con svástica incluida)- un régimen que reproduce muchas de las características que seguramente enamoraron a Perón a mediados del siglo XX (tanto como para organizar la llegada de los principales jerarcas nazis al país, incluido, según muchos el mismísimo Hitler) es una más de las obscenidades del peronismo que el país se empeña en perdonar y dejar pasar.
Resulta cansador aportar todos los santos días pruebas y más pruebas sobre lo que el peronismo ha significado para el país.
Muchas ni siquiera se precisa demasiado esfuerzo de investigación ya que son los propios funcionarios los que se encargan de entregar, llave en mano, las evidencias palmarias de cómo se vive en los lugares donde gobiernan ellos, lugares de los que ellos mismos escapan.
Pero el peronismo ha sido, en ese sentido, maquiavélicamente inteligente en fabricar una mentalidad resentida que privilegia la envidia en lugar de la emulación. Por eso la comandante de El Calafate logra que la aplaudan cuando hace su referencia a los helechos. En cualquier lugar en donde no impere el resentimiento, cualquiera la habría frenado en seco y le hubiera dicho: “Pero, pará, ¿qué estás diciendo? Yo quiero vivir en un lugar como ese, no en la mierda que me das vos”.
Pero cuando el rencor conquista la mente humana, todo se enrarece y lo que parecería debe ser lo normal deja de serlo.
Si hacía falta una reconfirmación de lo que el peronismo busca para el país, como si el ejemplo del pago chico de los Kirchner -Sta. Cruz- no fuera suficiente, de Pedro lo dijo con todas las letras ayer en el emporio de la miseria formoseña.
El problema, Carlos, a mi entender, radica en tu explicación en los párrafos finales de tu brillante nota: No importa la verdad elocuente, sino la efectivdad que logró esta banda de delincuentes, en lavar los cerebros (si es que tal órgano ocupa algún lugar en las cabezas de sus votantes) del colectivo que los apoya. Ellos han logrado lo que muchos dictadores sueñan, que la realidad que declaman sea la que sus súbditos vivan y crean (de creer, no de crear). Es justamente por eso que yo no veo una salida al embrollo en el que estamos metidos, y vaticino un panorama muy oscuro para el país. No se puede salir de semejante situación sin mucho dolor. El futuro asusta.